De Loving Vincent a Star Wars en una tarde. Y un poquito sobre el relativismo moral.

Una tarde cinéfila con dos películas totalmente distintas. Una reflexión personal  sobre la belleza, el contexto histórico y la confusión que compartimos en el siglo XXI y nuestras verdades más humanas al contemplar un cine capaz de emocionarnos.

Al final de la nota, comparto una reflexión sobre el temor que genera el fenómeno del relativismo moral, especialmente en quienes hemos crecido en contextos conservadores y cómo podemos entenderlo a la luz del momento histórico que estamos viviendo.

Preámbulo. Mis artesillas rebuscadas.

Hace algunos meses, sintiéndome muy deprimida, fui a una cita médica de control y el doctor me dijo que necesitaba sacar cita con un psiquiatra lo más pronto posible. Más bien aposté por buscar clases de dibujo. Desde que tengo memoria me sentí inclinada hacia las artes, pero no recibí educación formal al respecto y como adulta joven, fui abandonando toda expresión artística porque me convencí de que no había absolutamente nada que yo pudiera hacer que no fuera una repetición aburrida y de menor calidad de otras cosas que otros ya habrían hecho mejor.

Fue este año, replanteándome el proyecto de vida, que comencé a escribir poesía pródigamente otra vez. Las clases de dibujo también me abrieron un horizonte de sosiego. ¿Qué aporte existe en hacer una réplica a lápiz lo más parecida posible a una fotografía? ¿O algún poema insípido sobre el cansancio? Ciertamente el mundo giraría exactamente igual sin esas cosas. Pero la experiencia de ver brotar algo de mis dedos que sea creativo y que se aproxime a lo bello… pues me da esperanza.

En resumen, observar y crear lo bello nos abre las compuertas a un universo desconocido: el del propio mundo interno donde todo se conecta. En esa búsqueda -y considerando que mi tiempo libre es muy específico-, dediqué mi tarde y noche, aprovechando que los niños pasarían con su padre, para amar el cine e ir de una buena película a otra, buscando belleza y emociones. Aquí lo que encontré.

Loving Vincent

Vi Loving Vincent en el Cine Magaly. Ese lugar me transporta a otra época. Recuerdo tener unos cuatro años la primera vez que fui al cine. La primera película que fui a ver, con mi mamá y mi hermano mayor, fue La Princesa Prometida (The Princess Bride) ahí mismo, en el Magaly. El Cine Magaly es una joya josefina del cine costarricense. Ahora se ve diferente. Su actual imagen, inspirada en el Art Deco, hacen de las artes cinematográficas una experiencia completa. Me gusta más ahora: trata de ser coherente con la asociación a un cine no comercial. Aunque sus lámparas de lágrimas, los espejos y los rótulos románticos de los baños permanecen y ya habían quedado grabados en mis recuerdos infantiles. No pude evitar recordar los años en los que el muro de la entrada del Magaly se convertía en un mural gigantesco de la película en función. Quise encontrar en internet fotos de aquella época. No tuve éxito.

Loving Vincent es una película del 2016 que se presentó esta semana como parte del Festival de Cine de Costa Rica 2017. No siempre es fácil coincidir con otras personas y he venido descubriendo los variados sabores y sentimientos de salir y disfrutar de mi propia compañía.

El espectáculo de óleo y lápiz de la película es magistral. Las evocaciones a las obras de Van Gogh apelan a sentimientos muy profundos para quienes nos hemos sentido interpelados por su historia. Recuerdo que hace años yo tenía un pequeño libro de postales de sus obras y me inquietaba ver sus pinturas de trigales,  con más y más cuervos en cada postal. La imagen de los cuervos ensombrecía mis sentimientos, pensando en los tormentos que acosaron a este hombre durante su vida. Esta película hace una apología a una realidad injusta e ilógica y que solo es lo que es: un hombre acosado por sus demonios, pero retratado desde la genialidad, la ternura y finalmente la humanidad. El inglés «Loving Vincent» no se traducía, como yo pensaba, en «Amando a Vincent», sino más bien conmemorando su firma en las cartas a su hermano Theo: «Vincent Amoroso». Aún así, esta es una película de muchos artistas volcando su talento: literalmente amando a Vincent.

