Educación para la paz y violencia postpandemia

Educación para la paz y violencia postpandemia

Empiezo por decir que no sé. No sé qué causó directamente la violencia postpandemia en los centros educativos. Es una realidad ineludible: no estamos bien. La lista de posibles motivos es larga y quizás sea una mezcla de varios de ellos. Puedo especular sobre algunos, como el trauma colectivo no resuelto por el COVID, la creciente desigualdad, los sistemas nerviosos hiper estimulados por dispositivos móviles, las enormes limitaciones parentales que enfrentamos las personas adultas que maternamos y paternamos en este siglo amorfo, la constante tensión que dificulta las buenas relaciones entre centros educativos y familias, la violencia sistémica, la educación en crisis, la juventud desesperanzada ante las crisis sociales y climáticas, el aislamiento afectivo de nuestra sociedad individualista, la cultura punitiva y un largo etcétera.

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La duda en soledad

La duda en soledad
Yo podría ser esa ave
que vos dejás posar
sin que te cante el tiempo.
La soledad en su nido
es la misma que yo
aún en verano
y con vuelo ancho
revivo a través de las ventanas.
– Alejandra Valverde

 

La decisión de la Suprema Corte de los Estados Unidos en contra del aborto nos conmocionó el pasado viernes 24 de junio de 2022. No fue una sorpresa, pero sí una noticia desgarradora, que si bien no ocurre en mi país, estoy segura que evalentona ciertas agendas políticas locales muy específicas. Esta nota no es para hablar sobre el aborto: con respecto a lo que pienso sobre el tema, hace ya un tiempo que he hecho mi mejor esfuerzo por plasmar mis sentimientos y reflexiones aquí.

Esta nota es sobre la duda y la soledad en temas que nos impactan colectivamente. Leo en redes sociales a personas que aprecio mucho y que ven el tema de manera opuesta a mi mirada: se me hace tan difícil no descartar sus posturas ad portas. Supongo que a muchas personas les sucede lo mismo conmigo: aún en ese encuentro asincrónico que es el leerse en estos foros distópicos.

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Carta a mi amigo cristiano

Carta a mi amigo cristiano

Escribí esta carta unos cuantos días después de la insurrección en el Capitolio de Estados Unidos del 6 de enero del 2021. Lo envié a algunas amistades cristianas, quienes fueron muy gentiles de revisarla y compartir conmigo sus pensamientos. Coincidentemente, al día siguiente de mi primera redacción de esta carta, un candidato cristiano ultra conservador comunicó a los medios nacionales sus intenciones presidenciales para las elecciones costarricenses del 2022. He decidido publicar aquí esta versión revisada de mi carta, con la convicción de que, más allá de nuestras diferencias sobre fe, política y rutas hacia la justicia, tenemos un mismo compromiso prioritario para con nuestra humanidad común. Todos y todas somos de los mismos.

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Atestiguar Compasivamente. Parte 3.

«Esta es una era mediática e interconectada sin precedentes. Es como si todos y todas fuéramos espectadores. No. No somos espectadores. Somos testigos. Eso conlleva un compromiso. Atestiguar compasivamente no implica únicamente abstenernos de los vicios que conlleva la era tecnológica del nuevo milenio. Implica una acción comprometida, transformadora, no violenta pero sí valiente y coherente.»

Durante las últimas dos semanas, quise dedicarme a hablar sobre el concepto de «Atestiguar Compasivamente»: esta decisión de observar y actuar sobre nuestra realidad para transformar y no exacerbar la violencia. Había pensado en hacerlo en tres partes: la primera sobre la relación compasiva con uno mismo (que no, no es lo mismo que la autocompasión). Segundo, la escucha activa, el atestiguar compasivamente sin resolverle los problemas a las personas (que no, no es pasividad). Hoy quería hablar sobre cómo hacemos esto desde nuestra participación cívica y comunitaria. Cómo observamos la violencia y nos hacemos partícipes como ciudadanos, pero sin incurrir en violencia nosotros mismos. Creo que más que una afirmación, es una pregunta.

Y entonces el fin de semana pasado trascendió lo que se está viviendo en Nicaragua. Mi mamá es de Estelí. Hemos pasado al pendiente de las noticias y muy consternadas.

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«Que no, que no es pasividad.» Parte 2.

