Serenidad. Tan necesaria. Ojo, no es pasividad.


Transcripción aproximada de este episodio (con pequeñas adiciones):

Serenidad no es pasividad. Serenidad es desprendimiento e integridad. ¿Cuál es el lugar de la serenidad en medio de la locura de la vida cotidiana, o en relación a los temas sociales y políticos tan llenos de urgencia que nos rodean? Una persona tiene serenidad cuando se reconcilia con sus limitaciones y cuando encuentra coherencia entre lo que piensa y la forma en la que se proyecta al mundo.

Quise iniciar esta temporada del podcast con la guía de la famosa “Oración de la Serenidad”, que se ha dado a conocer principalmente por su uso en grupos de doce pasos. No se sabe bien de dónde surgió. En 1941, en una página de obituarios del New York Herald Tribune, el texto decía:

Madre—que Dios me conceda la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo, y la sabiduría para reconocer la diferencia. Adiós.

Así que opté por dedicar los primeros tres episodios de esta tercera temporada a la Serenidad, a la Valentía y a la Sabiduría. Inicié la semana pasada con el tema de la Valentía. Hoy quisiera hablar sobre la Serenidad.

Desiderata de Max Ehrmann

Esta reflexión de Max Ehrmann de 1927 (en el podcast menciono que creo que es de 1938, lo cual es un error. Lo que sí es cierto es que se publicó en 1948), es lo primero que pienso al recordar la palabra serenidad. Lo transcribo completo aquí:

“Camina plácidamente entre el ruido y las prisas, y recuerda que la paz puede encontrarse en el silencio. Mantén buenas relaciones con todos en tanto te sea posible, pero sin transigir. Di tu verdad tranquila y claramente; Y escucha a los demás, incluso al torpe y al ignorante. Ellos también tienen su historia. Evita las personas ruidosas y agresivas, pues son vejaciones para el espíritu. Si te comparas con los demás, puedes volverte vanidoso y amargado porque siempre habrá personas más grandes o más pequeñas que tú. Disfruta de tus logros, así como de tus planes. Interésate en tu propia carrera, por muy humilde que sea; es un verdadero tesoro en las cambiantes visicitudes del tiempo. Sé cauto en tus negocios, porque el mundo está lleno de engaños. Pero no por esto te ciegues a la virtud que puedas encontrar; mucha gente lucha por altos ideales y en todas partes la vida está llena de heroísmo. Sé tu mismo. Especialmente no finjas afectos. Tampoco seas cínico respecto al amor, porque frente a toda aridez y desencanto, el amor es tan perenne como la hierba. Acepta con cariño el consejo de los años, renunciando con elegancia a las cosas de juventud. Nutre la fuerza de tu espíritu para que te proteja en la inesperada desgracia, pero no te angusties con fantasías. Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad. Más allá de una sana disciplina, sé amable contigo mismo. Eres una criatura del universo, al igual que los árboles y las estrellas; tienes derecho a estar aquí. Y, te resulte o no evidente, sin duda el universo se desenvuelve como debe. Por lo tanto, mantente en paz con Dios, de cualquier modo que Le concibas, y cualesquiera sean tus trabajos y aspiraciones, mantente en paz con tu alma en la ruidosa confusión de la vida. Aún con todas sus farsas, cargas y sueños rotos, éste sigue siendo un hermoso mundo. Ten cuidado y esfuérzate en ser feliz”.

Son bellas palabras. Muy lejanas a mi sentimiento del día de hoy. Iré de lo más cercano a lo más amplio.

Vida cotidiana.

Mi hijo de menos de tres años orinó mi cama. Otra vez. Saliendo a prisa para llevarlos a su escuelita, mi hijo de cinco años, aficionado a los dinosaurios, llega llorando porque un juguete de huevo prehistórico de plástico se le quebró – o mejor dicho, lo quebró él-. Le explico que eso es difícil de arreglar, que lo veremos en la tarde, e inicia un berrinche tipo “¡No, mamá, debés arreglarlo ya!” Su insolencia es interrumpida por mi mamá que me llama por teléfono para decir que Maritza no vendrá. Maritza es una señora de confianza, muy querida por mi familia, quien le ha trabajado por años a mis papás en ayuda doméstica y mi mamá, como una forma de apoyarme, le ha pedido que venga a mi casa una mañana por semana, para hacer algunos oficios urgentes. Normalmente no me atengo a su ayuda, pero esta semana sí lo hice: no hay platos limpios, la cama está orinada… “la casa está hecha un desastre”, pensé. Mi madre oyó a mi hijo llorando por su huevo y me pregunta qué le pasa, pero por la bulla, mejor decidió colgar. Hablamos después.

Salgo con los niños, David aún llora y me agarra de la pierna. Mi paciencia está al límite.

“- ¡Que no me agarrés de la pierna, carambas! ¡Me puedo caer!”, vocifero.