¿Es válido pensar así de un hombre solitario y con brotes psicóticos que, en medio de su genialidad, fue un loco que no supo encontrar su lugar en el mundo? ¿Vincent el Amoroso? La película finaliza, dejándonos a los espectadores embriagados de belleza y con el corazón embargado por la pena. Al terminar la película, la sala de cine, que estaba repleta, rompió en aplausos.

Star Wars. Episodio VIII.

Siendo el viernes mi «noche libre de niños», con anterioridad había comprado en línea mi entrada para ver la nueva película de Star Wars: Los últimos Jedi. Fue la víspera que me percaté de que podría ver ambas películas en la misma fecha, una después de la otra. «Mi cerebro puede con esto», me dije a mí misma. Me trasladé desde el cine Magaly hasta Multiplaza Curridabat y llegué a un ambiente en absoluto contraste al anterior: un Mall lleno de villancicos, luces y gente. Si bien el festival de cine del Magaly también estaba lleno de personas, la cantidad de gente con prisa, paquetes y listas de compras se sintió muy diferente en el Mall. Especialmente en temporada navideña.

Como una adecuada esclava de mi época, necesitaba cargar mi celular, así que busqué una cafetería con un tomacorriente, mientras esperaba la hora de inicio de la película. Tuve que colocar la silla de forma un poco extraña para que el cable del teléfono alcanzara. En ningún momento dejé de sostener el aparato: no sé bien si por no arriesgar que alguien lo robara o porque no sabría qué hacer conmigo misma mientras estoy esperando en una silla a solas, a menos que sea ojeando el celular. Debí traer un libro. Qué extraño es no saber cómo esperar sin «parecer ocupada». Casi parecía que la que estaba recargándose, conectada con un cable al tomacorriente era yo y no solo el aparato. En fin.

Llegué temprano a la sala correspondiente. Había comprado la entrada más cara: no tenía acompañante, solo debía comprar una y en ese momento podía darme ese lujo: así que me puse los anteojos 3D y me quité los zapatos. Puse el control del D-Box en la intensidad máxima y subí mis pies descalzos en la butaca, la cual brincó y vibró con cada efecto especial de la película.

Disfruté los artilugios bien logrados, admiré la espectacular fotografía, hice muecas con los chistes algo tontos y los extraterrestres medio insulsos. Al principio, traté de valorar las fortalezas y debilidades de la película, pero después de la mitad, ya tenía el corazón puesto en la historia y me dejé llevar en ese viaje a esa galaxia muy, muy lejana. Me emocioné con los encuentros y desencuentros, mi corazón vibró con los compases musicales y los trucos visuales que me remitieron irremediable y nostálgicamente a las primeras películas. Por supuesto, esa era la intención. No hubo aplausos al final, pero las expresiones de las otras personas al salir eran de gente satisfecha.

De Van Gogh a Luke Skywalker. Una reflexión sobre la experiencia de la belleza.

¿Y qué hago aquí ahora? ¿Esta noche? Si quisiera escribir un poema, lo pondría en alguna red social como Tumblr. O lo garabatearía en algún cuaderno. Sin embargo estoy aquí, en mi blog más racional, pensando que quizás exista algo valioso para compartir después de absorber dos experiencias cinematográficas tan distintas.

