Cultura de Paz: De la abstracción a la práctica

Cultura de Paz: De la abstracción a la práctica

El pasado viernes 23 de julio tuvimos el webinar Cultura de paz en las organizaciones, con la psicóloga Ingrid Naranjo Ugarte. Pueden ver el webinar completo en YouTube aquí o escucharlo en formato de podcast aquí.

Conversamos sobre las definiciones de cultura de paz que Ingrid compartió con nosotros: la definición establecida por las Naciones Unidas así como la definición construida por el Centro Integral de Resolución de Conflictos (CIREC) del Colegio de Profesionales en Psicología de Costa Rica. Compartirlas en ese espacio me motivó a compartirlas también aquí y de manera literal: a reflexionarlas desde ese poder que tienen las palabras para unirnos en una visión común.

PREÁMBULO: SOBRE LAS DEFINICIONES

Definir es importante: cultura de paz es un término bastante abstracto en sí mismo. La única manera de que tenga un impacto concreto en la vida de las personas depende de si podemos hacerla visible a través de comportamientos, de acuerdos y de lo que Paulo Moratelli llama una ética relacional. ¿Cómo se ve eso, en lo cotidiano, en la casa, en la escuela, en la calle? ¿En cada una de nuestras realidades tan diversas, tan complejas?

Justamente fue a travez del CIREC que pude conversar con Paulo, en su interesantísima exposición sobre Los Aspectos Psicológicos de la Justicia Restaurativa. Pueden ver la grabación completa aquí. De escucharle, volví a reflexionar sobre la importancia de la empatía, el respeto y la alteridad en los procesos restaurativos, así como la construcción en consenso de una ética relacional. ¿Cómo co-construimos desde ese compromiso amoroso, humanizado que busca la restauración de los vínculos? Porque, finalmente, ahí están nuestras motivaciones más nobles. Ahí están los ejemplos vivos y concretos de lo que significaría construir cultura de paz: de lo difícil que es, de la importancia que tiene.

Así las cosas, las definiciones son puntos de partida sobre cómo perseguir una visión en común: cómo «sincronizar nuestros relojes» (¡wow, esa expresión me trasladó a los años noventas!) desde nuestra intersubjetividad: nuestra meta común que reconoce cuánto nos necesitamos mutuamente para construir cualquier cosa que valga la pena.

LAS DEFINICIONES

Sin más preámbulo, las definiciones:

«Cultura de paz consiste en una serie de valores, actitudes y comportamientos que rechazan la violencia y previenen los conflictos tratando de atacar sus causas para solucionar los problemas mediante el diálogo y la negociación entre las personas, los grupos y las naciones.» (ONU).

«Es el desarrollo de una cultura respetuosa de los derechos humanos, sostenible y en armonía con el medio ambiente y su entorno, donde se gestionan constructivamente los conflictos y se respetan plenamente las diferencias.» (Centro Integral de Resolución de Conflictos / Colegio de Profesionales en Psicología de Costa Rica).

Más que agregar a estas definiciones, lo que corresponde es desentrañarlas y dialogar sobre sus aplicaciones: co construir desde la corresponsabilidad y la interdependencia. ¿Podemos hablarlas en el aula, en la comunidad que se organiza, en el grupo de lectura o de estudio, o quizás con la familia durante la cena, o en el acompañamiento a procesos penales, en una reunión de planeación de un equipo de trabajo? ¿Qué pasaría si, en cada uno de esos espacios, le preguntáramos a todas las personas si los conflictos se gestionan constructivamente; si las diferencias se honran; si hay un respeto hacia el medio ambiente y hacia el entorno o si cumplimos con el llamado más básico a velar por los derechos humanos? Probablemente las respuestas serán sombrías en ocasiones: ¿y entonces qué? ¿Qué sigue después?

Recientemente miré la excelente presentación de Camila Vergara sobre corrupción sistémica, disponible aquí, donde hace referencia a su libro Corrupción Sistémica. Ideas Constitucionales para una República Anti-Oligárquica (Princeton University Press 2020). Yo no conocía a esta autora y me llamó profundamente la atención cuando mencionó cómo «el pueblo soberano no es una asamblea: es una red de asambleas diversas». Luego procede a explicar cómo estas asambleas diversas necesitan desarrollar poder deliberativo para participar activamente, para volver a poner el bien común en el centro de la conversación.

¿Acaso no es eso lo que queremos construir con una cultura de paz? Una cultura de paz que, a la saciedad debemos insistir, es lo contrario de la pasividad: consiste en defender espacios y abrir los que aún no existen, consiste en la inclusión radical y en el empoderamiento para la participación. Como dice la definición del CIREC, una participación profundamente respetuosa de los derechos humanos, sostenible y en armonía con el medio ambiente y su entorno, donde se gestionen constructivamente los conflictos y se respetan plenamente las diferencias.

Queda mucho trabajo por hacer, pero qué gran alegría aferrarnos a rutas que existen: a definiciones que nos alboroten para desarrollar esa capacidad deliberativa, esa ética relacional, esa invitación a luchar por una inclusión radical de forma que podamos co construir una realidad que aún o existe del todo, pero que ya podemos visualizar colectivamente y por tanto trabajar en ella.