La duda en soledad

La duda en soledad
Yo podría ser esa ave
que vos dejás posar
sin que te cante el tiempo.
La soledad en su nido
es la misma que yo
aún en verano
y con vuelo ancho
revivo a través de las ventanas.
– Alejandra Valverde

 

La decisión de la Suprema Corte de los Estados Unidos en contra del aborto nos conmocionó el pasado viernes 24 de junio de 2022. No fue una sorpresa, pero sí una noticia desgarradora, que si bien no ocurre en mi país, estoy segura que evalentona ciertas agendas políticas locales muy específicas. Esta nota no es para hablar sobre el aborto: con respecto a lo que pienso sobre el tema, hace ya un tiempo que he hecho mi mejor esfuerzo por plasmar mis sentimientos y reflexiones aquí.

Esta nota es sobre la duda y la soledad en temas que nos impactan colectivamente. Leo en redes sociales a personas que aprecio mucho y que ven el tema de manera opuesta a mi mirada: se me hace tan difícil no descartar sus posturas ad portas. Supongo que a muchas personas les sucede lo mismo conmigo: aún en ese encuentro asincrónico que es el leerse en estos foros distópicos.

Al hablar sobre cultura de paz, decimos que necesitamos escuchar para comprender, no escuchar para responder. En este furioso mundo virtual, parece que también leemos para responder y hablo de mi propia experiencia. Aún en el ejercicio solitario de la lectura hay fantasmas a quienes queremos convencer todo el tiempo. Las redes sociales no son el lugar de la lectura para la duda, son la vía rápida de lectura para la confrontación o para la confirmación autoindulgente.

Esto me ha causado una gran desazón estos últimos dos o tres días. La certeza de que no hay comprensión posible porque vamos arrastrados por la corriente. Me acordé entonces de la soledad y la duda. Pensé en compilar algunos fragmentos de lecturas que me han gustado mucho para animarme y animarnos a la consciencia plena, a la duda bondadosa, a la transgresora convicción de una humanidad común.

Comienzo con Marcela Lagarde, de su maravillosa columna Soledad y Desolación:

“La soledad puede definirse como el tiempo, el espacio, el estado donde no hay otros que actúan como intermediarios con nosotras mismas. (…) La autonomía pasa por cortar esos cordones umbilicales y para lograrlo se requiere desarrollar la disciplina de no levantar el teléfono cuando se tiene angustia, miedo o una gran alegría porque no se sabe qué hacer con esos sentimientos, porque nos han enseñado que vivir la alegría es contársela a alguien, antes que gozarla. Para las mujeres, el placer existe sólo cuando es compartido porque el yo no legitima la experiencia; porque el yo no existe(subrayado mío).

Siempre, después de leer este fragmento, me tomo la pausa para poner mis manos sobre el pecho, respirar hondo y susurrar «yo existo». Existimos.

Es en ese existir que la duda cobra un lugar importante: la duda como madre, como mar embravecido, como recordatorio de que hay vida, de que vivimos para las preguntas más que para las respuestas. La herejía genuina tiene lugar en la soledad: la transgresión de cuestionar la obediencia ciega a cualquier grupo o ideología, sea cual sea. Finalmente, toda ideología se sostiene sobre los frágiles pilotes de nuestra consciencia limitada. No desprecio esos pilotes; como comunidades, los construimos y reconstruimos una y otra vez. Pero sí son frágiles y falibles.

Hace unos días me topé con un meme en redes sociales que decía que la palabra hereje viene del griego hairetikós que significa «el que es libre de elegir.» Aunque el hairetikós mismo sí parece ser «libre de elegir» en griego, cuando busqué la definición de la Real Academia Española, lo que encontré fue lo siguiente:

Del occit. eretge, este del lat. tardío haeretĭcus, y este del gr. αἱρετικός hairetikós.

1. m. y f. Persona que niega alguno de los dogmas establecidos en una religión.

2. m. y f. Persona que disiente o se aparta de la doctrina o normas de una institución, una organización, una academia, etc.

3. adj. Indisciplinado, díscolo.

4. adj. coloq. Ven. Dicho de una cosa: Grande, abundante o intensa. Tengo el hambre hereje. Tenía el miedo hereje.

Es cierto que para mí el cuestionar dogmas es uno de mis grandes intereses, pero la herejía, desde esta acepción, no se limita a lo religioso: es la duda, la duda siempre, dudar en lo político, en lo afectivo, en lo identitario. No una duda de autosabotaje, sino la duda de movimiento continuo. De responsabilidad con el ser desde lo más genuino que tengamos. Me interesa mucho  hoy el tema de la libertad. Para mí es interesante el tema de la libertad porque siento que es sumamente limitada: está condicionada a nuestras necesidades más básicas y complejas, a nuestra historia y entorno. Es una tarea comunitaria y de cuidado mutuo el generar entornos física, social y afectivamente seguros en los que las personas podamos ser cada vez más libres. Esta libertad se teje en colectivo. Judith Butler lo dice muy bien cuando afirma que «todos nacimos, al margen de nuestras perspectivas políticas actuales, en una condición de total dependencia» (Butler, 2021, p. 46) y luego afirma que «si nuestras prácticas y éticas políticas quedan reducidas a un modo individual de vida o de toma de decisiones o a una ética virtuosa, que reflexiona sobre quiénes somos como individuos, corremos el riesgo de perder de vista esa interdependencia social y económica que establece una versión personificada de la igualdad.» (Butler, 2021, p. 46). La libertad no existe solo para mi propia satisfacción: es una responsabilidad hacia la humanidad común desde el ser y existir. Desde la duda y la continua construcción de lo humano.

