Entrenamiento Intensivo en Noviolencia

Entrenamiento Intensivo en Noviolencia

Acabo de terminar de leer el libro de Kazu Haga, Healing Resistance (Resistencia que Sana). En este libro, él menciona cómo la justicia restaurativa, la comunicación no violenta, la mediación, todas son herramientas, pero la noviolencia (más específicamente la noviolencia Kingiana) es la caja de herramientas que sostiene todo lo demás. En el pasado cercano, yo habría dicho algo parecido usando la expresión cultura de paz. Este libro fue tremendamente esclarecedor para mí.

Una de las cosas que menciona es que la noviolencia es algo para lo que tenemos que formarnos y entrenar. La lectura de este libro, así como los cambios en mi contexto de trabajo en ese convulso 2020 han arrojado luz sobre lo mucho que aún ignoro. He tomado un poco más de consciencia sobre todos mis puntos ciegos, sobre los océanos que aún miro desde la orilla en este apasionante campo que es la cultura de paz. Me queda el sinsabor agridulce de la vergüenza. Es agridulce porque si algo he aprendido con los años, es que la vergüenza puede ser una fuerza de vida que nos mueva a la reconexión. Pero es vergüenza al fin y al cabo, agria y desagradable: doy charlas y cursos, tengo una relativa plataforma de poder sobre un tema del que aún hay tanto que ignoro y al que me he acercado desde las arenas confortables del privilegio. Eso me hace pensar que mi voz, lejos de ser un aporte valioso, quizás está desviando atención que debería dirigirse a otras voces que pudieran ofrecernos mayor profundidad y experiencia. Sí, vergüenza. Es agria pero también es oportunidad. Mata cuando paraliza, pero es fuente de energía si nos mueve hacia la restauración de personas, comunidades y sistemas. ¿Qué otros libros debo explorar, qué otras conversaciones hay que abrir, qué estilo docente hay que ejercer, cuáles círculos hay que facilitar, para que ese «callarme» no sea estéril, sino fértil y transformador para otras personas y lo admito, egoístamente, de crecimiento y transformación para mí también?

Yo… ay, quisiera muchas cosas. Quisiera sacar un doctorado, leer tres libros por semana, escribir y pintar, hacer un retiro de meditación de diez días. Carambas, yo quisiera meditar al menos 15 minutos cada día y ser fiel a esa disciplina, pero llevo un par de años intentándolo y aún no consolido la práctica. Quisiera ser una voz insistente para que existan círculos semanales o quincenales cada vez más diversos. Quisiera, quisiera, quisiera. Ser mamá soltera con dos trabajos de tiempo parcial y una personalidad totalmente condicionada por el sistema capitalista de «corra y produzca», me han disociado entre el quisiera y la satisfacción de sostener un salario y un cierto estilo de vida que se estimula al cumplir cada día con una lista de pendientes. Un día, mi hijo de siete años me preguntó: «mamá, ¿por qué tu trabajo es infinito?»

No, no puedo leer tres libros por semana y no, no puedo asistir a un retiro intensivo sobre la noviolencia ni a un campamento de meditación de diez días. No, no tengo el tiempo ni el dinero para sacar un doctorado ni una nueva certificación (y eso que la vida ha sido absurdamente generosa conmigo en términos de mis posibilidades para formarme y estudiar). Al menos en las circunstancias presentes, elegí este camino y lo asumo: el salario estable y aceptar la realidad de que los niños aún son pequeños. Pero hay otras formas de crecer. Puedo entrenar. Urge que lo haga.

Cuando mis hijos eran más pequeños, les di palmadas cuando se portaban mal. Supe reconocer que estaba mal hacerlo, pero yo misma estaba mal también, en un capítulo de mi vida en el que albergaba muchísimo enojo y no logré agrupar los recursos internos para actuar mejor. Dejé de hacerlo, pero aún grito cuando mis hijos gritan. O a veces no grito, pero los interrumpo: superpongo mi voz a las de ellos, me impongo. Bell Hooks (2015) habla sobre cómo la violencia de madres contra sus hijos o hijas es parte de la violencia patriarcal: sigue enarbolando un sistema donde una parte es la que domina y otra es la que debe ser dominada. Ahora, sería fácil para mí culpar a mi crianza cristiana conservadora por mis acciones y no niego que haya cuestiones estructurales que yo aún no soy capaz de analizar, pero honestamente, creo que simplemente soy una persona a la que me encanta tener el control y me dispara que los niños sean difíciles. Quiero controlar y ordenar y a veces siento que solo aplastando su «malacrianza» podré educarlos bien. Agridulce vergüenza. Peor: un círculo vicioso, porque he tenido que regañarlos varias veces cuando los oigo interrumpirse, arrebatarse el juguete o hablarse con prepotencia… utilizando mi mismo tono de voz.

Parte de la noviolencia no solo es identificar lo malo, sino crear una visión sobre lo bueno, sobre el amor, sobre cómo podría ser la vida en una casa en la que el respeto sea la norma, aún cuando exista impulsividad, travesuras e inmadurez. Suena a una maratón: difícil no vomitar en el camino, imposible no hacerse ampollas en los pies, pero hacer la buena carrera sí es posible. Me costará muchísimo: me encanta el control. Hay mucho en mí que aún necesita sanar.

Así que mi compromiso es este: mis hijos son el entrenamiento intensivo en la noviolencia. Y lo digo en público aquí y ahora, como una forma de rendición de cuentas. Kazu Haga dijo, citando a Bruce Lee: «no me asusta alguien que haya practicado 10 000 tipos de patadas, sino alguien que haya practicado la misma patada 10 000 veces.» Así que a practicar la noviolencia todos los días en el campo de entrenamiento que es la maternidad. Esa es la oportunidad privilegiada que la vida me otorga: hacer de mi casa mi campamento de noviolencia, donde la primera violencia a la que debo responder es a la que está dentro mío. Y luego, a los desafíos infinitos de un par de niños impulsivos, insistentes, emotivos, traviesos, energéticos, inteligentes y maravillosos.

Hoy practiqué… y me fue horrible: usé una consecuencia firme, recordé la ventana relacional, las prácticas restaurativas y la parentalidad positiva; todas esas herramientas tan útiles y que en la práctica me cuesta mucho sostener. Pero hoy busqué en mi interior una consistencia más profunda, una experiencia quizás más espiritual hacia la convicción de que puedo educarlos sin faltarles al respeto. Esto de las prácticas restaurativas siempre ha sido algo muy profundo para mí, pero hoy reconocí que este es mi entrenamiento: esta es mi carrera principal. Cuando ellos crezcan vendrán otras, pero por ahora mi presente es este. Spoiler alert: no lo hice bien, pero fue un poco mejor que lo que he hecho otras veces. Tal vez es eso, ser cada día un poquito mejor que el día anterior. Y al menos hoy, puedo compartirles que la relación se fortaleció. Nada podría ser más importante.