Sobre sexo y género

A modo de introducción…

Debo reconocer que escribir estas palabras me genera un poco de inseguridad. ¿Desde qué plataforma personal o profesional puedo venir a participar de éste tema que se ha vuelto especialmente polémico en Costa Rica y en otros países? Yo no soy experta en estas cosas. Conozco al menos cinco personas, en mi círculo cercano, que saben mucho más de esto que yo. Pero me siento compelida a participar. Las banderas de la lucha contra la Ideología de Género y de la defensa de la Diversidad Sexual se izan ambas, seguidas por grandes grupos de personas, en su mayoría muy comprometidas con principios que consideran honestos y justos. Yo observo con preocupación el tono de nuestros discursos: siento que vamos hacia atrás. Siento que «nosotros» y «los otros» están cada vez más diferenciados y que, en el peor de los casos, etiquetar e insultar se convierte en una salida sencilla. Asumir que el villano es «el otro» se vuelve una excusa para dejar de hacer preguntas y pensar.

De que estamos polarizándonos y creando cada vez más murallas en lugar de tender puentes, no me cabe duda. Me preocupa mucho que en esta «guerra civil ideológica» alzamos las armas contra nuestra misma familia y comunidad, desde plataformas como marchas en las calles y discursos en las redes sociales, que en lugar de generar diálogo, se convierten en cámaras de eco para nuestras propias opiniones. Y si algo pueden hacer esas «cámaras de eco», es dibujar, re dibujar e inclusive distorsionar a «esos otros» a los que estamos criticando. Sé que no es cierto que las personas con dudas y cuestionamientos sobre las guías de afectividad y sexualidad del MEP sean intolerantes por defecto. ¿Acaso no se vale cuestionar lo que un Ministerio propone? ¿Cómo llevar ese diálogo sin volcar a la población a una «guerra civil»? Ni me gusta que me tachen de intolerante, ni me gusta que me tachen de revolucionaria libertina. Tenemos las paredes del diálogo llenas de tachones. Y esos no son los únicos adjetivos con los que nos estamos maltratando. A continuación uso los epítetos que he escuchado en diferentes personas -aunque no son los únicos: ¿ese «otro» es el feminismo radical que cree que la institución del matrimonio debe ser abolida por completo? ¿O el «otro» es el fundamentalismo religioso y beligerante? Las personas que se identifiquen de lleno con cualquiera de esas descripciones no simpatizarán con lo que tengo para opinar. Yo creo, sin embargo, que la mayoría estamos un poco desorientados y en el medio, tratando de entender mejor cómo esta «guerra civil ideológica» nos afecta.

Este tema me interesa por varias razones: creo que la niñez y juventud cuentan con que nosotros los adultos sepamos crear el mejor ambiente posible para su desarrollo. Creo que les estamos fallando. Creo también que las personas que tienen reservas con respecto a una cultura abierta para hablar sobre temas de sexualidad y género, se han sentido injustamente etiquetadas como «intolerantes», «fundamentalistas» e «ignorantes». ¿Qué está en juego aquí? ¿Los derechos humanos, la libertad de expresión, la libertad de culto? ¿Todas las anteriores?

Tratándose de un tema de salud pública, relacionado con infecciones de transmisión sexual, embarazo adolescente, relaciones impropias y acoso sexual, creo que el Estado debe intervenir. Buscar la mejor forma para ello, pero no quedarse al margen. Personas muy brillantes y críticas que conozco me han expresado que la forma en la que el Gobierno ha manejado esto para con la población ha dejado mucho qué desear. Debemos reconocer también que la reproducción en textos legales y guías de educación de los postulados de organizaciones internacionales (como el PNUD) será necesariamente algo político -no por eso malo, pero ciertamente político-. No por eso, creo yo, deberíamos antagonizarnos con la propuesta, sino más bien reflexionarla a conciencia.

