El 22 de junio de 2021 tuvimos el enorme gusto de escuchar a Carlos Álvarez. Él nos expuso parte de la investigación que realiza continuamente el Instituto de Los Ángeles de Prácticas Restaurativas con respecto al impacto de las prácticas restaurativas sobre el cerebro infantil y adolescente.
¡Pueden escuchar la conversación completa haciendo click aquí!
Les invito a escuchar el webinar completo en el podcast o pueden encontrarlo como video de YouTube aquí. De mi parte, me tomo la libertad de compartir algunas reflexiones a partir de esta conversación tan importante:
Un sistema nervioso regulado
Nuestra conversación giró en torno al concepto de la «Regulación». ¿Qué significa que nuestro sistema nervioso esté regulado? Básicamente significa que nos sentimos a salvo y que nuestras necesidades están satisfechas. No es algo que ocurre en aislamiento: si bien es cierto que podemos aprender cómo auto-regularnos, una parte importante de la regulación tiene que ver con las neuronas espejo, con el ambiente en el que nos desarrollamos, con el apego y con la capacidad para vincularnos.
En otras ocasiones hemos mencionado la importancia de reconocer esas necesidades humanas de seguridad y pertenencia. Esas necesidades van de la mano con las necesidades de nutrición, sueño, cobijo, autoestima, auto-expresión, entre otras. Abraham Maslow había puesto en una pirámide algunas de estas necesidades.
(Pueden hacer click en las imágenes para verlas un poco más grandes).
Desde el área de la educación, sabemos que es imposible aprender en condiciones de amenaza: el cerebro no aprende cuando está des-regulado.
Además, ¿cuál es la implicación comunitaria de procurar ambientes que sean «reguladores», a partir de la comprensión de la integralidad de la persona? Ya hemos aprendido que el aprendizaje funciona a través de la conexión socioemocional y que esas vinculaciones son muy difíciles cuando hay trauma, trastornos en el apego, aislamiento y determinantes sociales de la salud que no han sido atendidos. Necesitamos pasar de una educación orientada solo a contenidos, para contemplar al individuo como un todo. Pero no podemos quedarnos ahí: además de dignificar a personas individuales, debemos incorporar la pertenencia comunitaria y esa construcción de una cultura cada vez más humanizada y humanizante.
Esto aplica para personas con discapacidad psicosocial, quienes han sido testigos y partícipes de violencia extrema o quienes han sobrevivido en ambientes radicalmente carentes. En el webinar mencioné que, como practicantes, a veces podemos sentir que llegamos a la vida de un joven o una joven «demasiado tarde». Sin embargo, como bien dijo Carlos, citando a Jean Piaget: «Las personas traumatizadas no han podido completar el acto de triunfo que comenzó cuando comenzó el trauma.»
¿Por dónde empezar? Comencemos por el vínculo. Toda niño, niña o adolescente está a «una persona adulta que le importa» de alcanzar la resiliencia. Los vínculos se alimentan de pequeños momentos. Los momentos más difíciles pueden ser los más importantes. Como se explicó en el webinar, la desregulación puede llevar a la externalización (agresiones, acting out, destrucción) o a la internalización (trastornos alimenticios, cutting, autodestrucción). Es justamente en ese terreno incómodo, incierto y difícil de la desregulación que debemos intervenir.
Encuentro muy útil la guía de las tres R’s: siempre que conversemos con un niño, niña o adolescente que está alterado, mantengamos la calma: mantengamos nuestra propia regulación. Somos la persona adulta: mantenernos regulados/reguladas es nuestra difícil pero ineludible tarea (y se vale pedir apoyos sociales, terapéuticos, etc. siempre que lo necesitemos).
A partir de esa regulación propia, seguimos las tres R’s propuestas por Bruce Perry y Maia Zsalavitz (2016):
Regular + Relacionar + Razonar.
Regular: Acompañe a la persona a regularse y recobrar la calma.
Relacionar: Establezca un espacio de conexión en el que la persona se sienta valorada, amada y protegida (no es alcahuetería: es separar a la persona de la conducta. «Aunque lo que hiciste esté mal, vos siempre sos una persona valiosa»).
Razonar: Ahora sí, hablemos sobre la conducta, asumir responsabilidades, reparar el daño, etc.
Estos momentos de vinculación no solo nos ayudan para la reparación del daño: restablecen el apego y es solo a través de los vínculos que podemos restaurar ese sentido de pertenencia y de dignidad.
Hablar sobre la neurobiología de la justicia restaurativa es reconciliarnos con las limitaciones que tiene el cuerpo: es reconocer que cada una y cada uno de nosotros somos una biografía de carne y hueso con sistemas nerviosos que han tenido que sobrevivir. Nuestros apegos nos conforman y siempre existe la posibilidad de la resiliencia. Somos capaces de crear condiciones educativas, comunitarias y juveniles que promueven la resiliencia y la vuelvan algo probable. Ese es el punto: somos capaces de ayudarnos unos a otros, aún en las circunstancias más extremas.