Por: Claire de Mezerville y Paulo Moratelli
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¿Cómo se relacionan la psicología y las prácticas restaurativas? La psicología es el estudio de la psique, palabra griega que tradicionalmente se asocia con el concepto de alma. Actualmente entendemos psique como los procesos relacionados con la mente en sus múltiples dimensiones: afectos, comportamiento, pensamientos y relaciones interpersonales. La psicología no es solo una corriente teórica: es una disciplina orientada a acompañar activamente a las personas y aliviar el sufrimiento humano, así como dedicada a promover la salud mental individual y colectiva. Psicología es psicoterapia, pero no es solo psicoterapia: existen la psicología educativa, organizacional y comunitaria.
El movimiento social de la justicia restaurativa y las prácticas restaurativas, así como sus emergentes desarrollos teóricos y cuerpo de investigación, se nutren de múltiples abordajes, entre ellos los psicológicos, filosóficos, sociales y por supuesto, tradiciones originarias previas a la era moderna. Desde el trabajo con grupos, el círculo como metodología restaurativa, constituye una herramienta de gran valor para generar un ambiente en el cual las personas se sientan cómodas y puedan experimentar confianza para participar. Construir esta seguridad en el espacio compartido es una tarea compleja y difícil y el círculo es una estrategia eficaz y rápida para, en conjunto, generar esa sensación de grupalidad. Por otro lado, abordajes como la Comunicación No Violenta (CNV) nos ofrecen guías accesibles y cercanas a la resolución de conflictos, que deberían de constituir una formación disponible -y casi que obligatoria- para toda la ciudadanía. Todas estas herramientas responden a esa necesidad de generar participación crítica y protagónica en las comunidades, desde una perspectiva de cultura de paz. Son herramientas que le ayudan a las personas a mejorar su sentido de autoeficacia y les empodera para resolver en conjunto y con autonomía los problemas que la vida cotidiana presenta.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando nos enfrentamos con situaciones de trauma severo, delitos graves o conflictos complejos, con ramificaciones en situaciones estructurales y/o históricas de violencia? Los fundamentos que nos ayudan a abordar la complejidad, el sufrimiento humano y los procesos de transformación no surgieron espontáneamente de la justicia restaurativa moderna: devienen de propuestas filosóficas, sociológicas y psicológicas. Podemos hablar de importantes raíces en el psicoanálisis, la psicología social y la psicología humanista. Sabemos del importante trabajo conjunto entre el psicólogo humanista Carl Rogers y Marshall Rosenberg, pionero de la CNV, quien también fue su estudiante. El trabajo con grupos se alimenta de estrategias analíticas, como el psicodrama de Jacob Levy Moreno, el grupo operativo de Enrique Pichón Riviere, los abordajes desde la teoría ecológica de Urie Bronfenbrenner, la terapia narrativa de Michael White y la psicología social y comunitaria de Seligman, Rappaport e Ignacio Martín-Baró, así como el Esquizoanálisis -una teoría / práctica surgida del encuentro entre el filósofo Gilles Deleuze y el psicoanalista Félix Guattari-, entre muchos otros. La psicología como disciplina va más allá de la teoría y de la trayectoria histórica de autores, sino que se ocupa en la formación enfocada en la escucha y discernimiento especializados: nos entrena para acompañar y aliviar el sufrimiento, explorarlo de cara a su sanidad, así como promover el crecimiento personal radicado en los recursos internos del individuo.
¿Cómo continuamos integrando este quehacer en el ejercicio práctico? Como parte de nuestro compromiso con prácticas restaurativas, reconocemos la importancia de honrar el lugar protagónico de las personas y comunidades en la gestión de su vida y de su realidad. No debemos animar una “expertocracia” como la que denuncia Nils Christie y más recientemente Wood y Suzuki en su texto de 2020, ‘Are Conflicts Property’ (¿Son propiedad los conflictos?), al plantear que jueces, abogados, científicos sociales, o inclusive mediadores y facilitadores de justicia restaurativa, nos convertimos en los “ladrones del conflicto” al consentir el mensaje de que solo quien tiene cierto título universitario puede resolver los problemas de otra persona. Reconocemos también que, como expresan tanto John Braithwaite como Kay Pranis, no existe substituto para la sabiduría contextual, la cual debe tomar un rol protagónico en las decisiones que conciernen a la comunidad. Esto nos recuerda la importancia de acercarnos de manera siempre ética y culturalmente sensible a la realidad de la persona o grupo, desde una postura que se aleje de enfoques colonizadores o basados en una variedad de sesgos de poder o de clase.
