Educación Restaurativa: Muchísimo por restaurar

Educación Restaurativa: Muchísimo por restaurar

El día de ayer pude acompañar a la Licda. Meizel Montero Hernández en su webinar Modelo de Educación Social Restaurativa: Sin dejar a nadie atrás. El webinar está disponible en nuestro canal de YouTube aquí y aquí encontrarán acceso al mismo en versión de podcast.

¿Cuál es el camino hacia la educación post-pandemia? La dolorosa realidad que ha hecho evidente la situación 2020-2021, es que las brechas educativas que estamos enfrentando, especialmente en América Latina, están volviendo literalmente insondables los enormes desafíos preexistentes.

En su exposición, Meizel nos presenta la importancia del sentido de pertenencia, del alto control y el alto apoyo, de la participación y rol colaborativos, del liderazgo transformacional y de la resiliencia para poder tener acceso a un aprendizaje significativo.

Su exposición explica, con base en su experiencia de años, que sí es posible involucrar educativa y comunitariamente a población estudiantil vulnerable y con discapacidad psicosocial: que estos jóvenes sí tienen un lugar importantísimo en nuestra comunidad y que su proyecto de vida puede construirse lejos del delito, del consumo y del aislamiento. ¡Les animo a escuchar la grabación completa!

Ahora bien, considerando nuestro momento histórico de la educación durante la pandemia y anticipando la post-pandemia, nos quedan pendientes preguntas necesarias:

Cultura docente: ¿Cómo establecer esta comunidad de pertenencia, alto control+alto apoyo, liderazgo, participación y resiliencia en la cultura docente? ¡No podemos ofrecerla al estudiantado si nosotros y nosotras mismas no la tenemos! Nunca, como ahora, la docencia se ve acorralada en situaciones treméndamente complejas: la virtualidad, la sobrecarga de trabajo, el riesgo de burnout, los riesgos físicos por la pandemia, la salud mental y la necesidad de herramientas para enfrentar lo humano en un cuerpo estudiantil que tiene necesidades emocionales importantísimas -algunas causadas por la pandemia y otras que son aparte de la pandemia-. No se trata de que docentes asuman roles terapéuticos o de orientación: sí se trata de retomar el lado humano de la educación… aún con una mascarilla puesta y con distancia, o aún a través de una pantalla. Sin ese componente humano, nos estamos engañando acerca de la efectividad de nuestro quehacer. ¿Cómo robustecer (y generar cuando ni siquiera existan) comunidades docentes de buenas prácticas? Muchas prácticas de excelencia y entrega se quedan aisladas en la experiencia individualizada. La educación es un océano pero seguimos pretendiendo que cada gota funciona por aparte.

Apoyo a distancia: La educación a distancia es difícil. Si hablamos de niñez y adolescencia, toda educación a distancia requiere de una pequeña comunidad de apoyo, llamada familia. Ya eso, de por sí, representa una serie de posibles obstáculos en familias donde las personas adultas están trabajando durante el día y/o las figuras de cuido no cuentan con las herramientas personales, alfabetización tecnológica o estrategias para apoyar la educación. Pretender que una persona docente, a través de una pantalla, basta para la supervisión de un grupo de estudiantes, es llanamente ingenuo. Además de eso, la recarga sobre las mujeres en esta tarea de acompañamiento educativo a niños, niñas y adolescentes nos devuelve al enorme problema que representa el que los hombres no hayan asumido (ni tengan una agenda explícita para asumir) los roles de cuido de manera protagónica. Cierto, hay avances en ese aspecto, pero aún insuficientes y van muy lento. Esto genera frustración en todas las partes. Lo paradójico es que, ahora más que nunca, necesitamos relaciones fuertes entre docentes, estudiantes y sus familias. Ahora, más que nunca, necesitamos aprender a ser comunidad en medio de la distancia.

Exclusión a galope: Las poblaciones que se acercan a los márgenes del sistema educativo, con riesgo de abandonarlo, recibieron con la pandemia un cruel empujón. La implicación de este fenómeno en el incremento de la delincuencia será significativo y evidente en los años que vienen. Se integran aquí otras problemáticas importantes: el crimen organizado con sus estrategias de reclutamiento, las comunidades desoladas y la juventud desprotegida con necesidades sociales y afectivas, además de una fuerte exposición a la violencia y al consumo de sustancias. Este es el momento de articular iniciativas comunitarias, culturales, educación en las artes, deportea y cualquier otro tipo de estrategia que mantenga a la población juvenil conectada con un sentido de grupo y de pertenencia. Cierto, estas actividades no necesariamente se podrán hacer en persona. ¡Urge ponernos creativos y creativas! ¡Ahora más que nunca!

Brecha digital: La idea de que todo se podrá resolver a distancia a través de internet está generando una desigualdad sin precedentes. Ahora bien, es mi opinión que la respuesta no consiste en frenar las iniciativas tecnológicas que, en ciertos contextos -en su mayoría privados- están dando buenos resultados. Me genera mucha preocupación cualquier estrategia orientada a «emparejar para abajo», a frenar la innovación mientras, quienes se están quedando atrás, se ponen al corriente. Por el contrario, hace mucha falta avanzar, innovar, desarrollar, crear, investigar y sistematizar. Tener claridad sobre lo que funciona y sobre lo que no: ¡estimular la responsabilidad social empresarial en las instituciones protagonistas en la innovación, de manera que los aprendizajes se compartan y se distribuyan! La virtualidad, como complemento -no sustituto-, vino para quedarse: no es un «mientras tanto». De ahí la pregunta, ¿qué tipo de articulaciones y de organización hacen falta para, de una vez por todas, establecer el acceso a universal a internet como una responsabilidad Estatal? ¿Para asegurar que se ofrezcan los apoyos necesarios para resistir a esta inclemente amenaza de tener, no una, sino varias generaciones perdidas? Y esto porque, como sociedad, fuimos incapaces de ofrecerles las mínimas oportunidades a un número de estudiantes que, al menos en Costa Rica, son cientos de miles. Ya estaba trillado el adagio de que damos educación en el siglo XXI, pero con estructuras del siglo XX y modelos educativos del siglo XIX. La educación necesita, finalmente, arribar al siglo XXI. Cuando la educación pública surgió como proyecto social en el siglo XIX, hubo grupos que pensaron que era una pérdida de tiempo. ¿Estaremos regresando peligrosamente a ese pensamiento? Ya no a través de la falta de inversión, sino a través de mantener sistemas insuficientes. ¿Será que asumimos que dejar a alguna gente atrás es un mal necesario y que no se puede hacer nada al respecto? ¿Nos dejaremos vencer por ese instinto perverso, con tal de velar por lo propio? Como costarricense, permítanme que me refiera a Costa Rica por un momento: así como Costa Rica ha logrado desarrollar una tasa de alfabetización del 97.86%, así como ha logrado tener una cobertura de electricidad del 99.4%, necesitamos esos mismos números en términos de accesibilidad a Internet. No es que no se pueda: es que requiere organización, rendición de cuentas, transparencia y compromiso.

A modo de nota personal, les cuento que esta semana he participado en algunos círculos de apoyo con colegas en estos asuntos restaurativos. Todos y todas necesitamos dar y recibir apoyo: es parte imprescindible de nuestro autocuidado. Y en nuestra conversación, les confesaba que el pesimismo es mi mecanismo de defensa. Porque sí, el panorama es sombrío y los desafíos se ven muy grandes. Pero seamos honestos: paralizarnos es autoindulgente. Así que tenemos que movernos. Tenemos que seguir. Y que nadie se quede atrás.