Según Kaethe Weingarten (2003), al acercarnos a alguien y atestiguar su historia, debemos hacernos presentes. Física, mental y emocionalmente presentes. Estar en el ahí y el ahora, aún si es una conexión breve. Vivimos en el mundo de las distracciones insaciables y amabilidades falsas.
La semana pasada el tema fue la compasión a uno mismo -que no, que no es autocompasión-. Es la base para atestiguar compasivamente, el «compassionate witnessing», a partir del cual nos volvemos conscientes y empoderados sobre nuestra realidad para transformar la violencia sin exacerbarla. Atestiguar compasivamente. ¿Cómo se aplica a la escucha? ¿A la escucha de la otra persona que nos cuenta su situación? No sé a ustedes, pero cuando oí algo así me sonó como a pasividad. Me sonó a observar sin meterse. Y eso, al menos a mí, no me sonó nada bien.
Quizás me gana la impulsividad. O quizás sigo tratando de sacudirme esta noción de que las personas que trabajamos con personas debemos ser los protagonistas de las soluciones. O al menos el cerebro de la operación en lo que a soluciones se refiere.
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