La compasión a uno mismo no es lo mismo que la auto-compasión. Y es el primer paso para transformar la violencia. En tres partes, me gustaría hablar sobre lo que Kaethe Weingarten (2003) llama en inglés «compassionate witnessing» y que me he atrevido a traducir como «atestiguar compasivamente»; ella lo define como esa decisión activa de darnos cuenta y de tomar conciencia de lo que pasa para actuar con respecto a lo que observamos, de forma que transformemos y no exacerbemos la violencia.
En esta primera parte quisiera referirme más bien a la importancia de la compasión a uno mismo. No, no es auto-compasión, no es ley del pobrecito, no es carta abierta a la mediocridad. El idioma nos hace un juego interesante: en inglés es muy diferente decir «self-compassion», un término más bien positivo, relacionado con el autocuidado, pero que literalmente sería «auto compasión», que en español nos suena a algo feo. Y sin embargo, decir «self pity» en inglés, se traduciría como «auto-piedad», pero ese sí es el término que asociaríamos con lo patético de la auto-compasión.
Son juegos de palabras que nos alejan del punto. El punto central es que no podemos dar lo que no tenemos y transformar la violencia comienza por el monólogo interno que manejamos. En muchos casos, asociamos la amabilidad hacia uno mismo con mediocridad o debilidad. Si en algo nos interesa transformar nuestras comunidades, volverlas más sanas, más fuertes: ayudar a las personas que nos rodean a crecer y a ser ellas mismas, necesitamos comenzar desde adentro.
En las próximas dos partes, hablaré sobre las posiciones que ocupamos como testigos, según dos factores: el primero, ¿estamos conscientes de lo que nos rodea? y el segundo factor: ¿tenemos la capacidad para intervenir sobre nuestra realidad? Se resumirían en dos palabras: conciencia y empoderamiento. Y cómo se combinan en nuestro actuar será tema para las futuras ocasiones, pero por el momento quisiera reflexionar sobre esta idea: ¿cómo se aplican estas preguntas sobre su conocimiento de usted mismo? ¿Se comprende, se conoce? Y además de la conciencia, ¿siente que tiene usted las riendas sobre usted mismo? Son dos momentos: el tomar conciencia y el tomar acción. Pero ojo, por hoy no se haga estas preguntas desde el «dónde debería estar». Nada más observe dónde está y contemple su relación con usted. Nuestra autoconciencia es el maravilloso don que tenemos como seres humanos y que nos hace únicos como especie. Puede ser un don o una maldición. Optemos hoy por el don.
Como mamá, uso mucha de mi energía en tratar de encontrar el difícil balance de cómo tratar a mis hijos. ¿Soy muy severa? ¿Les estoy dando suficiente amor? ¿Los estoy malcriando? ¿Los presiono demasiado? ¿Los consiento más de la cuenta? Y nunca sé, pero me ayuda recordar el equilibrio que plantean los compañeros y compañeras de Parentalidad Positiva: necesitamos ser firmes y amables. O lo que hemos aprendido desde las Prácticas Restaurativas: las relaciones sanas ofrecen alto apoyo y alto control (entendiendo el control como límites y expectativas). Esperamos mucho y apoyamos mucho también. ¿Somos así con nosotros mismos?
Hace cerca de dos años estuve en un círculo con Kay Pranis. La famosa Kay Pranis, que nos dice que todo grupo tiene la sabiduría colectiva para resolver cualquier cosa siempre y cuando todos y cada uno cuenten con un espacio seguro en el que puedan expresar sus más íntimas verdades. Esa Kay Pranis. Fue un círculo para hablar sobre experiencias, desafíos, esperanzas para fortalecer comunidades. Al finalizar dijo: «quisiera hacer una última vuelta con una última pregunta: ¿qué está haciendo usted para cuidarse a usted mismo?» Y comenzó a circular la pieza de diálogo. Les confieso que sentí un nudo en mi garganta y me fue difícil escuchar a los demás. ¿Me estaba cuidando? Y si no… ¿por cuánto tiempo iba a poder ofrecer ese trabajo, ese esfuerzo que quería ofrecer a los demás?
Puede ser de ayuda considerar las categorías de Neff (2014) para entender la compasión a sí mismo. Parten de seis ideas, tres que debemos cultivar y tres que debemos ir soltando.
Debemos cultivar las siguientes ideas:
- Ser amables con nosotros mismos: buscar consuelo cuando experimentamos dolor y tener tolerancia ante nuestras limitaciones.
- Reconocer la humanidad común: entender que lo que hago y lo que vivo lo hacen y viven incontables personas. Y ver esto como una realidad positiva y esperanzadora. Esta frase the Weingarten que les compartí en el episodio anterior tiene un buen lugar aquí: “sea en relación con la gente que nunca conoceremos o los extraños que estamos por conocer, o aquellos que se nos volvieron extraños por el desgaste de la vida, reconocer nuestra humanidad común nos confronta a todos.»
- Mindfulness: Tener espacios para vivir el aquí y el ahora. Conectarnos con el momento presente desde lo bio-psico-espiritual. Es decir, desde la respiración, la conciencia y la conexión con la vida. En episodios anteriores he mencionado ejercicios simples de mindfulness, pero aquí les propongo uno nuevo: cerrando sus ojos y respirando profundamente, piense en algo que le traiga gran alegría según cada uno de sus cinco sentidos: algo que le alegre ver. Medítelo por algunos momentos. Algo que le alegre escuchar, algo que le alegre saborear, tocar u oler. Por cada uno de sus cinco sentidos, contemple ese pensamiento por unos momentos, respirando pausadamente. Eso es mindfulness. Cabe mencionar la importancia de rescatar el silencio en nuestras vidas llenas de ruido. Leí esta semana una referencia a un estudio del 2013 hecho con ratas, en el cual la exposición al silencio durante dos horas diarios, regeneró las células del hipocampo en las ratas. El hipocampo es esa parte del cerebro relacionada con la emoción, la memoria y el aprendizaje. Así que sí, mindfulness y silencio.
¿Cuáles cosas deberíamos evitar o ir dejando ir? Según Neff (2014) serían:
- El juzgarnos a nosotros mismos: el monólogo interno basado en la culpa, el miedo, el fallo, la recriminación.
- El aislamiento: experimentar nuestras dificultades o errores desde la inferioridad y creer que las otras personas tienen todo más fácil o serían fácilmente capaces de lograr mejores cosas que nosotros. Ya hemos hablado en otro episodio sobre el Síndrome del Impostor.
- La sobreidentificación: obsesionarnos con los errores, con lo negativo. Enfocarnos desproporcionadamente en lo que está mal y dejar que los afectos tóxicos nos dominen.
Dejar ir el juicio, el aislamiento o esa obsesión con los errores puede sentirse riesgoso para alguien que piensa que «la letra con sangre entra» y que la severidad es necesaria para mejorar. Estilo militar. No puedo afirmar que estas cosas no sean efectivas. Quizás son efectivas. Pero ¿a qué precio? ¿Y será posible obtener ese crecimiento al que estamos aspirando, pero de una manera en la que no nos tratemos con desprecio? Porque debo repetir: transformar la violencia comienza desde adentro.