Por otro lado, vi una noticia ayer sobre cómo en el Reino Unido hay universidades que están prohibiendo manisfetaciones religiosas de cualquier tipo dentro del campus. Me parece una muestra de cómo vivimos en una sociedad violenta, cada vez más asustada y agresiva, donde tan prohibido se está volviendo rezar como besar. Y nos sentimos víctimas indignadas, en lugar de actores responsables por nuestra propia participación en toda esta confusión. Yo creo que hay mucha confusión. Mucha. Yo misma me incluyo. Creo que a todos nos está llevando la trampa.

¿Y yo qué sé? ¿Y yo quién soy?

Ya mencioné que no soy experta en estos temas. Voy a decir un poco de mí antes de entrar en un par de opiniones, ya que como dicen, todo texto fuera de contexto es un pretexto. Pues he aquí mi contexto: soy mujer. Soy mamá de dos varones aún pequeños. Estudié psicología en la Universidad de Costa Rica. Admiré a mis profesores: la integridad de Mirta González, la agudeza de Ignacio Dobles, la claridad de José Manuel Salas, entre muchos otros. Leí Casitas Quebradas de Cecilia Claramunt y aprendí sobre el ciclo de la violencia.

Crecí en una comunidad cristiana en el seno de una familia católica practicante. En esta comunidad se enseña que Dios tiene roles definidos para los hombres y para las mujeres; que el hombre es la cabeza del hogar y que la coordinación de la comunidad de fe debe estar dirigida únicamente por hombres. Debo mencionar que esto se enseña con toda una serie de atenuantes a la hora de la práctica. De las mejores personas que conozco aún participan activa y comprometidamente en esta comunidad y creo que sus enseñanzas me impactaron desde muy niña.

Como muchas, aprendí desde muy pequeña que era muy lindo ser una princesa y que el mejor sentimiento del mundo era estar bien enamorada y casarme. Entre otras cosas, claro. Siempre fui muy inquieta. Pero el amor primero. Aaaah, el amor. Me di algunos tropiezos y eventualmente me casé muy enamorada. Seis años después se terminó mi matrimonio. Actualmente tengo una relación bonita y cordial con el papá de mis hijos, a quién considero un hombre muy bueno, a pesar de nuestras mutuas limitaciones.

Desde el año 2004 me integré al equipo de psicólogos del Seminario Nacional Nuestra Señora de los Ángeles, el cual fue y sigue siendo coordinado por mi papá desde los años ochenta. Trabajar en el Seminario ha sido una experiencia muy enriquecedora y satisfactoria. En principio, trabajé con Carlos Alvarado en un taller que él mismo diseñó para los estudiantes de, en aquel entonces, II de Filosofía (ahora lo llevan los de III de Filosofía) sobre Género y Sociedad. Por más de once años, di ese taller: los primeros dos años junto con Carlos y luego en equipo Juan Carlos Oviedo. Trabajábamos con los seminaristas a profundidad sobre cómo la sociedad nos forma diferente a hombres y a mujeres y la responsabilidad que tienen por desarrollar una masculinidad responsable. Me parece relevante mencionar los objetivos de nuestro taller en particular, tan pertinentes para ésta conversación. Estos han sido los siguientes:

  1. Indagar los diferentes elementos que determinan la constitución de la subjetividad y la sexualidad durante la infancia.
  2. Analizar desde una perspectiva histórica y social los diferentes elementos que intervienen en la construcción de la sexualidad durante la adolescencia.
  1. Analizar las características de la sociedad moderna respecto al concepto de sexualidad y sus repercusiones en la vida de los y las participantes.
  2. Determinar los factores sociales asociados a la adquisición del rol de género que influyen en la vivencia subjetiva de las relaciones personales de los participantes.
  3. Elaborar formas alternativas para una vivencia de la sexualidad que integre el rol social, el desarrollo humano y la sexualidad asumida con miras a la madurez. (Guía de Taller para III de Filosofía: Reconstruyendo la Socialización Sexual de Manera Integral. Alvarado, C., 2004. Última revisión por De Mézerville y Oviedo, 2016, p. 5).