“- ¡Yo no soy ningún carambas! ¡¡Y no voy a la escuela!!” Con los brazos cruzados se arrincona frente a la puerta del apartamento.

Bajo al niño de dos años al carro. Me pregunta qué le pasa a su hermano y trato de medio explicarle. “¿Y vos estás enojada, mamá?” me pregunta un poco temeroso.

Serenidad. George Costanza, el querido personaje de Seinfeld gritaba aturdido “¡Serenity now!”, o en español, “¡Serenidad ahora!” cuando se sentía sofocado. La imagen viva de un oxímoron. Y bueno, yo en ese momento, un oxímoron con patas, tratando de resolver lo cotidiano.

El dolor de los demás

Nos atraviesa. En Costa Rica hay un fuerte debate que se ha exacerbado en los últimos meses y semanas. Desde las guías de educación sexual promulgadas por el Ministerio de Educación, las cuales promueven un enfoque de no discriminación, hasta la opinión consultiva a la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre la identificación registral de personas transexuales y sobre el acceso al matrimonio civil por parte de parejas del mismo sexo. Mi opinión al respecto, la expresé en esta columna.

La respuesta ha sido explosiva y volátil. Un psicólogo y teólogo, Milton Rosales, publicó un video expresando su preocupación con respecto a un candidato presidencial que está haciendo de este tema su bandera, movilizando las pasiones religiosas que, claramente, le ganarán muchos votos. Su video fue reproducido medio millón de veces y compartido más de diez mil veces en Facebook. La respuesta de los detractores fue apasionada: el video fue censurado y Facebook lo quitó.*

Curiosamente, personas que se oponen a la resolución de la CIDH o a las guías de Educación Sexual han sido sumamente vocales en su oposición. Es válido. Estas guías, según el periódico La Nación del día de hoy, fueron condenadas por siete municipios costarricenses por oponerse a nuestra cultura cristiana y de buenas costumbres. Confieso que sentí que me iba a dar una colitis al ver esa noticia. Como he dicho en publicaciones anteriores, y en mi opinión expresada en Sobre sexo y género, me parece bien que se cuestionen las guías, pero no que se repriman, lo cual considero igualmente una imposición ideológica.

Estas personas, a su vez, me han expresado que temen que se reprima su libertad de culto. Que no es justo que se les catalogue como intolerantes u homofóbicos, o que se les agreda y se les insulte. ¿Mi respuesta? Les apoyo en ese sentido. Totalmente. Yo me opondré firmemente a la censura, siempre y cuando las ideas se expresen con respeto. Defenderé que una persona hable de sus convicciones, siempre y cuando no parta de la imposición a otros, o no atente contra la integridad de otros (¿Acaso no es la fe una invitación libre?). Mis amigos han quedado más o menos satisfechos con mi respuesta. Y sin embargo, no es a ellos a quienes hoy se les están censurando videos de opinión o enviando amenazas soeces.

Se le han enviado mensajes a Milton Rosales diciéndole insultos que no puedo repetir aquí, enviándolo al infierno y deseándole los más groseros y vulgares ultrajes. No es el único. Lejos de ello. Los insultos que ha recibido Ana Helena Chacón, vicepresidenta de la República, no se alejan de este tono sangriento, guerrillero y militante. Las redes sociales se han convertido en trincheras y el disque fervor religioso está justificando una violencia verbal que me tiene aterrorizada.

Una querida amiga que trabaja en la Universidad Bíblica Latinoamericana, la cual apoya a sectores sociales, incluyendo la población LGBTIQ, ha sido testigo directo de los insultos y amenazas violentos y vulgares por posicionarse en este tema. Ella es comunicadora de esa institución y dice que las amenazas que están recibiendo de personas en supuesta defensa de la Biblia y del pueblo de Dios, son escalofriantes. Aparentemente, teologías que se alejen de las ortodoxas no son bienvenidas tampoco. Muchos tenemos miedo.

Y yo me pregunto, ¿dónde está ese liderazgo religioso, tan eficaz para convocar a marchas y para pronunciarse en comunicados oficiales contra la Corte Interamericana, o contra métodos anticonceptivos que ofrezca la Caja del Seguro Social, o para condenar a las guías de educación sexual para décimo año, ahora? ¿Dónde está ese liderazgo llamando al orden? ¿Repudiando explícitamente y separándose de forma categórica de las manifestaciones de (lo lamento, las palabras sí aplican:) odio y discriminación? ¿Condenando las amenazas, la violencia, el irrespeto?

Qué simbólico que las esculturas de Edgar Zúñiga «Nuevo Paradigma» y «Resistiendo y Hacia la Incertidumbre» fueran vandalizadas hoy.

¿Habrá entonces campo para la serenidad en una situación amenazante, apremiante por las elecciones que vienen?