Lo que estoy pensando es esto:

  1. La belleza sana. No se trata únicamente de contemplar lo que es bello según estándares ajenos o aprendidos. No fue lo mismo valorar Star Wars para una crítica cinematográfica, que dejar que la historia me arrebatara. Lo bello es eso: no lo que digan otros, sino lo que logra arrebatarnos. Lo bello ni tiene que ser tampoco «lo bonito», sino lo que nos impacte. Llegar a esa experiencia en la que algo hermoso nos quita el aliento o nos humedece los ojos, o se nos pega a la memoria por días, meses o años… eso apela a verdades íntimas en nosotros mismos que nos ayudan, desde la conexión con el afuera, a encontrar esas cosas de nuestro interior que podrían estar perdidas u olvidadas. Seguiré dibujando y escribiendo mis poemas insípidos y mis historias rebuscadas. El mundo no las necesita para nada. Pero yo sí las necesito. Para poder ser. Para poder estar, verdaderamente estar aquí. Para sentir que vale la pena seguir. La belleza sana cuando la encontramos afuera y sana cuando la sacamos de adentro.
  2. No somos solo luces o sombras. Dejemos afanarnos por acabar con el conflicto. Eso sería acabar con la vida. Abrazar la integridad de nuestra naturaleza significa reconocer que hay locura, perversión, ternura, reflexión, sabiduría, bestialidad, crueldad, altruismo, arte, brutalidad… confrontadas en las encrucijadas de todos los días. Libertades entredichas. Oportunidades para ser la mejor versión que podemos de nosotros mismos. El desenlace final de ese conflicto -que «gane el bien» o «sucumbir al mal»- sería la muerte: el conflicto diario es nuestra naturaleza, que nos lleva a la invitación a asumirnos a nosotros mismos; a ser responsables por nuestras decisiones. Amar a Vincent o ver lo amoroso, bueno y noble que existía en Vincent Van Gogh es únicamente posible desde lo realista, si a la vez recordamos al loco, al atormentado, al psicótico. Los personajes de la Guerra de las Galaxias serán interesantes solo en tanto haya conflicto continuo entre la luz y las sombras.
  3. La nota nostálgica y la conexión con lo conocido. Loving Vincent no solo evoca el estilo y tipo de trazos de Van Gogh, sino que en diversos momentos las escenas inician con una recreación muy similar a sus pinturas más conocidas. Las reacciones de la audiencia me lo confirmaron. El retrato del Dr. Gachet inclusive evocó asombro, risas y suspiros que se oyeron por toda la sala de cine. En Star Wars, la experiencia fue similar en diversos momentos, como por ejemplo el tipo de fotografía de un atardecer, algunos diálogos particulares… todo esto en una emotiva combinación con los compases de la música de las primeras películas. Estos detalles pequeños -pero grandes-resonaban en los afectos de quienes hemos amado esta historia y la hemos asociado con otros tiempos de nuestra propia biografía. Al final, ambas películas me dijeron: «miranos, somos una experiencia nueva pero también vieja, estamos aquí afuera, pero te hacemos cosquillas en esos recuerdos que son valiosos y que tenés bien guardados ahí adentro». Ese intercambio entre el pasado y el presente me cambia porque me replantea quién era antes y quién soy ahora. Si la experiencia de cualquiera de estas historias hubiese estado desconectada de estos guiños al conocimiento y a los afectos del espectador, aún así las películas serían buenas. Pero no sería lo mismo. Ahora entiendo aún más por qué las grandes producciones apelan a la narrativa de las nostalgia.
  4. Vemos el arte en un contexto histórico. El cine cambia. La forma de contar historias cambia y nos cambia. Y algunos ilusos seguimos creyendo que, en respuesta, nuestra forma de hacer arte sobre lo que pasa, impactará la historia que nos rodea. Me pregunto si hace medio siglo sería tan aceptado o acogido defender a Van Gogh como un hombre que luchaba, atormentado por su enfermedad mental. Hace casi cuarenta años, Star Wars era claramente una historia épica del bien contra el mal con una orden espiritual (los Jedis) que defiende el equilibrio del universo. El Siglo XXI nos ha cambiado. Quizás nos ha vuelto más cínicos. O tal vez más abiertos a la idea de que todos tenemos demonios que nos atormentan; que la redención no siempre será posible. Que las decisiones no son meramente individuales, sobre todo cuando el sistema, como un todo, es corrupto. Que no es tan sencillo definir a «los buenos» y a «los malos». Que el poder para hacer un mundo mejor depende de muchas «Rebeliones» distintas donde, quizás, no haya unidad entre ellas. Star Wars ahora tiene un panorama más complejo para generar en nosotros esa experiencia épica y darnos la sensación de que podemos identificarnos con nuestra realidad a través de ella. Afortunadamente, también tiene mucho más presupuesto y mercadotecnia. ¿Qué lugar ocupa este negocio millonario en la realidad histórica que vivimos? Hace casi cuatro décadas el Imperio se asociaría con una Unión Soviética. Ahora vivimos otro tipo de guerras ideológicas y sociales. Ahora hay una resonancia emocional más fuerte y sabemos más: la corrupción, la distribución perversa de los recursos, la guerra como el negocio que sostiene el sistema. Y aparecen estas franquicias cinematográficas millonarias, buscando representar esa maraña nuestra, perversa, tan enraizada en nuestro suelo, que nos tiene a todos «agarrados de las patas».
  5. La soledad. Los diversos personajes que desfilaron delante de mí esta tarde lucharon contra y en ocasiones se reconciliaron con su soledad. Hay una honda melancolía en el reconocimiento de que vamos por la vía menos transitada o al ver que la invitación que hacemos a otros para que nos acompañen, será ignorada o rechazada. Está el dolor que representa observar al otro optar por algo que le hará daño o que lo alejará de nosotros. Y eso está bien. No podemos sacrificar el principio de la libertad personal. Y no desmerece el camino que uno mismo escoge: muy mal estaría frenarnos a nosotros mismos para tratar de presionar a otro de que nos acompañe, aunque no quiera. O resistirnos a avanzar con tal de esperarlos (y resentirlos en el proceso). A veces uno debe soltar y caminar a solas. Con valentía. Sin embargo, pasa una factura la soledad. Esa musiquita melancólica que suena a veces desde adentro. Pero que tampoco queremos reprimir del todo porque nos conecta con alguna fibra profunda que muy en el fondo y sin quererlo, asociamos con la felicidad.