Éste taller es uno de los ocho talleres anuales de una semana de duración que ofrece el Seminario Nacional: cada año de formación recibe su taller semanal particular, los ocho talleres sobre temas relacionados con sexualidad y afectividad. La colaboración del equipo de formadores del Seminario ha sido siempre muy positiva. Como comunidad educativa, hemos experimentado la riqueza de contar con este espacio para la formación humana integral de los seminaristas. En una nota interesante, Margarita Murillo, una de las colaboradoras en la confección de las actuales guías de afectividad y sexualidad del Ministerio de Educación Pública dio el taller de los seminaristas de II de Filosofía por varios años (hace ya un tiempo ella me mencionó que habría estado dispuesta a seguirlo dando, pero que ya no la llamaron).

Trabajé por un par de años con Enfoque a la Familia y no me gustaron algunas cosas que vi -tema para otra conversación-, aunque aprendí mucho de gente maravillosa. Trabajé por un poco más de seis meses, con el Hogar de la Esperanza con población en situación de calle, incluyendo a varias personas travesti y transgénero. También me dediqué a la docencia y a la clínica. En la experiencia clínica y por mi relación con el Seminario Nacional -también atendí a seminaristas por años-, no fueron pocos los y las adolescentes que me trajeron a consulta por su orientación sexual, ya que los seminaristas me recomendaban a sus papás por ser una «psicóloga católica». Tuve que revisarme y volverme a revisar para atender a estas personas jóvenes y a sus aturdidas familias de la forma más compasiva, profesional, responsable y ética.

Ahora trabajo principalmente dando clases y represento a una organización sobre Prácticas Restaurativas. Y bueno, esa es mi historia.

Hace unos días, mi papá me expresó con preocupación, que la forma en la que me he pronunciado sobre el tema de «ideología de género» en redes sociales podría llevar a las personas a colocarme en un bando o en el otro. Yo, personalmente, lamento que las cosas sean una cuestión de bandos. No obstante y valorando el consejo, opté por escribir ésta nota y en lugar de ponerme un título y una bandera, quiero aquí expresar lo que pienso desde la limitada honestidad de lo que soy.

Lo que sé y puedo decir sin miedo, es que en estos temas no hay recetas sencillas ni explicaciones contundentes. Todo lo relacionado con lo identitario, sexual, afectivo, comunitario, espiritual y social es y será un caos al que hay que acercarse con respeto, valor e inteligencia: la suficiente inteligencia como para entender que debemos hacernos mejores cuestionamientos y que no tenemos una única respuesta final.

Sexo y Género

Sin más, aquí lo que pienso:

El sexo es biológico. Se define en varios niveles, desde el cromosómico (XX para las mujeres y XY para los hombres), se desarrolla mediante las gónadas (testículos para hombres y ovarios para mujeres), las cuales en conjunto con las glándulas suprarrenales y el sistema nervioso central, ejecutan complejos procesos hormonales que también se diferencian entre ambos sexos (con estrógenos y progesterona en el caso de las mujeres y testosterona en el caso de los hombres, aunque todas estas hormonas están presentes en ambos, pero en distinta proporción). Estos procesos definen cómo se desarrollarán los caracteres sexuales secundarios en la pubertad y adolescencia. También tienen implicaciones variables para el estado de ánimo, la conducta y la salud. Estas hormonas pueden desequilibrarse por motivos de enfermedad o trastorno y generar problemas. También, aunque de forma poco frecuente, existen casos de personas intersexuales o hermafroditas, ya que desde estos elementos físicos, presentan una ambivalencia innata. Son situaciones físicas, originadas completamente desde la biología, aunque su abordaje médico se ha modificado en diferentes momentos de la historia. No me adentraré en eso aquí.

