8 de marzo de 2018. Educación Sexual, Género y Avestruces

Hoy, 8 de marzo, día internacional de la mujer promulgado por la ONU desde 1975, quería referirme otra vez a temas relacionados con sexo y con género.

Pueden escuchar el podcast aquí:

Transcripción aproximada:

Este día es complicado porque, desde lo positivo, se conmemoran dolorosos momentos de nuestra historia. Desde Nueva York y las 146 mujeres que murieron en el incendio de la fábrica en la que trabajaban, asesinadas por manifestarse por sus derechos, a las hermanas Mirabal en República Dominicana, pasando por todos y cada uno de los esfuerzos que se extienden hasta hoy.

Sin embargo, hoy también se vuelve un día para felicitaciones vacuas y superficiales: para felicitar “a las princesas”, para regalar flores y chocolates, para engolosinarnos con comentarios sobre cómo hacemos bonita la vida de los hombres o cómo somos superiores a ellos por hacer las cosas en tacones. Todo esto son micromachismos. No hemos entendido que todo esto del feminismo no es una guerra de los sexos sino una lucha por la justicia y la equidad, equidad que no me canso de explicar en las palabras de Micah Pollock. Equidad para ella significa un continuo en la respuesta a la siguiente pregunta: ¿estamos haciendo todo lo posible para que todos y todas tengan la oportunidad de desarrollarse en las mejores condiciones y alcanzar su máximo potencial?

Sobre la educación sexual en Costa Rica

Con miras a eso es que hace algunas semanas un grupo de diez psicólogos, encabezado por tres de nosotros, firmamos un documento sobre los principios básicos que debería seguir todo proceso de educación sexual. El pronunciamiento lee así:

PROPUESTA INTEGRADORA
SOBRE LA EDUCACIÓN SEXUAL EN COSTA RICA

Como psicólogos costarricenses, con experiencia en el campo educativo sobre la sexualidad desde una perspectiva humanista integral, nos preocupa mucho la polarización que vive el país en relación con el tema de la sexualidad. Día a día constatamos reacciones de miedo, desunión e intolerancia, que nos perjudican a todos como sociedad. Por tal razón, de manera personal y no en representación de las instituciones para las que trabajamos, hemos querido buscar puntos de unión desde un enfoque con el que la mayoría de la ciudadanía pueda coincidir. Para esto proponemos diez principios claves sobre la educación sexual que requieren nuestros niños, niñas y jóvenes:

  1. La sexualidad es esencial en la vida humana y está estrechamente unida al afecto.
  2. Los seres humanos necesitan ser educados para crecer y vivir saludablemente la sexualidad.
  3. En el seno de la familia, de la comunidad y del sistema educativo se debe trabajar conjuntamente y con mutua colaboración para el logro de este propósito de educación sobre sexualidad.
  4. Una adecuada educación sexual debe crear conciencia y armonizar entre las dimensiones corporal, psicológica y valorativa, además de adaptarse a las necesidades y vulnerabilidades de cada comunidad y grupo social.
  5. Cuando no hay formación ni acompañamiento, las consecuencias incluyen la violencia en diferentes contextos y un mal manejo de sí mismo, lo que repercute en violencia intrafamiliar, conductas promiscuas, deslealtad a la pareja, incesto, embarazo adolescente, abusos, comportamientos autodestructivos, dependencia de la pornografía y otras adicciones sexuales.
  6. Por el contrario, se ha comprobado que la educación y el conocimiento integral sobre la sexualidad ayudan a prevenir las relaciones abusivas o impropias, el inicio precoz de la actividad sexual, las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos no deseados.
  7. Es necesario promover una cultura de paz y de respeto entre todas las personas, caracterizada por el diálogo abierto y la promoción de ambientes libres de violencia, en los que se practique la tolerancia y la incorporación de todos, comprendiendo las características de cada persona, su historia familiar, religión, orientación sexual e identidad sexual.
  8. Para una sexualidad sana, cada persona debe vivir un proceso de autoconocimiento en los ámbitos físico y emocional, así como elaborar un proyecto de vida constructivo que incorpore el amor y los valores en las relaciones de afecto.
  9. Las personas necesitan de espacios seguros, respetuosos y educativos para conversar sobre su sexualidad, donde puedan ser escuchadas y apoyadas, además de obtener información veraz, científica y acorde a la edad, así como buenos modelos para vivir y trasmitir a otros.
  10. La vivencia sana de la sexualidad debe incluir la promoción de una buena autoestima, que lleve a la persona a actuar con responsabilidad en su proyecto de vida, crecer en la capacidad de compromiso y de entrega al otro, así como de manifestarse con integridad en cuanto a sus más profundas convicciones.

