Serenidad. Tan necesaria. Ojo, no es pasividad.


Transcripción aproximada de este episodio (con pequeñas adiciones):

Serenidad no es pasividad. Serenidad es desprendimiento e integridad. ¿Cuál es el lugar de la serenidad en medio de la locura de la vida cotidiana, o en relación a los temas sociales y políticos tan llenos de urgencia que nos rodean? Una persona tiene serenidad cuando se reconcilia con sus limitaciones y cuando encuentra coherencia entre lo que piensa y la forma en la que se proyecta al mundo.

Quise iniciar esta temporada del podcast con la guía de la famosa “Oración de la Serenidad”, que se ha dado a conocer principalmente por su uso en grupos de doce pasos. No se sabe bien de dónde surgió. En 1941, en una página de obituarios del New York Herald Tribune, el texto decía:

Madre—que Dios me conceda la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo, y la sabiduría para reconocer la diferencia. Adiós.

Así que opté por dedicar los primeros tres episodios de esta tercera temporada a la Serenidad, a la Valentía y a la Sabiduría. Inicié la semana pasada con el tema de la Valentía. Hoy quisiera hablar sobre la Serenidad.

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Sobre sexo y género

A modo de introducción…

Debo reconocer que escribir estas palabras me genera un poco de inseguridad. ¿Desde qué plataforma personal o profesional puedo venir a participar de éste tema que se ha vuelto especialmente polémico en Costa Rica y en otros países? Yo no soy experta en estas cosas. Conozco al menos cinco personas, en mi círculo cercano, que saben mucho más de esto que yo. Pero me siento compelida a participar. Las banderas de la lucha contra la Ideología de Género y de la defensa de la Diversidad Sexual se izan ambas, seguidas por grandes grupos de personas, en su mayoría muy comprometidas con principios que consideran honestos y justos. Yo observo con preocupación el tono de nuestros discursos: siento que vamos hacia atrás. Siento que «nosotros» y «los otros» están cada vez más diferenciados y que, en el peor de los casos, etiquetar e insultar se convierte en una salida sencilla. Asumir que el villano es «el otro» se vuelve una excusa para dejar de hacer preguntas y pensar.

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