¿Ustedes sabían que la palabra Apocalipsis no significa “fin del mundo”, sino “revelación”? Y bueno, hay muchas cosas que el COVID-19 está revelando sobre nuestra naturaleza. ¡Qué bicho este! No el coronavirus, ¡sino el ser humano! Vividor, imprudente, egoísta, una plaga. Y yo una más de la especie, con dos hijitos igual de bichos, encerrados en casa por un mes ante una pandemia. ¿Qué podría salir mal? Vamos por el día 4 de supuestamente 28 días encerrados en casa y la cosa se ve tenebrosa.
Cada persona experimenta la emergencia internacional de manera diferente. Yo estoy en mi casa, con dos pequeños y admito que estoy abrumada. Lo primero es reconocer que mi exasperación deviene desde el más arraigado privilegio: hay casa, hay posibilidad de teletrabajo, hay comida en la despensa y papel higiénico en el baño (aparente motivo de ansiedad de muchos). Tenemos muchísimo. Somos más que afortunados. Hay risas y ternura. Doy gracias todos los días.
Esta emergencia nos reitera que realmente en la vida hay muy poco que podemos controlar. Es cómoda la ilusión de que somos libres, pero nada como una pandemia para recordarnos nuestra ineludible vulnerabilidad, exacerbada por las más desgarradoras desigualdades. No somos más que un cuerpo limitado que envuelve una limitada voluntad, dentro de un complejo sistema de historias y circunstancias. Nunca hemos podido controlar mayor cosa, aunque tratemos de convencernos de lo contrario. Somos un bicho profundamente frágil y ciego. Pero bueno, existen unas pocas cosas que sí podemos controlar, como las siguientes:
Les propongo respirar hondo (sí, a dos metros de cualquier otro ser humano) y hacer lo impensable: responder a la incertidumbre, al estrés y al miedo… con bondad. No es un mero sentimentalismo. El cerebro ahogado en cortisol (hormona que se libera como respuesta al estrés) y aturdido por la exasperación y la autocrítica, está menos capacitado para resolver problemas. Y resolver problemas es algo que vamos a tener que hacer y mucho. El aislamiento, por su parte, está asociado con trastornos del estado de ánimo, como la depresión y la ansiedad. Los afectos bloqueados por las respuestas de luchar, huir, negar, disociarse o paralizarse nos vuelven sordos a los lenguajes de la empatía y la compasión. ¿Y si probamos con la bondad?
Es así: en lugar de llenar nuestra mente con críticas, sobresaturación de noticias y angustias, ¿por qué no enfocarnos en informarnos con lo necesario que nos permita actuar? Sobre el COVID-19, conocemos lo suficiente como para saber qué hacer para aplanar la curva de transmisión. Eso es algo. Hagámoslo. Y además, para variar, ¿por qué no prestar atención a cosas simples por las que estamos agradecidos o pequeños gestos cotidianos que nos inspiren? No, no como un acto fútil de negación, sino como un oxigenar el cerebro y conectarnos con la realidad, pero desde otro lugar: desde la bondad. ¿Cómo enfrentar esta situación con responsabilidad reflexiva, en lugar de con alarmismo o mera irresponsabilidad?
No es fácil. Sí se puede. Respiremos profundo (en su metro cuadrado, por favor no le respire encima a nadie).
Igualmente, en lugar de bloquear nuestros afectos porque los abrazos están prohibidos, ¿por qué no llamamos por teléfono a esa persona querida y conversamos un rato? Y sí, dije llamar. A ver si me explico: no es solo compartir memes o usar esas maravillosas aplicaciones para chatear. Que no está mal, es muy entretenido. Pero yo digo llamar. Ajá. Voy por pasos. En su teléfono hay un botón con el logo de un auricular. ¿Que qué es un auricular? Bueno, no sé bien como decirlo. Puede buscarlo en Google. Alguna vez los teléfonos se veían así. En fin. Usted identifica ese botón, elige un contacto y conversa en tiempo real. No es broma. Necesitamos afecto para vivir. Aunque sea sin besos y abrazos. Se nos está olvidando cómo conversar. Llame, pregunte cómo están los suyos. Hágase oír con aquella persona que está sola, abrumada y en una situación difícil.
No bloquee sus afectos ignorando esta situación internacional o sobre-identificándose con ella. O peor, anulando la responsabilidad compartida con distracciones inútiles. Permítase sentir lo que pasa, obsérvese y por sobre todo, observe la realidad que le rodea. Todos tenemos maneras de ofrecer solidaridad a alguien: maneras más grandes o más pequeñas, pero todos y todas podemos hacer algo. Muchas personas no cuentan con todos los privilegios que tiene usted, o que tengo yo. Autocuidado y cuidar del otro son dos caras de la misma moneda. El otro no es el mío, mi ser querido, el de mi familia. El otro es el otro, esa persona que “no es nada mío”, pero sí lo es, porque todos nos pertenecemos a todos y somos responsables. Ubuntu, palabra africana que dice «soy porque somos». Es imposible cuidar de otros si no me cuido, pero es imposible cuidarme sin cuidar de otros también. Seamos generosos. Seamos generosos. Seamos generosos. Siempre hay algo que podemos hacer por alguien que cambiará su realidad para bien. Así que hagámoslo. Buenas intenciones nunca son suficientes. Hay que hacer.
Finalmente, siguiendo la guía de Kristin Neff (2014), impactemos al mundo con compasión: (1) con bondad, con ternura y con paciencia. Estamos haciendo lo mejor que podemos; (2) con un sentido de humanidad común; todos y todas somos vulnerables, estamos en esto juntos y no estamos solos; y (3) con la consciencia plena de que no hay nada más que el presente. Pare ahí. Nada más existe aún. Observemos este presente con responsabilidad, con inteligencia, con compromiso, con calma y con generosidad.
Y cuando todo falle, cuando estemos agotados, exasperados o abrumados, tomemos una respiración honda y profunda: siempre habrá un retazo de bondad, de humor o de ternura al cual aferrarnos en este Apocalipsis, que no solo puede revelar lo peor de nosotros: también revela lo mejor.