Por lo tanto, tomando como referencia estos principios que mayoritariamente compartimos, proponemos las siguientes acciones para ponerlos en práctica:

– Avalar el acuerdo del Colegio Profesional de Psicólogos de Costa Rica de que es importante que la educación sexual se imparta en el sistema educativo, sin dejar de lado la educación que debe ofrecerse fundamentalmente en el seno familiar y tomando en consideración los valores y creencias que caracterizan a nuestra nación, desde una perspectiva educativa y de sensibilidad cultural.

– Considerar que la educación sexual es un tema de constante diálogo, reflexión y revisión, proyecto en el que deben participar de forma continua las entidades gubernamentales, las familias, las comunidades y las instituciones relacionadas con esta temática.

– Insistir en la responsabilidad que tienen las personas en posiciones de liderazgo de convocar a representantes de los distintos sectores para que, respetando sus diferencias de pensamiento y a partir del programa educativo actual, se establezcan espacios de retroalimentación y mediación que contribuyan a sugerir aquellos ajustes de contenido o metodológicos que resulten pertinentes.

– Creer en la capacidad que poseen las personas para superar el miedo, la polarización y la crítica negativa, mediante la escucha mutua y la unión que nos permitan reconocer el talento, generosidad y compromiso de nuestro pueblo para enfrentar satisfactoriamente estos difíciles retos que hoy nos agobian, como seres humanos, como familias y como instituciones comunitarias y gubernamentales, para el bien del país y de nuestros niños, niñas y jóvenes.

Firmamos:

Claire de Mézerville López, psicóloga y Máster en Educación, representante regional del Instituto Internacional de Prácticas Restaurativas en Latinoamérica

Angie Michelle Salas Monney, Psicóloga.

Daniel Flores Mora, exdirector de la Escuela de Psicología de la UCR y expresidente del Colegio Profesional de Psicólogos de CR

Margarita Murillo, psicóloga, sexóloga y consultora internacional, participante en la primera etapa del Programa para Educación Sexual del MEP

Rene Sandoval, psicólogo del Colegio de Naciones Unidas United World College

María Ramírez, psicóloga y sexóloga, profesora del curso de Sexualidad en Psicología de la U Católica

Álvaro Campos Guadamuz, psicólogo, sociólogo y sexólogo, presidente del Instituto de Masculinidad-WËM

Gaston De Mézerville Zeller, psicólogo y coordinador de los Talleres de Sexualidad y Afectividad del Seminario Nacional en Paso Ancho

Janina Córdoba Ovares, psicóloga y sexóloga, facilitadora en la Comunidad Pas («Perdonados para Amar y Servir»)

Juan Carlos Oviedo, psicólogo y profesor en colegios de Educación Secundaria

Ahora -y a continuación hablo solo por mí y no necesariamente en representación de ninguno de los otros firmantes-, no creo que el consenso sea posible en varios temas en discusión sobre la educación sexual. Comenzando por el tema de educación sobre anticonceptivos, siguiendo con el reconocimiento de la diversidad sexual y continuando con temas relacionados sobre estudios de género. No, el objetivo no es el consenso. Sea quien sea que asuma el liderazgo para tomar decisiones en este respecto, tendrá un grupo importante de detractores. No obstante, si los principios comunes dichos arriba se defienden, se promueven y se colocan como la mesa para el encuentro, la negociación será posible.