John Braithwaite, criminólogo y autoridad internacional en el campo de la justicia restaurativa insiste en la idea de que “si el crimen hiere, la justicia debe sanar”. Sanar es una labor compartida como sociedad: no es tarea de una única persona, comunidad o disciplina. Requiere de la capacidad para trabajar en conjunto, para ofrecer herramientas comunitarias y empoderar a las personas. Implica también generar espacios seguros y apropiados para la sanidad terapéutica y la atención al trauma de manera reflexiva, ética y responsable. Esto significa tener en cuenta que, si bien formarnos en justicia restaurativa nos ofrece metodologías apropiadas para desarrollar sentido de comunidad, participación inclusiva, reparación del daño y pertenencia, también nos desafía a no dejar de lado la importancia de la experiencia y entrenamiento especializado ante las situaciones complejas. Solo así podremos honrar y reconocer el sufrimiento que a menudo surgirá ante nosotros y que no puede limitarse a una práctica restaurativa específica: necesita el acompañamiento apropiado para sanar. Como practicantes restaurativos, ¿contamos con una red de apoyo profesional que nos permita animar a las personas a continuar su proceso terapéutico y de sanidad de manera adecuada? ¿Qué necesitamos hacer como sociedad para que esto sea posible y accesible para todas y todos? La salud mental no debería ser un privilegio. El acompañamiento psicológico es a menudo una necesidad.
Dicho eso, tenemos ante nosotros dos importantes desafíos:
(1) Animar una práctica retroalimentada por las disciplinas de las ciencias sociales: Enfrentamos el actual movimiento anti-científico, que propone la idea de que el estudio especializado es irrelevante y que nos basta la propia experiencia. Este enfoque es peligroso. A Juan de Salisbury se le atribuye la frase (a menudo atribuida a Isaac Newton): “si hemos visto más allá, ha sido porque estamos parados sobre hombros de gigantes”. Todo abordaje restaurativo necesita retroalimentarse con los avances de la filosofía, la sociología, la psicología y de toda disciplina que se ha interesado por la experiencia humana, relacional y comunitaria. Si bien dentro de toda disciplina existen diferentes teorías, perspectivas y escuelas, los abordajes restaurativos, en lugar de plantearse como sustituto o competencia ante ellas, necesita posicionarse como un aliado de los abordajes interdisciplinarios reflexivos y profundos.
(2) Hacer contracultura al ímpetu por las respuestas rápidas: Es cierto, parte de nuestro trabajo incluye fomentar la autonomía de las personas y grupos para que puedan enfrentar su vida cotidiana desde sus propios medios y reconocer su propia fortaleza. No obstante, existen situaciones de dolor, conflicto violento y complejidad que necesitan de un acompañamiento especializado. Vivimos en una cultura que busca sustituir los abordajes terapéuticos con soluciones rápidas de autoayuda o estrategias de coaching que no están diseñadas para el acompañamiento a profundidad en situaciones de dolor profundo. La triste realidad es que las soluciones rápidas arriesgan generar aún más dolor y el agravamiento de espirales conflictivas.
La experiencia humana no puede encapsularse en respuestas simples, procesos veloces o guías prefabricadas. La justicia restaurativa es una herramienta excelente que toca nuestras fibras humanas más profundas, pero en situaciones de alta complejidad, necesitamos acercarnos a estas situaciones con la confianza de que, si la justicia restaurativa no funciona, tendremos las herramientas profesionales, terapéuticas y humanas competentes para honrar y acompañar el dolor, así como para animar su sanidad. En situaciones de alta complejidad y violencia solo deberíamos intervenir mediante justicia restaurativa las cosas que también estamos profesionalmente entrenados para intervenir fuera de la justicia restaurativa. Esto representa un compromiso con un enfoque humanista que honra nuestra complejidad y reconoce los momentos en los que un proceso pide a gritos desarrollarse sin prisa, con profundidad reflexiva y con el acompañamiento de personas entrenadas y comprometidas con el trabajo hacia la psique.
Quizás algo importante que el movimiento social por la justicia y las prácticas restaurativas nos enseña es la imperiosa necesidad del siglo XXI de generar diálogos interdisciplinarios, intercomunitarios e intersectoriales – o incluso transdisciplinares – para seguir creciendo en una filosofía humanista hacia las relaciones interpersonales y hacia la vida. Sin duda, como psicólogos y psicólogas tenemos la tarea de hacer las cosas más esclarecedoras y las conversaciones más directas: no deberíamos ser percibidos como profesionales que hacemos las cosas más complicadas. Por el contrario, solo colaborando podremos responder a las necesidades de este siglo. Este es el momento de trabajar con las comunidades, reconociendo nuestros límites como profesionales desde un profundo respeto comunitario y la claridad de nuestra interdependencia en la construcción conjunta de un mundo más solidario, inclusivo y justo.