Género, por otro lado, se refiere a esa noción socialmente compartida de las cosas que corresponden a un hombre o a una mujer por la única razón de su sexo, aunque no sean originadas por éste. Por ejemplo, asociar el azul con el hombre y el rosado con la mujer, lo cual no tiene ninguna relación con lo biológico. Un ejemplo muy claro para mí de lo que es género se puede ver en la siguiente tira de Quino:

A Felipito, amiguito de Mafalda, le atormenta que lavar platos lo equipare con ser mujer. Ahora bien, creo que es sencillo establecer que lavar platos no tiene que ver ni con cromosomas, ni con gónadas, ni con genitales, ni con hormonas. No obstante, el rol de género de la cocina se le atribuye a la mujer. O, hace no tanto tiempo, solo los hombres podían votar a los gobernantes de un país: eso no está relacionado con genitales ni con hormonas. Eso es género. Se aplica al definir que una decisión de familia la debe tomar un hombre por la única razón de ser hombre, sin tomar en consideración si es la persona con la mayor experiencia o información en el asunto. O que un hombre y una mujer que hacen exactamente el mismo trabajo en la fuerza laboral reciban un salario distinto. Que un padre de familia se refiera a su hijo varón diciendo «¡agárrense nenas!» y luego se refiera a su hija mujer diciendo «¡al que me diga suegro lo mato!», sexualizando a sus hijos aún desde que son pequeños. Todo eso es género. Género, finalmente, son las reglas que nos hemos enseñado unos a otros acerca de cómo debería ser un hombre o cómo debería ser una mujer: reglas que más que ver con el físico, tienen que ver con un orden social que hemos acordado. Y que lamentablemente nos ha causado mucho sufrimiento.

Los estudios en tema de género son más amplios que una descripción de un par de párrafos. Las personas que quieran estudiar más sobre el tema pueden encontrar opciones de muchos tipos. Existen diferentes escuelas de pensamiento dentro de los mismos y hay un importante asidero investigativo. No es un tema de estudio nuevo, no es llevado a cabo por una única corriente de pensamiento y como dije, conozco a muchas personas mucho más versadas que yo sobre esto. Pero de los ejemplos que mencioné en el párrafo anterior, es sencillo para mí comprender que es un tema de reflexión que nos interpela desde lo más público y político hasta lo más cotidiano. Que afecta nuestra forma de ser y de pensar.

Y todo eso lo hemos conversado en el Seminario en los talleres de afectividad y sexualidad por más de una década, como se puede ver en este fragmento de la guía de mi taller particular. Lo hemos trabajado en grupos de discusión, dramatizaciones y debates. Hemos encontrado el tema de tremenda relevancia en la labor social (como, por ejemplo, la de ser hombre y seminarista haciendo trabajo pastoral) y en el caso de estos hombres en particular, como un importante desafío en su formación como discípulos de Jesús.

(Guía de Taller para III de Filosofía: Reconstruyendo la Socialización Sexual de Manera Integral. Alvarado, C., 2004. Última revisión por De Mézerville y Oviedo, 2016, p. 17).

Me causa un tremendo desconcierto el nuevo nombre de «Ideología de Género» para hablar de «estas teorías raras que se oponen a que los hombres sean hombres y las mujeres sean mujeres.» Mi experiencia ha sido que una reflexión crítica y abierta sobre estos temas nos ayuda a ser mejores seres humanos. Regreso a mi preocupación del principio, tomando en consideración los ejemplos que mencioné sobre roles de género y con el chiste de Felipito: ¿estamos ofreciendo a nuestra niñez y juventud el ambiente más propicio para que todos y todas puedan desarrollar al máximo sus talentos y potencialidades, tanto desde lo individual como en su proyección a la sociedad?

¡O iguales o diferentes!

Parte de la confusión que me preocupa sobre el tema de Sexo y Género es el tema de que hombres y mujeres o somos iguales o somos distintos: así, o uno o lo otro y no hay términos medios. O el sexo es absolutamente subjetivo o completamente biológico. ¿De verdad? ¿Queremos una respuesta de sí o no a la pregunta de si somos iguales o somos distintos? No entremos aún en temas de pareja o atracción sexual. Quedémonos por un momento en el simple hecho del ser hombre o ser mujer.