Una nota personal sobre el relativismo moral

Mi experiencia cinéfila de la tarde me recordó un tema que he venido pensando hace tiempo. En mi formación familiar católica y cristiana, el relativismo moral se ha considerado como algo sumamente negativo. No hay nada de relativo en ello. Relativizar la moral significa perder el norte a seguir y esto representa un cáncer social que acabará con todo lo que consideramos bueno y sano. Sin embargo, me gustaría relativizar eso… con el perdón de ustedes.

Cuando Einstein propuso la Teoría de la Relatividad, no hizo una propuesta filosófica ni moral, sino un planteamiento de nuestra realidad física como parte del universo conocido. A partir de esta teoría científica, que se refiere al mundo físico en términos de tiempo, espacio y gravedad es que, desde la reflexión humanista ha venido surgiendo una metáfora o alegoría que trata de extrapolar esta comprensión científica -a veces de forma forzada y burda- a la aproximación a algo totalmente distinto: lo humano: las relaciones interpersonales, los valores, las convicciones… ¿son relativas también? De ahí que ahora nos cuestionamos si «todo es relativo» y se intensifique la preocupación de que exista eso a lo que se le llama «relativismo moral». ¿Será que todo lo humano es relativo? Hace algunos años dije «todo es relativo» en son de broma a una amiga cristiana y ella me miró con ojos severos: «No, Claire, no todo es relativo». La teoría de la relatividad no plantea que no existen absolutos (sí hay absolutos, como la velocidad de la luz o la ley de la gravedad), sin embargo, evidencia que la forma en la que se mide cualquier cosa o movimiento debe ponerse en relación (o relativizarse) al objeto. Relatividad no significa entonces ambigüedad, sino claridad y rigor sobre cuáles variables vamos a relacionar a un fenómeno para observarlo o medirlo.