Claro, en el clima volátil en el que estamos, lo que se oriente a la mediación y al encuentro tendrá menos likes, menos «compartires» y será menos llamativo. Está más que comprobado que lo que jala es lo que separa, lo que extrema y lo que agrupa con los iguales para apedrear a los diferentes. Son tiempos difíciles estos en los que vivimos. Yo no pierdo un optimismo reservado: creo que somos muchos los que nos brincamos los algoritmos de las redes sociales. Somos muchos los que queremos brincar la cerca y decir: tenemos mucho qué perder. Mejor entendámonos mejor, aunque no coincidamos en todo.

¿Y sobre la ideología de género?

El otro día, en una pequeña entrevista con una periodista de un medio religioso, ella me plantea: “es que hay personas que dicen que la ideología de género no existe.» Aquí mi opinión: un concepto engañoso tramitado en los extremos de “existe o no existe” nos llevará a un callejón sin salida. El problema no son los estudios sobre género (de los cuales hay muchas escuelas), sino el concepto (utilizado únicamente por los detractores, por cierto) de «ideología de género». No porque las teorías de género no tengan un importante componente ideológico, sino porque su uso en esta connotación -me ha parecido a mí-, es peyorativo y dicotómico, planteando que ideología de género equivale a “esto nuevo” y que la tradición anterior, histórica y cultural, para entender el género, el sexo y los roles de hombre y mujer no son ideología también, sino verdad y casi que «ciencia». A ver si me explico: un paradigma patriarcal o machista sería (y es) ideología de género también. Entonces el concepto “ideología” no me sirve porque iría para todos: ya que todo tiene fuertes elementos ideológicos, la palabra ideología sale sobrando. Podemos hablar de teorías de género, de esas hay muchas y muy variadas. Valdría la pena aprenderlas, entenderlas, llamarlas por sus nombres.

Porque al final, ya que las diversas posturas sobre género son todas ideológicas -todas se basan en un conjunto de ideas o creencias-, me parece muy sano especificar de qué estamos hablando al usar el término «Ideología de Género» y por qué habemos muchos que cuestionamos esa concepción: ¿estamos hablando de feminismo, de diversidad sexual, de la relación entre sexo y género, del aborto, de la educación sexual -¿y cuál educación sexual?-, de la heteronormatividad, de la violencia doméstica, o de qué? Una de mis preocupaciones con el término «ideología de género” es que mete todo en el mismo saco. Si bien una persona, yo por ejemplo, puede decidir posicionarse en alguno de esos temas, qué riesgoso sería asumir que eso te asocia «por defecto» con todos los otros tópicos y desde posturas radicales. Es parte de las preocupaciones que compartí en el artículo sobre Políticas dirigidas a la identidad. Ya cada tema deja de ser cada tema, sino que es una camiseta identitaria. O soy todo o no soy nada. Y perdemos la responsabilidad de ocuparnos de cada tema, que de por sí es complejo.

Siendo yo una mujer feminista, me preocupa mucho que la gente asuma lo que pienso sin preguntar, por la que piensan que es «mi camiseta». Ahora es común decir «feminista radical» o «feminazi», porque es una grave tentación desprestigiar con furia esas luchas que nos incomodan. En el caso de la marcha del 8 de marzo en Costa Rica, ya han pasado varios días, otras tres mujeres murieron a manos de sus parejas desde entonces pero el tema en boga sigue siendo que algunas manifestantes vandalizaron obras de arte y paredes de iglesias. Para mí no es el tema de si vandalizar estuvo bien o mal, el tema central es ¿porqué nos aferramos a ese hecho, invisibilizando a las miles que se manifestaron y que no tuvieron relación con esos incidentes? ¿A esas miles que se manifestaron por las mujeres que mueren a causa de una sociedad enferma y cuyos nombres no son recordados en medio de la furia mediática por los grafittis? Ah, pero qué vergüenza ser feminazi.