Yo debo decir que somos distintos. Estructuralmente somos distintos y nuestro cerebro funciona diferente. Soy mamá de dos varones y me sorprende lo bruscos que son en sus juegos y lo mucho que les gusta ser dinosaurios feroces. «Así son los hombrecitos», me han dicho algunas personas (para ser justa con mi experiencia como mamá, también debo decir que he visto otros «hombrecitos» que no son así. Los hijos de algunas amigas mías no lo son. Sobre decir que cada niño es diferente). Existen estudios que han especulado que los adultos tratamos a niños y a niñas de forma diferente desde que son bebés (un breve ejemplo aquí). Que jugamos de manera más brusca y aventurera con los niños y más tiernos y dulces con las niñas, aún sin darnos cuenta. Quizás eso ha impactado nuestro cerebro. Quizás.

Perry (2017) decía que «el cerebro es un órgano histórico, un reflejo de nuestras historias personales. Nuestros talentos genéticos solo se manifestarán si recibimos el tipo apropiado de experiencia en el desarrollo, en el momento justo. Temprano en la vida, estas experiencias son controladas principalmente por los adultos que nos rodean.» (p. 141). Quizás nos programamos en la experiencia social y desde que somos bebés para tener aptitudes diferentes. O quizás no. Quizás sea cierto que somos innatamente diferentes en ciertas aptitudes y fortalezas. Quizás somos parecidos a nuestros familiares más cercanos en el reino animal, que también tienen roles diferenciados para la recolección y la cacería. Quizás. Aún así, esas diferencias no son fórmulas binarias y se mueven en un continuo, como podría ser por ejemplo, la estatura: podemos afirmar que los hombres TIENDEN a ser más altos que las mujeres, pero esto se manifiesta en una variedad donde existen mujeres más altas que la mayoría de los hombres y hombres más bajos que la mayoría de las mujeres.

A todo esto, debemos sumar una variable imperdonable: hemos evolucionado. Hemos desarrollado una neocorteza en nuestro cerebro humano que, a través de la memoria, el lenguaje y la capacidad para aprender, nos coloca en otro plano que el resto de los homínidos. Sería estúpido conformarnos a seguir los patrones de conducta de otras especies si esto va en detrimento de nuestro mejor desarrollo. Si tuviéramos que regirnos por la ley del más fuerte -y no digo que debiéramos hacerlo-, somos una especie en la que «el más fuerte» no lo es por su fuerza física, sino por su capacidad para las ideas. Y en esto, hombres y mujeres tenemos muchas y muy buenas. Hemos sido capaces de formar sociedades y comunidades cada vez más complejas. Si bien el hombre era cabeza del hogar en contextos donde la mujer no podía ni estudiar ni participar como ciudadana, ahora la civilización busca ponerse al corriente, ofreciéndole a la humanidad la oportunidad de abrirnos a masculinidades y feminidades más plenas y libres.

En lugar de pensar que nuestras similitudes y diferencias justifican mantener roles diferenciados, yo supondría que el ser diferentes nos desafía a reconocer que la participación complementaria de hombres y mujeres es necesaria en todos los campos. Igualmente supondría que si somos parecidos, deberíamos ofrecer las mismas opciones de formación y de desarrollo para todos y todas. Y abrir esos espacios es cambiar lo establecido y lo familiar: no basta con solo decir «si pueden, que lo hagan», sino abrir las conversaciones difíciles, encarar los cambios sistémicos y luchar por las oportunidades que le permitan a las niñas, jóvenes y mujeres recibir la misma plataforma de participación en sus comunidades que recibirían si hubiesen nacido varones.

