Muchas personas amanecerán el próximo lunes sintiéndose -o sintiéndonos- perdidas y desconcertadas. Y las heridas quedarán abiertas y profundas para todos. Pero haríamos muy mal si, además de eso, perdemos también la democracia.
Es un villano muy extraño, este Grenouille de la novela El Perfume. Interesante que logra sacar al villano que tenemos dentro. Este volátil fin de década me recuerda la descripción de los habitantes de Grasse, después de que, expuestos al perfume de Grenouille, se entregaran sin pudor a sus pasiones en plena plaza de Cours como un colectivo ebrio de sus instintos más primitivos. Una vez pasado el efecto, vuelven a la normalidad y tratan de retomar sus vidas, cerrando los ojos, en la medida de lo posible, a lo acontecido. Pero muy en el fondo, todos saben. Se vieron por lo que realmente son. Y aunque no lo digan, todos recuerdan.
La campaña electoral de Costa Rica está por terminar. Es difícil hacer un podcast sin posicionarme a favor y en contra de algún candidato. Algunos podrán decir que una quiere quedarle bien a Dios y al diablo (cuál es el diablo, depende de a quién se le pregunte, pero quién sea, lo verá igualmente terrible y demoníaco, así de polarizados estamos). Debo decir, sin embargo, que desde mi perspectiva, ninguno de los candidatos está ni si quiera cerca de ser un Grenouille. En medio de este tiempo de grandes emotividades y mucho miedo, yo estoy orgullosa de mi país. Costa Rica me enorgullece: cuenta con dos candidatos a la presidencia que se expresan en sus intercambios con respeto y que en los debates hablan de ideas más de lo que arrojan afrentas personales. Hay mucho de qué hablar sobre la importancia de debatir para la democracia. Ese es un tema en sí mismo. En los debates que sí se llevaron a cabo, al menos al momento de preparar esta nota, sí se ha hecho política. En este tiempo difícil que vivimos como país, yo me siento orgullosa de nuestro proceso electoral.
Que no significa que no estemos exentos de peligros o que no tengamos heridas profundas y abiertas. Algunas letales. Como ciudadanos, desde diferentes grupos y posturas personales, muchos sí nos entregamos a nuestras pasiones, nos dejamos llevar en plena plaza de Cours: en medio de redes sociales, medios de comunicación e improperios en las calles o lo que es peor, alrededor de la mesa de nuestras casas. Familias, colegas y amistades soportan la tensión del antagonismo político. Como colectivo de colectivos, porque al fin y al cabo, eso es lo que somos en este país, amaneceremos el próximo 2 de abril con un nuevo presidente y una severa resaca política. Porque algo nos pasó. Buscaremos a nuestras ropas y a nuestros hijos y trataremos de seguir adelante, pretendiendo que el culpable de la violencia fue únicamente el otro. Y aunque procuremos seguir con nuestras vidas, ya nos hemos visto por como realmente somos.
Estas elecciones no son un fenómeno circunstancial detonado únicamente por el desempeño en gobierno del Partido Acción Ciudadana, ni por la opinión consultiva de la CIDH. Si bien esos elementos tuvieron un impacto significativo, lo que estamos viviendo ahora es fruto de varios elementos que nos han alienado como comunidades y que no son exclusivos de Costa Rica, por una historia que fue arrastrándonos a este momento. Menciono algunos temas que no son los únicos: la sobre-academización de las luchas sociales, las necesidades insatisfechas de grupos que luego entregan su confianza a quién les ofrezca esperanza… una confianza excesiva en muchos casos, o la alienación -rayando en invisibilización- de las preocupaciones de grupos privilegiados que tienen dificultades para entender los cambios que son necesarios para todos… pero que alteran lo conocido. Por favor que no se me malinterprete: no estoy diciendo que las luchas sociales se quedaron en lo académico, ni que las necesidades insatisfechas de grupos se contestaran con estafas y mucho menos que tenemos que «disculparnos» o «justificarnos» con las poblaciones privilegiadas por luchar por la equidad. No digo eso. Del todo. Sí digo que algo ha salido muy mal. Dominic Barter decía que «cuando la pregunta trasciende el quién hizo bien o mal a qué necesidades estaban insatisfechas, la estructura de la justicia misma dejará de servir al poder y pasará a servir a las personas.»
Yo me temo que quizás estamos enfrentando la tormenta perfecta para nuestra democracia. Creo que todos tenemos que preguntarnos cuál es el lugar que tomó la política en nuestras vidas en este escenario. Y aún más importante, cuál es el lugar que asumimos nosotros y si ese lugar si fue constructivo o no.
