El arte y las máscaras

El arte y las máscaras

Me avergüenza reconocer que soy pésima en deportes. Un evento tan importante como las Olimpíadas me requiere esfuerzo porque, en general, soy muy ignorante en materia deportiva nacional e internacional. Aún así, me emociona por todo lo que simboliza en términos de tradición, cooperación intercultural y humanismo. Además, siempre es apasionante ver personas llegar al límite de su destreza, explorar los horizontes de la capacidad del cuerpo, de la fuerza, de la técnica. En fin, eso hace que las Olimpíadas y los Mundiales de fútbol me interesen a mí… a mí… que soy mala en todo lo deportivo.

Aún así, no vi la inauguración de los juegos olímpicos 2024… porque se me olvidó. Todo lo que sé sobre la controversia del bacanal en la ceremonia de inauguración, lo sé un poco en contra de mi voluntad (gracias, redes sociales). Me acordé de algunas películas de Pedro Almodóvar, las iniciales quizás, que presentaban cosas que me incomodaban pero que aún así aplaudo, aún ahora, porque eran un desafío a la represión Franquista. Yo admiro que el arte sea provocador, que no siempre sea una canción de cuna… o que no se limite a «asombrar relajadamente», sino que se arriesgue, que atice, que ponga temas sobre la mesa (no pun intended).

En ese sentido, creo que la inauguración fue un éxito para obligarnos a quitarnos las máscaras de la rutina y mostrar nuestros verdaderos rostros. Algunos de esos rostros son un poco petulantes: los de pretender que sabemos más que los demás y ponernos en ese pedestal moral sobre historia del arte, sobre los griegos o sobre cualquier cosa. La expertofilia narcisista para decir que somos los que sí sabemos y los otros son ignorantes. Algunos de esos rostros, más bien, son de ira ante la amenaza o cuestionamiento al poder establecido; a provocar los canones «intocables, innombrables, inalcanzables» por los paganos que nos ofenden. Rostros dolidamente ultrajados al sentirse mal representados… y aún más si es por esas manos sucias de quienes no se parecen al único tipo de persona que el poder establece como «legítimo». Otros de esos rostros son los de la burla, porque en tiempos de decadencia, la risa es uno de los más preciados recursos. Algunos rostros, como el mío, son pura confusión.

El arte usa mentiras para decir la verdad. Esta inauguración llena de disfraces, nos desnudó a todos. Eso me parece interesante.

Justo ayer, en una grabacion del podcast con el IIRP, Cody Nielsen comentaba cómo, en ambientes polarizados, confundimos las sensaciones de incomodidad con las de inseguridad. Puedo entender que algunas personas sientan que una expresión artística muy provocativa es desagradable y les resulte muy incómoda. Pero eso no significa que esa expresión artística atente contra su seguridad o contra la de su institución. Se me ocurre que, si diferenciamos entre lo incómodo y lo inseguro, no responderíamos con tanta ira a aquello que nos incomoda. Además, ser capaces de soportar incomodarnos ante la burla, el cuestionamiento y lo provocador es parte de vivir en democracia, es parte de confiar en la vida y médula de personas e instituciones, en lugar de «fragilizarlas».

¿Qué es lo incómodo y qué es lo inseguro? ¿Será idea mía, pero esta inauguración ha causado mucha más ira, controversia y revuelo en tan solo unos días que las más de 500 muertes en la construcción de los estadios de Qatar para el mundial 2022? La rutina irá retomando su momentum y nosotres iremos, acompasadamente, regresando a nuestras máscaras. A mí me preocupa este latigazo de la censura. Me preocupa que la gente incómoda en grupos privilegiados se justifique en su indignación y decida volver a recurrir a poderes de antaño para, a costa de lo diferente, imponer su propio sentido de «seguridad».