Hay mucho que no sabemos. En el clima político polarizado en el que vivimos, es difícil que no haya intentos de politizar esta tragedia. Y en nuestra emocionalidad tan frágil ante las redes sociales, no dejan de abundar los comunicados de todo tipo, inclusive, con fotos del menor.
La noticia que nos estremeció esta semana no me abandona. Se me ha pegado a la piel. No me deja tranquila. ¿Y saben qué? Ni debería. Recuerdo el momento en que vi el titular el miércoles por la tarde: la notificación noticiosa de mi celular me informó que un adolescente había sido arrollado por el tren cerca de Plaza González Víquez. Vi el titular, me impactó una muerte accidental de alguien tan joven y lo consideré un suceso como muchos que nos flagelan en nuestra peligrosa cultura vial. La verdad, estaba atareada con cosas de trabajo, no abrí la noticia y continué con mis labores.
A la mañana siguiente estaba en una clase cuando me llamó una colega del Colegio de Psicólogos:
«- Claire, ¿vos me autorizarías a darle tu contacto a un periodista? Es que quiere hacer unas preguntas sobre bullying y no me considero suficientemente experta en el tema.»
«- Bueno, nosotros (la organización con la que trabajo) intervenimos sobre todo con el punto 8 del protocolo del MEP, lo de restaurar la convivencia. ¿Aún así servirá?»
«- Sí, yo creo que sí.»
«- Está bien, con mucho gusto entonces. Dale mis datos.»
El periodista me llamó, me preguntó si podría llegar por la UCR en un poco más de una hora y yo accedí. Me preguntó: «¿usted vio lo del atropello del tren?» Me acordé del titular. «Sí, qué tragedia.» «Bueno, es que parece que fue un caso de bullying». «¡Oh! No sé nada de eso.» Su compañero sacó la cámara, me hicieron algunas preguntas generales sobre el Bullying y cómo se manifiesta; síntomas, cómo identificarlo y qué debería hacer alguien que lo esté sufriendo.
Me sentí trastabillando con mis ideas cuando la cámara estuvo encendida. Le dije al periodista desde antes que necesitamos empoderar a los testigos silenciosos, que no estoy segura de si esto que ocurrió cuenta como bullying o no y que no todo tipo de violencia es bullying, pero que todo tipo de violencia debe atenderse. Debe trabajarse con y desde los muchachos. La nota salió al mediodía y creo que solo una o dos frases mías sirvieron tras la edición: fue poco lo que aporté (y aún eso creo que no logró dar una respuesta muy completa. Sí estaba bastante trabada).
Y es que algo no estaba bien. En las noticias del mediodía de ese canal, los presentadores expresaron de forma muy genuina su preocupación por prevenir y detener el bullying. Algunos medios nacionales sacaron la noticia usando la expresión «un reto disfrazado de bullying». En boca de todos estuvo ayer que éste niño fue desafiado por sus compañeros a atravesarse en las líneas del tren. Es decir, lo retaron a una actividad que terminó en tragedia. Las redes sociales han reaccionado con virulencia. Hay rumores que insisten en que, desde las ventanas del Liceo, esa tarde los estudiantes le gritaban al joven que se atreviera y que si no lo hacía, él era un playo o un maricón. No sé si algo -o nada, o todo- de esto es cierto.
Esto es lo que sé: sé que hay una investigación judicial de por medio. Sé que una persona de 12 años murió el miércoles y que las vidas de las personas que estuvieran cerca nunca serán las mismas. No puedo ni imaginar, no tengo la menor intención de saber: no sé lo que está atravesando la familia de este niño. Lo único que puedo hacer es abrazar a mis dos pequeños y contener las ganas de llorar. Y escribir esto.