Uno de los principales venenos que nos tiene intoxicados es el antagonismo. David Frum (2018) lo describe como el concepto político del partidismo negativo, concepto propuesto por Abramowitz y Webster, según el cual, aunque muchas personas no se identifiquen con algún partido político en especial, prácticamente todas repelen a uno de estos partidos mucho más que a otro. Nos une el rechazo hacia algo. Y bueno, en río revuelto, ganancia de pescadores: algunos ganan mucho de este poderoso fenómeno que constituye el de consolidar a «un enemigo común.» Yo debo reconocer que después de estas elecciones hay personas a las que veo con suspicacia. Antes de este proceso no las miraba así. Como si fuéramos enemigos. El gran problema de volvernos enemigos es que nos podemos poner un poco paranoicos. Y eso es muy peligroso. Se ha estudiado en Estados Unidos que la proclividad de las personas a creer teoría conspirativas se ha incrementado de forma importante en los últimos años. Y que la cantidad de personas dispuestas a creer en teorías de la conspiración ha aumentado. Estamos medio paranoicos. Lo que vuelve a una persona con paranoia muy peligrosa, pensando en el individuo y desde la psicopatología, es que ataca bajo el delirio de que se está defendiendo. Yo creo que estamos todos peligrosamente a la defensiva. Eso me causa una gran preocupación.
¿Cómo fue esa bonita frase de la última película de La Guerra de las Galaxias? «No es luchando contra lo que odiamos, sino defendiendo lo que amamos que ganaremos esto». Creo que decir la frase no cuenta como spoiler. Claro, si usted es fanático o fanática, le ha agarrado un poquito tarde para ver la película. ¡Aproveche esta Semana Santa!
Kaethe Weingarten (2003) dice que «sea en relación con la gente que nunca conoceremos o los extraños que estamos por conocer, o aquellos que se nos volvieron extraños por el desgaste de la vida, reconocer nuestra humanidad común nos confronta a todos.« Quizás reconocer que tal vez todos estamos odiando un poquito nos haga buena falta. Me llama la atención cómo ambos partidos usan la palabra amor. Y está bien. Un amigo mío no se cansa de decir que no hay mayor arrogancia que atribuirse el monopolio del amor. Bueno, pero también está el monopolio del odio, solo que ése se lo arrojamos al otro como una papa caliente: «usted y su discurso de odio», vociferamos. Todos odiamos… mi esperanza es que en la gran mayoría de los casos, por ese odio que tenemos, tenemos una cantidad aún mayor de miedo. Quizás ahí está nuestra humanidad común, en el poder reconocer que todos tenemos miedo. Que nos necesitamos los unos a los otros.
Craig Adamson, uno de mis jefes en IIRP, me insistía, ante mis inquietudes sobre el panorama político, en preguntarme cuál es la intención de cada conversación. Él me dijo una vez: «hay mejores alternativas cuando el objetivo no es convencer, sino ganar una mayor comprensión de lo que cada quién piensa. Aunque el acuerdo no sea posible.» Ganar una mayor comprensión: sobre lo que nos asusta, sobre lo que necesitamos, sobre lo que defendemos. Solo intentar comprenderlo un poco más y un poco mejor.
Weingarten habla del compassionate witnessing o del atestiguar con compasión y lo define como esa decisión activa de darnos cuenta, de tomar conciencia de lo que pasa y de actuar con respecto a lo que observamos, con el propósito de transformar y no exacerbar la violencia.
Yo hoy quisiera invitarnos a todos a atestiguar con compasión lo que vivimos y a buscar con suma honestidad y coherencia cuáles acciones podemos tomar, para transformar la violencia en lugar de exacerbarla. No hay respuestas sencillas. Al menos yo no he encontrado. Pero les comparto lo que voy a hacer. Yo defenderé lo que amo. Hay mucho que odio, posiblemente porque hay mucho que temo, de ciertas propuestas, de ciertos mensajes, de acciones que considero manipuladoras. Pero quedan cinco días. No los viviré concentrándome en eso.
En estos cinco días, defenderé lo que amo: amo vivir en un país democrático. Amo la idea de que lo que pase con Costa Rica no depende solo del presidente electo, sino de todos y todas. Amo la idea de que quién sea electo, será electo sin actos de violencia. Amo la idea de respetar el resultado, sea cual sea, porque la democracia como un todo es más importante que esta elección particular. Amo la idea de que confiemos en nuestra institucionalidad, porque nos ha probado con décadas de experiencia, que en Costa Rica sí celebramos una fiesta democrática en la que nuestros votos sí cuentan. No perdamos eso. No lo sacrifiquemos por miedo. Si hay denuncias qué poner, las pondremos. Debemos tomar toda acción necesaria que nos lleve a transformar -y no a exacerbar- la violencia.
Alguien va a perder la elección. Muchas personas amanecerán -o amaneceremos- el próximo lunes sintiéndose -o sintiéndonos- perdidas y desconcertadas. Y las heridas quedarán abiertas y profundas para todos. Ha sido un proceso traumático, éste. Pero haríamos muy mal si, además de eso, perdemos también nuestro compromiso para con la democracia. Como bien lo decía Oscar Romero: «a veces dar un paso atrás puede darnos una perspectiva mejor. No podemos hacerlo todo y en ese conocimiento hay una cierta liberación.» Demos un paso atrás. Sea quién sea que quede electo presidente, tenemos muchas pequeñas batallas por delante: muchos temas, muchas necesidades. Hay mucho que amamos que continuaremos defendiendo paso a paso. Por ahora, preparémonos para aceptar el resultado, sea cual sea. Será la elección de nuestra mayoría. Así funciona. Muchas personas alrededor del mundo desearían vivir en una sociedad en la que sus votos cuenten. Nuestros votos valen, aunque no necesariamente ganen.
Si Lewen. The Parade. 1957.