A amigos cristianos les molesta mucho que se asocie su espiritualidad con la intolerancia o la homofobia. Y bueno, yo los entiendo. Simplemente no es justo. La relación ha existido, pero es injusto generalizar. Regreso al tema: como hablar de ideología de género es hablar de todo -o al menos de cualquier cosa-, pues entonces no es hablar de nada: se convierte en bandera que esgrimen un grupo grande de personas que lo defienden de forma irreflexiva y por lealtad, en ocasiones bajo una pesada influencia de prejuicios y aglutinando todos los temas como si fueran uno solo. Es el pecado de la simplificación. Si los que defendemos ciertas causas, luchas o proyectos resentimos este concepto, de nuevo, desplegado solo por los detractores de alguna o varias de dichas causas, la insistencia en el mismo va a cerrar el diálogo, al igual que lo haría el que yo diga que para hablar de cristianismo voy a usar el concepto de «intolerancia» o de «homofobia», les guste o no, y me crea que tengo argumentos lógicos e históricos para defender esa relación. Igual que dos personas no podrán encontrarse si siguen llamándose por sus apodos, en lugar de tratar de aprender sus nombres y escucharse.

Claro, en la libertad de cada quién está el decir: “lo digo a como veo que es, se ofenda quién se ofenda”. Yo propongo esto: buscar la forma de reconocernos mutuamente no es necesariamente acomodarnos. A veces es necesario ganar una comprensión mayor sobre lo que le preocupa a quién está al otro lado de la trinchera ideológica. En estos tiempos de posturas extremas, por volvernos cada vez más radicales, terminaremos con la cabeza metida en la tierra. Un siglo XXI lleno de avestruces.

Me remito a lo conversado en noviembre en la pieza “Sobre Sexo y Género”.

“El sexo es biológico. Se define en varios niveles, desde el cromosómico (XX para las mujeres y XY para los hombres), se desarrolla mediante las gónadas (testículos para hombres y ovarios para mujeres), las cuales en conjunto con las glándulas suprarrenales y el sistema nervioso central, ejecutan complejos procesos hormonales que también se diferencian entre ambos sexos (con estrógenos y progesterona en el caso de las mujeres y testosterona en el caso de los hombres, aunque todas estas hormonas están presentes en ambos, pero en distinta proporción). Estos procesos definen cómo se desarrollarán los caracteres sexuales secundarios en la pubertad y adolescencia. También tienen implicaciones variables para el estado de ánimo, la conducta y la salud. Estas hormonas pueden desequilibrarse por motivos de enfermedad o trastorno y generar problemas. También, aunque de forma poco frecuente, existen casos de personas intersexuales o hermafroditas, ya que desde estos elementos físicos, presentan una ambivalencia innata. Son situaciones físicas, originadas completamente desde la biología, aunque su abordaje médico se ha modificado en diferentes momentos de la historia. No me adentraré en eso aquí.

Género, por otro lado, se refiere a esa noción socialmente compartida de las cosas que corresponden a un hombre o a una mujer por la única razón de su sexo, aunque no sean originadas por éste. Por ejemplo, asociar el azul con el hombre y el rosado con la mujer, lo cual no tiene ninguna relación con lo biológico. Un ejemplo muy claro para mí de lo que es género se puede ver en la siguiente tira de Quino:

A Felipito, amiguito de Mafalda, le atormenta que lavar platos lo equipare con ser mujer. Ahora bien, creo que es sencillo establecer que lavar platos no tiene que ver ni con cromosomas, ni con gónadas, ni con genitales, ni con hormonas. No obstante, el rol de género de la cocina se le atribuye a la mujer. O, hace no tanto tiempo, solo los hombres podían votar a los gobernantes de un país: eso no está relacionado con genitales ni con hormonas. Eso es género. Se aplica al definir que una decisión de familia la debe tomar un hombre por la única razón de ser hombre, sin tomar en consideración si es la persona con la mayor experiencia o información en el asunto. O que un hombre y una mujer que hacen exactamente el mismo trabajo en la fuerza laboral reciban un salario distinto. Que un padre de familia se refiera a su hijo varón diciendo “¡agárrense nenas!” y luego se refiera a su hija mujer diciendo “¡al que me diga suegro lo mato!”, sexualizando a sus hijos aún desde que son pequeños. Todo eso es género. Género, finalmente, son las reglas que nos hemos enseñado unos a otros acerca de cómo debería ser un hombre o cómo debería ser una mujer: reglas que más que ver con el físico, tienen que ver con un orden social que hemos acordado. Y que lamentablemente nos ha causado mucho sufrimiento.