Kaethe Weingarten afirma que:

«Yo pensaba, como estoy segura que muchos lo hacen, que sentir esperanza era mi responsabilidad individual. Creía que la tenía o no la tenía y así estaba esperanzada o sin esperanza. Ya no acepto ninguna de estas premisas. En su lugar, creo que la esperanza ocurre cuando identificamos un camino hacia la acción. Así, la entiendo mejor como la responsabilidad de la comunidad y algo que debemos hacer en conjunto.» (Weingarten, 2003, p. 242).

De esta tarea colectiva, sin embargo, surge también la invitación a la deconstrucción personal. A la duda, al cambio de piel en los laberintos de la propia consciencia. En el cuento Morir en la Pavada, el monge Mamerto Menapace narra sobre el cóndor que crece en una granja de pavos (cuento popular, con muchas versiones en diferentes lugares del mundo):

«A veces se sentía un poco extraño. Sobre todo cuando tenía oportunidad de estar a solas. Pero no era frecuente que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la soledad, ni soporta que otros se dediquen a ella. Es bicho de andar siempre en bandada, sacando pecho para impresionar, abriendo la cola y arrastrando el ala. Cualquier cosa que los impresione, es inmediatamente respondida con una sonora burla. Cosa muy típica de estos pajarones, que a pesar de ser grandes, no vuelan.»

¿Existe el tiempo para la soledad? Regresando con Marcela Lagarde, ella afirma:

«Otra cosa que se hace en soledad y que funda la modernidad, es dudar. Cuando pensamos frente a los otros el pensamiento está comprometido con la defensa de nuestras ideas, cuando lo hacemos en soledad, podemos dudar. Si no dudamos no podemos ser autónomas porque lo que tenemos es pensamiento dogmático. Para ser autónomas necesitamos desarrollar pensamiento crítico, abierto, flexible, en movimiento, que no aspira a construir verdades.»

Solo en soledad puedo darme el permiso de reconocer que alguien que me desagrada quizás tiene razón y sostener la vergüenza que eso me genere, repensarme, antes de reconocerlo hacia afuera. Puedo descubrir la madera quizás podrida de algunos de los pilotes que sostienen una de mis ideologías más apreciadas y tratar de valorar el daño sin el temor de que se derrumbe la casa frente a todo el mundo. Puedo reconocer las muletas de mi vanidad sin sucumbir a la culpa y observarlas con curiosidad. Podría llegar a encontrar que tal vez, sin quererlo o intencionalmente, estoy dándome permisos o siendo indulgente con omisiones que le causan daño a otras personas.

Mi amiga Maritza me explicó hace poco sobre el principio del yoga de Satya, o verdad benevolente, que reconoce que, más allá de las verdades dicotómicas, siempre habrá complejidades y matices. Que la verdad es importante, que la verdad debe expresarse con curiosa benevolencia, porque es compleja.

No quiero decir, sin embargo, que la verdad, por ser inalcanzable, no exista y que por tanto está bien que cada quien piense lo que prefiera (la más individualista de las conclusiones). Creo firmemente que hay criterios morales donde, para mí, la brújula más confiable es el bien común, la justicia social y el principio de no hacer daño. Creo también que la verdad es difícil de apreciar porque somos un animal muy limitado. Me parece una tarea imposible y absurda afirmar que es posible contemplarla y entenderla por completo. No creo que tengamos lo que hace falta para ello. Sí considero que hay niveles de cercanía y nitidez con respecto a la verdad. Reconozco que puede ser tentador estar más lejos de la verdad y no más cerca, verla de manera más borrosa en lugar de más nítida, por cuestiones de conveniencia, comodidad, fidelidad ciega a un grupo, ambición o simple temor. Soy severa con el acto inmoral de alejarse de la verdad en lugar de acercarse a ella.

Y así llego a esta reflexión en la que trato de entender cómo navegar un mundo en el que, desde mi atemorizada búsqueda de la verdad, me encuentro concluyendo sobre un Occidente que cada vez parece acercarse más decididamente a nuevas teocracias, donde el precio que pagan las personas más vulnerables parece no preocupar a estructuras de poder que encuentran mancuerna en ciertos credos y se justifican para imponerlos desde plataformas políticas, succionando el apoyo de comunidades de fieles, sin darles espacio para la duda (¡herejía!), o para cuestionarse quiénes ganan y quiénes pierden.

Así llego también a la consciencia de que nuevamente estoy juzgando: mi más honesto ejercicio de acercarme a la verdad, pero siempre en tela de duda. Así me reconozco incomprensible e incomprendida por las personas con las que he crecido y que aún tengo muy cerca. Después de todo, las redes sociales representan una ilusión de grupalidad en la que parecería que estoy muy bien acompañada en mis dudas. En la vida real, las personas más significativas para mí no ven el mundo como yo. Pago un precio alto todos los días por lo que, desde mi perspectiva, es un camino hacia la integridad.

Aquí en soledad, frente a esta pantalla, me doy el permiso de dudar.

Referencias

Butler, J. (2021). La fuerza de la no violencia: La ética en lo político. Paidós Básica.

Lagarde, M. (2017) Soledad y Desolación. http://mujerdelmediterraneo.heroinas.net/2017/08/la-soledad-y-la-desolacion-por-marcela.html

Menapace, M. (1998). Cuentos Rodados. Editoria Patria Grande.

Weingarten, K. (2003). Common Shock. Dutton.