No olvido las palabras de Monseñor Oscar Romero, las cuales he compartido y ampliado en episodios anteriores: “de vez en cuando, dar un paso atrás nos ayuda a tomar una perspectiva mejor. No podemos hacerlo todo y en ese conocimiento hay una cierta liberación. Podemos hacer algo y debemos hacerlo muy bien.”

“Serenity now!”, vociferaba Constanza.

Bien. Demos un paso atrás. Tomemos una perspectiva mejor.

Serenidad no es pasividad.

Serenidad no es pasividad, indiferencia o conformismo. Serenidad es un acto consciente de asumir las propias limitaciones: es cambiar la creencia disfuncional y grandilocuente de que podemos controlar todo y cuando no, gritarle a otros para que lo controlen -¡y que lo hagan a como yo lo deseo!- y contemplar la posibilidad de que somos piezas pequeñas de la historia… tan pequeñas.

Serenidad parte de una integración cognitiva, emocional y física. Se relaciona con la respiración. Con encontrar el propio centro. Sentirnos nosotros mismos. El antídoto contra la radicalización de ideologías es fortalecer el yo de las personas: su individualidad, su capacidad para la autonomía, para la reflexión y el amor. Esto atraviesa esa oportunidad que tenemos para detenernos, autorregularnos y pensar. Concientizar la respuesta fisiológica de ataque y huida, regular el ritmo cardíaco, respirar honda y profundamente.

Serenidad consiste en soltar. Soltar el control. Soltar el temor que incita a la violencia. Hacer las paces con la posibilidad de que ocurra lo bueno o lo malo.

Medito mucho acerca de cómo hablarle a mis hijos. No quiero mentirles. No me gusta decirles, cuando se ponen ansiosos o difíciles: “todo va a salir bien”. No quiero decirles eso, porque no lo sé. He optado por decirles: “todo tiene solución”. No sé si eso sea una mejor respuesta, pero creo que al menos les devuelve un poco de control. Y asume que puede pasar lo malo, pero habrá soluciones a nuestro alcance, si estamos atentos y creemos en nuestra capacidad para hacer de este mundo un mejor lugar.

Puede que la población continúe incrementando su discurso violento. Es posible que quede de presidente de Costa Rica una opción que le haga daño al país. Es probable que la supresión de las guías de educación sexual tenga un impacto negativo en una de nuestras poblaciones vulnerables: los y las menores de edad. Serenidad. Algo haremos. Algo haremos. Algo se nos ocurrirá, en lo que podamos. Respiremos profundo. Detengamos la violencia, comenzando por nosotros mismos.

Hoy.

Mi hijo de dos años me preguntó: “¿Estás enojada?” Sí lo estaba. Y frustrada. Y apurada. Y contemplando diversas opciones de castigo severo. Recordé una charla para padres donde decían “los niños no son malos. Son… niños”. Respiré hondo. “- No, mi amor. Estoy preocupada porque no sé cómo ayudarle a David.” Adrián sonrió y me dijo “-Ya entiendo, mami.” Puse a Adrián en su sillita, le abroché el cinturón de seguridad y le dije: “-Esperame aquí un momento, voy por tu hermano.”

David estaba arrinconado frente a la puerta del apartamento. Me senté en la grada y puse mi mano a mi lado, señalándole que viniera a sentarse. Y esperé. Y respiré. Esto podría tardar. Pero no tardó. Él se sentó a la par mía de forma brusca.

“- David, ¿te acordás que doña Maritza a veces viene? Hoy no puede venir y tengo que hacer muchas cosas más además de mi trabajo. Y estoy apurada. Yo te puedo arreglar tu dino, pero no ahora.”

“- ¡Pero le podrías poner masking tape!”

“- Se quebró mucho, amor. No creo que el tape sirva. Pero le puedo poner goma líquida y ver si funciona. Pero no ahora.”

“- ¿Cuál goma?”

“- La transparente, la que usamos en Navidad.”

Ya tenía su interés. Habíamos dejado de ser adversarios (Y ahí me acordé de lo otro. ¿Será que ahí está el secreto? ¿En no ser adversarios? ¿Al menos no así como así?). Le pregunté a mi niño si podíamos irnos ya y él asintió con la cabeza. Fuimos de la mano, se montó al carro y los dejé en su escuelita. Calculé un par de horas de trabajo para la noche, para poder compensar por el tiempo. Llamé a mi mamá, que quedó un poco nerviosa de nuestra última conversación. Puse música, puse la lavadora, restregué el colchón orinado (creo que olerá mal para siempre) y comencé a lavar la montaña de platos porque no tengo ni una cuchara para cocinar o comer. Todo tiene solución, pensé. Casi podría decir que todo va a salir bien.

Y entonces se fue el agua.

*Escribí este artículo el martes 16 de enero por la mañana. El jueves 18 de enero, a eso de las 5:00 p.m., Facebook reactivó el video de Milton Rosales.