Creo que actualmente, desde un pensamiento conservador, se plantea el relativismo moral como una forma de pensar en la que nada es bueno y nada es malo. De ser así, me parecería más bien nihilista y prácticamente sociópata. Puedo entenderlo porque pensamos en «relativismo moral» como «moral ambigüa». Pero «relativismo moral», ¿no sería más bien revisar con qué estamos relacionando la moral para determinarla más adecuadamente? Si entendemos moral como la plataforma para definir que algo es bueno o es malo, primero definamos qué entendemos por bueno y malo: les propongo el sufrimiento humano como punto de relación. Entre más sufrimiento ocasione una acción, más mala será. Entre más bienestar humano genere una acción, más buena será. Esta premisa, etimológicamente humanista, nos dará un norte para no sentir que estamos construyendo castillos en el aire.

Además, en la sociedad pluralista en la que vivimos, lo bueno y lo malo son relativos a la cosmovisión de diferentes grupos. Algunas personas partirán de una interpretación particular de sus textos sagrados (pueden haber varias), otras personas partirán de los principios nacionalistas de su país y otras de lo que culturalmente se considere políticamente correcto. La moral para cada una de estas opciones (que, claramente, no son las únicas y en sí mismas no son homogéneas), ya es relativa de por sí.

En mi historia he experimentado cómo plantear la posibilidad del relativismo moral constituye una amenaza horrenda, ya que cuestiona las bases sobre las que se define lo correcto y lo incorrecto desde la fe. Yo, sin embargo, pienso que sí está bien hacer este cuestionamiento y relativizar las reglas (de nuevo, relativizar en el sentido de «relación», no en el sentido de «ambigüedad»), porque vamos despertando a la realidad de que lo que está en juego es más que el proselitismo político o religioso: lo que está en juego es el profundo y atroz sufrimiento humano, tan ancho, tan vasto, tan horrible que intentar medirlo sería imposible. Podemos reconocer que vivimos en un sistema capaz de causar y perpetuar muchísimo sufrimiento y que inclusive se ha prestado para manosear textos sagrados y principios religiosos, abusando de la fe honesta de las personas bien intencionadas, para alcanzar fines que están muy lejos de ser espirituales. No digo, entonces, que no deba de relacionarse lo moral con el texto sagrado: digo que esa relación también debe ser relativa al sufrimiento y al bienestar que genere en las personas. Y si hay conflicto entre lo que el texto define como bueno, pero que causa sufrimiento, me abriría a la posibilidad de cuestionar el texto. No porque todo sea relativo, sino porque me parece que el límite que nos pongamos antes de causar dolor a los demás, debería ser algo que nos detenga y que nos interpele. Esto es lo que yo entendería por relativismo moral.

Puedo entender que cuestionar las bases de lo que consideramos los cimientos de una nación o las raíces de nuestra sacralidad sea atemorizante, pero quisiera lanzar la invitación a pensar que relativismo moral no tiene por qué ser una negación de la moral: por el contrario, es revisarla, observarla, estudiarla y comprometernos con ella, pero relacionándola -relativizándola- con… ¿con qué? ¿Qué tal con ésto: con ese amor al prójimo del que habló un famoso judío hace un par de milenios?

Y bueno… En fin, ¿q qué tiene que ver esta retahíla con Van Gogh y con Star Wars? Pues que antes no sabíamos mucho sobre trastornos mentales. Ahora sabemos más. Y amamos a Vincent de forma diferente. Y antes la lucha entre la luz y la oscuridad en Star Wars era épica y maravillosa y… quizás un poquito más sencilla. La redención individual y alentadora. Creíamos que éramos libres. Ahora, J.J. Abrahams tendrá un desafío importante para el Episodio IX acerca de cómo retratar la luz y la sombra. Y Loving Vincent: quisiera poder verla una y otra vez. Y que una tarde en el cine me cuestione todo lo que soy, aunque suene a exageración. Porque todo, el arte, lo bello, el cine, la soledad, el pasado, el presente, la nostalgia… todo es relativo a nuestros afectos, a nuestro conocimiento, a nuestra biografía, al momento humano en el que nos ha tocado vivir.