Según Kaethe Weingarten (2003), al acercarnos a alguien y atestiguar su historia, debemos hacernos presentes. Física, mental y emocionalmente presentes. Estar en el ahí y el ahora, aún si es una conexión breve. Vivimos en el mundo de las distracciones insaciables y amabilidades falsas.

 

La semana pasada el tema fue la compasión a uno mismo -que no, que no es autocompasión-. Es la base para atestiguar compasivamente, el «compassionate witnessing», a partir del cual nos volvemos conscientes y empoderados sobre nuestra realidad para transformar la violencia sin exacerbarla. Atestiguar compasivamente. ¿Cómo se aplica a la escucha? ¿A la escucha de la otra persona que nos cuenta su situación? No sé a ustedes, pero cuando oí algo así me sonó como a pasividad. Me sonó a observar sin meterse. Y eso, al menos a mí, no me sonó nada bien.

Quizás me gana la impulsividad. O quizás sigo tratando de sacudirme esta noción de que las personas que trabajamos con personas debemos ser los protagonistas de las soluciones. O al menos el cerebro de la operación en lo que a soluciones se refiere.

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«Que no, que no es auto compasión.» Parte 1.

 

La compasión a uno mismo no es lo mismo que la auto-compasión. Y es el primer paso para transformar la violencia. En tres partes, me gustaría hablar sobre lo que Kaethe Weingarten (2003) llama en inglés «compassionate witnessing» y que me he atrevido a traducir como «atestiguar compasivamente»; ella lo define como esa decisión activa de darnos cuenta y de tomar conciencia de lo que pasa para actuar con respecto a lo que observamos, de forma que transformemos y no exacerbemos la violencia.

En esta primera parte quisiera referirme más bien a la importancia de la compasión a uno mismo. No, no es auto-compasión, no es ley del pobrecito, no es carta abierta a la mediocridad.

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Sobre paranoias, defensas propias y democracia

Muchas personas amanecerán el próximo lunes sintiéndose -o sintiéndonos- perdidas y desconcertadas. Y las heridas quedarán abiertas y profundas para todos. Pero haríamos muy mal si, además de eso, perdemos también la democracia.

Es un villano muy extraño, este Grenouille de la novela El Perfume. Interesante que logra sacar al villano que tenemos dentro. Este volátil fin de década me recuerda la descripción de los habitantes de Grasse, después de que, expuestos al perfume de Grenouille, se entregaran sin pudor a sus pasiones en plena plaza de Cours como un colectivo ebrio de sus instintos más primitivos. Una vez pasado el efecto, vuelven a la normalidad y tratan de retomar sus vidas, cerrando los ojos, en la medida de lo posible, a lo acontecido. Pero muy en el fondo, todos saben. Se vieron por lo que realmente son. Y aunque no lo digan, todos recuerdan.

La campaña electoral de Costa Rica está por terminar. Es difícil hacer un podcast sin posicionarme a favor y en contra de algún candidato. Algunos podrán decir que una quiere quedarle bien a Dios y al diablo (cuál es el diablo, depende de a quién se le pregunte, pero quién sea, lo verá igualmente terrible y demoníaco, así de polarizados estamos). Debo decir, sin embargo,

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«… Y si tus amigos se tiran de un precipicio ¿vos también?»

Hay mucho que no sabemos. En el clima político polarizado en el que vivimos, es difícil que no haya intentos de politizar esta tragedia. Y en nuestra emocionalidad tan frágil ante las redes sociales, no dejan de abundar los comunicados de todo tipo, inclusive, con fotos del menor.

La noticia que nos estremeció esta semana no me abandona. Se me ha pegado a la piel. No me deja tranquila. ¿Y saben qué? Ni debería. Recuerdo el momento en que vi el titular el miércoles por la tarde: la notificación noticiosa de mi celular me informó que un adolescente había sido arrollado por el tren cerca de Plaza González Víquez. Vi el titular, me impactó una muerte accidental de alguien tan joven y lo consideré un suceso como muchos que nos flagelan en nuestra peligrosa cultura vial. La verdad, estaba atareada con cosas de trabajo, no abrí la noticia y continué con mis labores.

A la mañana siguiente estaba en una clase cuando me llamó una colega del Colegio de Psicólogos:

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