«… Y si tus amigos se tiran de un precipicio ¿vos también?»

Hay mucho que no sabemos. En el clima político polarizado en el que vivimos, es difícil que no haya intentos de politizar esta tragedia. Y en nuestra emocionalidad tan frágil ante las redes sociales, no dejan de abundar los comunicados de todo tipo, inclusive, con fotos del menor.

La noticia que nos estremeció esta semana no me abandona. Se me ha pegado a la piel. No me deja tranquila. ¿Y saben qué? Ni debería. Recuerdo el momento en que vi el titular el miércoles por la tarde: la notificación noticiosa de mi celular me informó que un adolescente había sido arrollado por el tren cerca de Plaza González Víquez. Vi el titular, me impactó una muerte accidental de alguien tan joven y lo consideré un suceso como muchos que nos flagelan en nuestra peligrosa cultura vial. La verdad, estaba atareada con cosas de trabajo, no abrí la noticia y continué con mis labores.

A la mañana siguiente estaba en una clase cuando me llamó una colega del Colegio de Psicólogos:

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