Los estudios en tema de género son más amplios que una descripción de un par de párrafos. Las personas que quieran estudiar más sobre el tema pueden encontrar opciones de muchos tipos. Existen diferentes escuelas de pensamiento dentro de los mismos y hay un importante asidero investigativo. No es un tema de estudio nuevo, no es llevado a cabo por una única corriente de pensamiento y como dije, conozco a muchas personas mucho más versadas que yo sobre esto. Pero de los ejemplos que mencioné en el párrafo anterior, es sencillo para mí comprender que es un tema de reflexión que nos interpela desde lo más público y político hasta lo más cotidiano. Que afecta nuestra forma de ser y de pensar.

Parte de la confusión que me preocupa sobre el tema de Sexo y Género es el tema de que hombres y mujeres o somos iguales o somos distintos: así, o uno o lo otro y no hay términos medios. O el sexo es absolutamente subjetivo o completamente biológico. ¿De verdad? ¿Queremos una respuesta de sí o no a la pregunta de si somos iguales o somos distintos? No entremos aún en temas de pareja o atracción sexual. Quedémonos por un momento en el simple hecho del ser hombre o ser mujer.

Yo debo decir que somos distintos. Estructuralmente somos distintos y nuestro cerebro funciona diferente. Soy mamá de dos varones y me sorprende lo bruscos que son en sus juegos y lo mucho que les gusta ser dinosaurios feroces. “Así son los hombrecitos”, me han dicho algunas personas (para ser justa con mi experiencia como mamá, también debo decir que he visto otros “hombrecitos” que no son así. Los hijos de algunas amigas mías no lo son. Sobre decir que cada niño es diferente). Existen estudios que han especulado que los adultos tratamos a niños y a niñas de forma diferente desde que son bebés (un breve ejemplo aquí). Que jugamos de manera más brusca y aventurera con los niños y más tiernos y dulces con las niñas, aún sin darnos cuenta. Quizás eso ha impactado nuestro cerebro. Quizás.

Perry (2017) decía que “el cerebro es un órgano histórico, un reflejo de nuestras historias personales. Nuestros talentos genéticos solo se manifestarán si recibimos el tipo apropiado de experiencia en el desarrollo, en el momento justo. Temprano en la vida, estas experiencias son controladas principalmente por los adultos que nos rodean.” (p. 141). Quizás nos programamos en la experiencia social y desde que somos bebés para tener aptitudes diferentes. O quizás no. Quizás sea cierto que somos innatamente diferentes en ciertas aptitudes y fortalezas. Quizás somos parecidos a nuestros familiares más cercanos en el reino animal, que también tienen roles diferenciados para la recolección y la cacería. Quizás. Aún así, esas diferencias no son fórmulas binarias y se mueven en un continuo, como podría ser por ejemplo, la estatura: podemos afirmar que los hombres TIENDEN a ser más altos que las mujeres, pero esto se manifiesta en una variedad donde existen mujeres más altas que la mayoría de los hombres y hombres más bajos que la mayoría de las mujeres.

A todo esto, debemos sumar una variable imperdonable: hemos evolucionado. Hemos desarrollado una neocorteza en nuestro cerebro humano que, a través de la memoria, el lenguaje y la capacidad para aprender, nos coloca en otro plano que el resto de los homínidos. Sería estúpido conformarnos a seguir los patrones de conducta de otras especies si esto va en detrimento de nuestro mejor desarrollo. Si tuviéramos que regirnos por la ley del más fuerte -y no digo que debiéramos hacerlo-, somos una especie en la que “el más fuerte” no lo es por su fuerza física, sino por su capacidad para las ideas. Y en esto, hombres y mujeres tenemos muchas y muy buenas. Hemos sido capaces de formar sociedades y comunidades cada vez más complejas. Si bien el hombre era cabeza del hogar en contextos donde la mujer no podía ni estudiar ni participar como ciudadana, ahora la civilización busca ponerse al corriente, ofreciéndole a la humanidad la oportunidad de abrirnos a masculinidades y feminidades más plenas y libres.