Me han llegado más de 20 mensajes de WhatsApp de diferentes grupos y personas con banners, imágenes y discursos sobre la importancia de prevenir el bullying. En Facebook, el clima está parecido. ¿Cómo prevenirlo? ¿Cómo atenderlo? ¿Cómo evitamos que nuestros hijos lo sufran? Y todos estamos asustados. Estamos muy asustados. Y hacemos lo que sabemos hacer mejor cuando tenemos miedo: (1) señalar con el dedo (fueron los compañeros, o el liceo que no hizo nada, o la familia de éste o aquel, ¡pero alguien tiene que haber tenido la culpa!), o emitir diagnósticos (es ésta compleja enfermedad llamada bullying. Hagamos una vacuna). Pienso que hacemos estas dos cosas, pues porque en el fondo nos gustaría tener algún indicio o garantía de que ésta tragedia no nos tocará a nosotros.
Pero ¿saben qué? No hay garantías.
¿Sería por la edad? La adolescencia es una etapa en la que nos importa muchísimo la opinión de nuestros pares. Nos lastima el rechazo de los demás. Y medimos mal el impacto de nuestras palabras en los sentimientos del otro. Es una etapa en la que somos impulsivos y emotivos. No es equivocado pensar que en la adolescencia somos ciertamente inmaduros y más proclives a hacer cosas estúpidas (notita psicológica: el cerebro adolescente no es como el cerebro adulto. Va a considerar más los beneficios que devengan de los riesgos: son como una droga generada en el sistema límbico o cerebro emocional, el cual está en su apogeo. Es más fuerte que las consideraciones por las consecuencias a corto, mediano o largo plazo, que están reguladas por la corteza prefrontal, la cual no alcanzará su madurez hasta aproximadamente los 23 años). La impulsividad le gana a la razón: no porque seamos malos, sino porque somos inmaduros. Pero ninguno de nosotros queremos oír que somos proclives a accidentes solo por ser adolescentes.
¿O sería por ser varón? Los hombres incurren en más conductas de riesgo que las mujeres. Provocan más accidentes de tránsito. Vivimos en la época en la que jóvenes se filman a sí mismos lanzándose del techo de su casa o haciendo acrobacias peligrosas en patineta, para poner sus videos en YouTube o en Facebook Live. La hombría se ha asociado con la temeridad y la fuerza. En ese sentido, el hombre -y más dolorosamente aún, los niños- llevan una carga que los debilita, porque para poder SER, hay que DEMOSTRAR. Y sí, ese «deber ser fuerte», los debilita para poder desarrollarse sanamente.
¿Es la presión de grupo? El viejo y consabido: «si todos tus amigos se tiraran de un precipicio, ¿vos también?» ¿Qué necesitaría un niño, una niña, para ser capaz de detenerse y decir: ellos no tendrán ese poder sobre mí?
¿O fue, efectivamente, por el bullying? No lo sé. ¿Y saben qué? Ustedes tampoco. El Bullying por definición es un hostigamiento sistemático, sostenido y dirigido de manera focalizada a un individuo. Hay una clara diferencia de poder entre los acosadores y las víctimas cuando hablamos de bullying. Si decimos que esta tragedia fue ocasionada por el bullying, estamos haciendo un grave veredicto: tendremos que aceptar que había bullies. Y si los había, deben ser identificados y enfrentar las consecuencias penales de sus actos. Recordemos que estamos hablando de niños. Si era bullying, intervengamos como corresponde. Pero… ¿lo era? ¿Y los que, de ser cierto, gritaban desde las ventanas del centro educativo -y no para detener lo que ocurría-? ¿Qué pasa con esos?
Sí sabemos que los chicos y chicas no están bien. No solo estos. En general. Un desafío en una situación de altísimo riesgo, en medio de gritos; que nuestros niños y niñas (no solo un «bully» que nos sirva de chivo expiatorio) sean capaces de gritar «¡Atrévase! ¡No sea playo!» nos dice algo sobre la violencia que nos mueve. Sobre la masculinidad enferma de nuestra comunidad. Soy mamá de dos varones: ¿cómo les explico? ¿Cómo los protejo? ¿Cómo los vacuno para que hagan oídos sordos a esas amenazas a su propia valía?