¿Dónde estaríamos como humanidad si hombres y mujeres participáramos complementaria y equitativamente en el cuido de los niños y niñas? ¿Cómo sería la legislación laboral si el equilibrio entre trabajo remunerado y trabajo doméstico no se asumiera como un problema de mujeres, sino de todos?  Cierto, es la mujer la que lleva un embarazo y la que amamanta a su bebé, pero los años formativos de los niños y las niñas son más que esos únicos períodos. ¿Cómo podemos formar paternidades más integrales, participativas, activas y responsables? No, los hijos no solo son cosa de mujeres.

¿Y como sociedades? ¿A dónde habríamos llegado si mujeres y hombres hubiesen participado de forma complementaria y dinámica en la generación del pensamiento, la ciencia, la literatura, el arte y todos esos elementos que forman a una civilización rica y vibrante? No que la mujer históricamente no haya participado de estos espacios, pero, ¿cómo habría sido su participación de ser validada, invitada e incorporada con el mismo nivel de entusiasmo que la participación del hombre?

Es importante reconocer que una sociedad igualitaria se nos ha escapado, no por una ingenua omisión o ignorancia. No es un error inocente. Vivimos en una sociedad enferma, plagada por violencia de muchos tipos. Sería suficientemente grave si habláramos de salarios menores o insuficiente participación en la agenda ciudadana. La violencia de género es una violencia que mata. Y es un animal vivo que sabe perpetuarse. En una familia donde hay violencia doméstica, las probabilidades apuntan a que los hijos varones repetirán la agresión con sus parejas cuando adultos en la forma de agresores y que las hijas mujeres se convertirán en víctimas de agresión al crecer. Nuestras masculinidades y feminidades están enfermas aunque nos duela reconocerlo y eso no significa pensar que el matrimonio es algo malo: significa reconocer que no estamos bien así como estamos y que las relaciones de pareja necesitan ser más fuertes, más reflexivas, más inteligentes y más cooperadoras. Y que eso debemos enseñarlo a los niños y a las niñas desde muy temprano.

Vivimos en una sociedad en la que a la mujer se le sigue considerando objeto sexual y trofeo: los escándalos de acoso sexual en Hollywood o en las cámaras políticas del Reino Unido fueron «secreto a voces» por décadas, porque ser una mujer que recibe avances sexuales indeseados por parte de un hombre con poder «es algo normal». Vivimos en una sociedad en la que las personas miran con sorpresa que haya que designar un «día de la niña», porque no se ha reconocido que las más grandes vulnerabilidades sociales (étnicas, migratorias, económicas, religiosas) serán aún más desventajosas solo por el hecho de haber nacido mujer.

¿Cómo sería una sociedad en la que pudiéramos caminar juntos y libres? ¿Estamos haciendo todo lo posible para que las niñas y los niños tengan la misma oportunidad de desarrollar al máximo sus potencialidades grupales e individuales? ¿Estamos formando hombres que tengan una masculinidad más sana, más plena, más libre? ¿No deberíamos de hablar un poco más de esto en las escuelas?

Sexualidad

Sobre salud sexual y reproductiva, hemos aprendido que las fórmulas viejas para la educación sexual no nos están funcionando. Desde los talleres en el Seminario hasta los cursos en la Universidad de Costa Rica, le he hecho la pregunta a más de una treintena de grupos de adultos jóvenes acerca de si la sexualidad y la salud son temas que se están abordando desde la familia. La respuesta, aunque con excepciones es, casi nunca. El y la adolescente será impulsivo y tomará riesgos sin anticipar plenamente las consecuencias: su cerebro está en pleno proceso de maduración. Los lóbulos frontales, esa parte del cerebro que anticipa las consecuencias de los propios actos, no alcanzará su madurez sino hasta los 23 años aproximadamente. El 19% de los embarazos en Costa Rica son en mujeres menores de 19 años, la conducta sexual precoz es un factor de riesgo para problemas físicos y emocionales. Por no mencionar las infecciones de transmisión sexual y las relaciones impropias entre personas menores de edad con adultos. Lo anterior representa solo un poco de un gran problema con implicaciones físicas, afectivas y sociales. El Estado debería intervenir: buscar la mejor manera para hacerlo y reconocer que quedarse al margen sería una negligencia. Son nuestros niños, niñas y jóvenes. Nosotros somos los adultos. Debemos hacer algo.