En lugar de pensar que nuestras similitudes y diferencias justifican mantener roles diferenciados, yo supondría que el ser diferentes nos desafía a reconocer que la participación complementaria de hombres y mujeres es necesaria en todos los campos. Igualmente supondría que si somos parecidos, deberíamos ofrecer las mismas opciones de formación y de desarrollo para todos y todas. Y abrir esos espacios es cambiar lo establecido y lo familiar: no basta con solo decir “si pueden, que lo hagan”, sino abrir las conversaciones difíciles, encarar los cambios sistémicos y luchar por las oportunidades que le permitan a las niñas, jóvenes y mujeres recibir la misma plataforma de participación en sus comunidades que recibirían si hubiesen nacido varones.

¿Dónde estaríamos como humanidad si hombres y mujeres participáramos complementaria y equitativamente en el cuido de los niños y niñas? ¿Cómo sería la legislación laboral si el equilibrio entre trabajo remunerado y trabajo doméstico no se asumiera como un problema de mujeres, sino de todos?  Cierto, es la mujer la que lleva un embarazo y la que amamanta a su bebé, pero los años formativos de los niños y las niñas son más que esos únicos períodos. ¿Cómo podemos formar paternidades más integrales, participativas, activas y responsables? No, los hijos no solo son cosa de mujeres.

¿Y como sociedades? ¿A dónde habríamos llegado si mujeres y hombres hubiesen participado de forma complementaria y dinámica en la generación del pensamiento, la ciencia, la literatura, el arte y todos esos elementos que forman a una civilización rica y vibrante? No que la mujer históricamente no haya participado de estos espacios, pero, ¿cómo habría sido su participación de ser validada, invitada e incorporada con el mismo nivel de entusiasmo que la participación del hombre?

Es importante reconocer que una sociedad igualitaria se nos ha escapado, no por una ingenua omisión o ignorancia. No es un error inocente. Vivimos en una sociedad enferma, plagada por violencia de muchos tipos. Sería suficientemente grave si habláramos de salarios menores o insuficiente participación en la agenda ciudadana. La violencia de género es una violencia que mata. Y es un animal vivo que sabe perpetuarse. En una familia donde hay violencia doméstica, las probabilidades apuntan a que los hijos varones repetirán la agresión con sus parejas cuando adultos en la forma de agresores y que las hijas mujeres se convertirán en víctimas de agresión al crecer. Nuestras masculinidades y feminidades están enfermas aunque nos duela reconocerlo y eso no significa pensar que el matrimonio es algo malo: significa reconocer que no estamos bien así como estamos y que las relaciones de pareja necesitan ser más fuertes, más reflexivas, más inteligentes y más cooperadoras. Y que eso debemos enseñarlo a los niños y a las niñas desde muy temprano.

Vivimos en una sociedad en la que a la mujer se le sigue considerando objeto sexual y trofeo: los escándalos de acoso sexual en Hollywood o en las cámaras políticas del Reino Unido fueron “secreto a voces” por décadas, porque ser una mujer que recibe avances sexuales indeseados por parte de un hombre con poder “es algo normal”. Vivimos en una sociedad en la que las personas miran con sorpresa que haya que designar un “día de la niña”, porque no se ha reconocido que las más grandes vulnerabilidades sociales (étnicas, migratorias, económicas, religiosas) serán aún más desventajosas solo por el hecho de haber nacido mujer.

¿Cómo sería una sociedad en la que pudiéramos caminar juntos y libres? ¿Estamos haciendo todo lo posible para que las niñas y los niños tengan la misma oportunidad de desarrollar al máximo sus potencialidades grupales e individuales? ¿Estamos fomentando que niñas, jóvenes y mujeres dispongan de esa plataforma de participación en sus comunidades que nos beneficiaría a todos y todas como sociedad? ¿Estamos formando hombres que tengan una masculinidad más sana, más plena, más libre? ¿No deberíamos de hablar un poco más de esto en las escuelas?”

Cierro el fragmento. ¿Recuerdan la alusión que hice a los avestruces? Saquemos la cabeza de la tierra. Vivimos tiempos muy interesantes. Abramos los ojos, abramos los oídos. Escuchemos con apertura y participemos con responsabilidad, compromiso y coherencia.