En el clima político polarizado en el que vivimos, es difícil que no haya intentos de politizar esta tragedia. Y en nuestra emocionalidad tan frágil ante las redes sociales, no dejan de abundar los comunicados que se han atrevido a viralizar las fotos de éste pequeño. ¿A cuenta de quién? Evidentemente no puedo referirme a la familia del menor pero… por favor, si uno de mis hijos -ojalá no ocurra nunca- se ve envuelto en una fatalidad, les ruego que no estén difundiendo su fotografía en la ola de emotividad. ¿Qué pasó con la privacidad del dolor de esta familia?
Ahora bien, este profundo dolor que nos atraviesa no es el síntoma de un hecho privado: nos interpela en nuestra identidad como costarricenses, como latinos, como hombres y mujeres. Necesitamos observar qué estamos haciendo. La cultura Maorí habla del «Whakama» (o comportamiento cultural). El criminólogo John Braithwaite lo traducía como «vergüenza comunitaria»: ¿qué hemos hecho como comunidad para que ésta persona haga esto o aquello? No es el bullying (por sí solo), no es la edad (por sí sola), no es su sexo (por sí solo). Somos nosotros. Somos todos nosotros. ¿Qué hemos hecho? ¿Y ahora qué vamos a hacer?
La OMS menciona varios elementos relacionados con la violencia y su prevención y yo reitero, de ellos, tres cosas:
- Las relaciones familiares positivas y enriquecedoras previenen la violencia. ¿Ya jugó con sus hijos hoy? No es solo vigilarlos y darles comida. ¿Jugó con ellos? (Soy mamá de niños pequeños y me he dado cuenta de que a veces he pasado con ellos varias horas… pero no jugué. Solo acompañé, cuidé, atendí… ordené, supervisé, preparé, cociné… ¿pero me senté con ellos y… jugué? Por favor, juguemos más). Ese cerebro adolescente inmaduro, ¿sabe qué lo protege? El adulto maduro que le ofrece control y apoyo, que es su soporte mientras la persona desarrolla sus propias herramientas para la vida.
- Los programas comunitarios tienen un función tremendamente importante para prevenir y atender la violencia. Esta situación particular es privada, pero es un síntoma de un problema público que nos atañe a todos. Las sociedades son capaces de prevenir la violencia reduciendo desigualdades económicas, de edad, de género y situaciones de riesgo, como accesibilidad a armas o a consumo de sustancias. La atención a niños, niñas y jóvenes. Opciones como la Clínica del Adolescente (ese es todo un tema), servicios de atención a la infancia, instancias de apoyo comunitario ante situaciones de violencia. ¿Alguien que no tenga los recursos económicos para recurrir a un terapeuta privado, tiene a quién recurrir si él o su hijo o hija están sufriendo? No es una pregunta individual: debemos contestarla como ciudadanía.
- Los programas escolares de prevención de la violencia son beneficiosos. El MEP hace lo que puede. Creo que el MEP tiene importantes fortalezas. Sé que no es perfecto. Pero dejemos de tirarle piedras, al menos por hoy (ya he visto a más de uno diciendo que para qué perder tiempo en los programas de educación sexual cuando tenemos estos problemas). Detengámonos un momento: ofrezcámonos desde la comunidad, como padres y madres de familia, a colaborar con los programas existentes. Sí, hay programas. Y sí, son buenos aunque no sean 100% infalibles. ¿Qué sería 100% infalible en el trabajo con juventud?
Y preguntémosle a nuestros chicos y chicas sobre lo que pasó. ¿Qué piensan, qué sienten? Todo eso que estamos colocando en redes, coloquémoslo también en la mesa de la cena o del café. Y abracémonos como familias. Porque todos estamos de duelo.