Sobre el tema de la diversidad sexual, puedo decir lo que sé: la población sexualmente diversa existe. La homosexualidad ha sido identificada en más de 1500 especies y en la especie humana se ha identificado en los diferentes momentos de la historia de todas las culturas. Existen también las personas que experimentan su sexo como un error, no porque les «metan ideas en la escuela», sino porque su experiencia de sí mismos, desde que tienen uso de razón es la de nacer en el cuerpo equivocado. No son realidades frecuentes, pero sí son realidades existentes. Eso debería bastar. Creo que el punto de partida debería ser la experiencia humana más que la teoría. Fui testigo hace años de una experiencia directamente relacionada con este tema: en el año 2008 estuve sentada durante algunas horas al lado de una persona travesti de 20 años, acompañándola mientras llegaba la ambulancia, ya que llegó a pedir ayuda a la organización después de que tres policías la agarraran a golpes. Aún no olvido la sangre. Una compañera de la organización me dijo: «esta es gente a la que se le odia como si fueran mujeres pero se les castiga como si fueran hombres.» Esas palabras aún resuenan en mi memoria.

Creo que desde la fe hay mucho desgaste en poder explicar por qué no debería existir esto o cómo se puede prevenir que exista, o qué deberían de hacer estas personas para ajustarse a fuerza a las consignas bíblicas. Y creo que este desgaste es innecesario y desperdicia energía. El tema es que es una población que existe, que siempre ha existido. Nos debemos a ellos y ellas por el simple hecho de compartir el suelo bajo nuestros pies; por la humildad honesta de reconocer que nosotros no experimentamos en el siglo XX el repudio que ellos y ellas sí. Sin negar que en este siglo XXI las personas cristianas también están experimentando repudio y burla. Parece que nadie se salva. Parece que vamos hacia atrás.

En el año 2014 hice un proceso de investigación en el aula con mis estudiantes de la Universidad de Costa Rica y pasamos un cuestionario a 498 adolescentes de 4 provincias de Costa Rica. Preguntamos muchas cosas. Uno de los ítems era «Has visto o participado de que a alguien le maltraten o molesten por…» y entre varias opciones, estaba la alternativa «ser un hombre femenino.» Un 85% de los y las adolescentes marcaron esa opción. Un 85%. Porque ser varón y tener ademanes femeninos implica que al ir al colegio, posiblemente me van a molestar. O golpear. O acosar.

Creo que ser adolescente y cuestionarse la orientación sexual es atemorizante. Creo que no existen espacios en los que esos procesos puedan vivirse con normalidad. A nadie le gustaría que le digan que la única forma posible de vivir la sexualidad «al modo de Dios» es entender que enamorarse será malo y nunca, nunca poder tener sexo. Jamás. Y dígale eso a una persona adolescente. Pero eso es de lo que se habla en estos contextos. Creo que la idea del rechazo familiar, religioso y social está directamente relacionado con las altas tasas de ideación suicida y de suicidio consumado en esta población.

Me parece que hemos asociado el comportamiento homosexual con la promiscuidad y la «cultura de ambiente» como parte de nuestros propios prejuicios (las personas heterosexuales también pueden ser muy promiscuas), pero también porque es una experiencia de la afectividad que hemos arrinconado a la clandestinidad. Y sí, creo que deberíamos hablar de esto en los colegios y definir que nadie debe ser maltratado por motivo de su orientación o identidad sexual. O por motivo de su religión.

Pienso en los recreos de los colegios. Creo que nadie debería adjudicarse el derecho de presionar a otros a experimentar con juegos sexuales de ningún tipo. Ni tampoco agruparse para decirle a alguien que se irá al infierno. Es maltrato en ambos casos. Algunas personas dicen que no hace falta ser tan específicos, basta con decir que «no hay que maltratar a nadie», pero la historia nos enseña que hay problemas que, de no visibilizarse, continuarán repitiéndose desde las sombras: hay que poner el dedo en la llaga. Debemos ser claros y explícitos, especialmente si estamos hablando de personas menores de edad. Nosotros somos los adultos: deberíamos poder ofrecerles un ambiente seguro.

En fin…

Creo nos estamos volviendo sociedades cada vez más atemorizadas y represivas. Creo que desde la fe estamos eligiendo la obediencia antes que la compasión y desde los derechos humanos, la sorna antes que el diálogo. Retomo la frase que expresé anteriormente: tan prohibido se está volviendo besar como rezar. Tenemos la tarea de generar ambientes donde las personas puedan expresar su afectividad y su espiritualidad sin maltratarse ni imponerse los unos a los otros. No está bien cultivar una cultura de «pruebe todas las opciones sexuales», una cultura hedonista o promiscua que abarate el cuerpo y lesione una afectividad sana. Tampoco está bien cultivar una cultura donde «por ley todos deben alinearse a ciertos preceptos religiosos, independientemente de si son creyentes o practicantes de los mismos.» Tenemos que cuestionarnos, porque resulta que debemos aprender a convivir con gente que no entendemos. ¿Podemos intentarlo? Aún el Jesús descrito por los hombres que lo siguieron se animó a caminar con las personas más incomprendidas y alienadas de su tiempo.

¿Qué sigue?

Yo solo veo tanto enojo por todas partes. Me preocupan las teorías de la conspiración por todo lado. Si no son grandes corporaciones religiosas motivando marchas por fines lucrativos y políticos, son enormes transnacionales confabuladas con gobiernos con una agenda secreta para financiar planes pro-choice. Yo no sé. Yo solo… no sé. Pero sé que la inacción tampoco es respuesta. Tenemos una propuesta por parte de un gobierno: falible, ciertamente política, con fortalezas importantes (estos videos de aquí y aquí son interesantes). ¿Qué podemos hacer a partir de aquí? ¿De lo que hay?

Lo que sé es que en el miedo leemos menos, conversamos menos, cuestionamos menos. Y eso es lo último que deberíamos estar haciendo. Necesitamos abrirnos a la posibilidad de derribar muros y construir puentes, aunque haya mucho resentimiento o temor de por medio y de parte de todos. Y dejar de hablar en nombre de grandes masas de gente: volvamos a ver a los niños y niñas que tenemos más cerca, a ése o ésa que siempre ha sido un poquito diferente. A mi bebé, que quiero que crezca en un ambiente donde maltratar nunca se justifique. A mis hijos varones, que cuentan con que yo sepa cómo educarlos para ser hombres buenos. A esa niña que aprenderá lo que significa ser mujer en este siglo. ¿Cuál es el país que podemos construir para ellos y ellas, no mañana, sino hoy?

Yo, finalmente, creo en los Círculos. En los Círculos Restaurativos. Creo en sentarme con gente que piensa diferente y que nos veamos las caras, que pasemos una «pieza de diálogos» y nos escuchemos sin interrumpirnos. Tratando de entender. Tratando de restaurar. Y carambas, tenemos mucho qué restaurar. Creo en oír a la gente y replegar mi tremendo deseo de convencer. Intercambiarlo por la curiosidad de tratar de entender un poquito mejor las preocupaciones de las diferentes personas. Y quizás reconocer que aún no hemos llegado a la mejor comprensión posible sobre cómo seguir adelante.

Recursos Relacionados con el tema:

(si alguna tarea nos queda, es la de leer de qué se trata todo esto en Costa Rica).

Decreto Ejecutivo D40422 

Programa de Educación para la Afectividad y Sexualidad Integral (III ciclo)
Programa de Educación para la Afectividad y Sexualidad Integral (Educación Diversificada)

Breve video descriptivo sobre las guías para secundaria.

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