Valentía, Serenidad y Sabiduría

Quiero comenzar esta tercera temporada con una serie de tres temas. Su combinación podrá sonar familiar. Los temas son la Valentía, la Serenidad y la Sabiduría. Hoy quisiera hablar acerca de ser valientes.

 

Discúlpenme si comienzo compartiendo una experiencia quizás en exceso personal. Tengan paciencia conmigo. Aterrizará en el tema y en sus aplicaciones para nosotros.

 

Ayer mi hijo cumplió cinco años. Él, junto con su hermano más pequeño, son la luz de mi vida y la brújula para prácticamente todas las decisiones que me conciernen. Ayer celebré su vida, pero no pude evitar recordar el horror que representó para mí dar a luz. No que la mía fuera una historia particular: 14 horas de contracciones es bastante promedio para una madre primeriza. Sin embargo, el hospital público en el que estaba se vio terroríficamente ataviado con mis gritos que, según me contaron después, se oían hasta la sección de los consultorios. Y al llegar a la etapa del nacimiento, tuve serias dificultades para seguir las instrucciones de la obstetra, estaba agotada, confundida y bastante desesperada. A David le tomó casi una hora nacer en esta última etapa y yo quedé agotada y totalmente desmadejada. Las fotos que tengo con mi bebé, aún al día siguiente, aún muestran mi rostro bastante desfigurado. Durante las siguientes semanas, cada vez que me preguntaban cómo me fue con el parto, tenía que luchar para no echarme a llorar. Y no de felicidad.

 

Cuando mi hijo cumple años, mi ex esposo, su padre, con muy buena intención, aprovecha la ocasión para recordar el nacimiento del cumpleañero, felicitarlo y, abro comillas, a su valiente mamá. Aunque su intención es buena, no deja de incomodarme que me atribuya el crédito por algo que siento muy lejano a la experiencia… a mi experiencia, al menos: ¿valentía? Siento que el ser o no valiente debe tener que ver con la posibilidad para decidir algo. Yo no creo haber estado en posición de decidir nada. Fue más bien como dejarme llevar por el poderoso torrente de la naturaleza, que me revolcó como a un fideo y asumir el recuento de la experiencia con frustración y derrota. Mi pensamiento por varias semanas fue de gratitud porque mi bebé era fuerte y sano, lo que le permitió nacer en buenas condiciones, a pesar mío. Su llegada sí fue una gran alegría, eso sí. Pero no dejo de pensar en mí como un poco ridícula y muy lejos de la romántica idea de la madre estoica que da a luz. El día en el que David cumplió su primer año de vida, yo tenía que trabajar en la universidad. Durante un receso de la clase que daba ese día, fui por un café y me senté a recordar lo maravilloso que es tomar un descanso de unos minutos sin sufrir contracciones o las interrupciones de un bebé que necesita atención.

 

Esto de la maternidad me ha caído como una avalancha de realidad a mí, que he sido buena para las palabras, para las respuestas, para aparentar que sé. Aunque no sepa. No, no sé nada. Y eso me llena de miedo, y con el miedo, sus endemoniados amigos: la culpa, la desesperación y la vergüenza. Sentimientos que experimento también al tener un trabajo de alta presión y que requiere habilidades de administración que no manejo. El miedo al rehacer la vida en una situación familiar nueva. El miedo a tomar una postura y sentir la palpable posibilidad del ridículo.

 

A esto le sumamos el agravante de una sociedad en la que vivimos persiguiendo el ideal de imagen de otros, o inclusive el nuestro, que hemos levantado delante de los demás como una muralla. En mi caso personal, debo reconocer que no solo en la maternidad soy un fideo revolcado por el torrente de las circunstancias… y eso que mis circunstancias son muy buenas. Estoy agradecida por eso. Pero ¿es justo llamarle a eso valentía? ¿A responder, en medio de tropiezos, a las responsabilidades más básicas de la vida? ¿Qué es ser valiente? No me conformo con la idea de que sea solo sobrellevar el miedo. Pongamos la barra un poquito más alta.

 

Vivimos en un mundo injusto pero tenemos la opción de luchar por tener una comunidad más justa con las personas con las que interactuamos cada día. Somos criaturas bastante malévolas y egoístas, los seres humanos, pero tenemos la opción de hacer cosas buenas por los demás. Y entonces descubrimos que también teníamos algunos instintos para la empatía, para la solidaridad, que solo necesitaban un poco de sol y agua para crecer y florecer. Somos ignorantes y crueles, pero también somos capaces de aprender y podemos ser muy compasivos. Yo hoy quiero definir la valentía como optar por lo bueno a pesar de la posibilidad – a veces ineludible- de perder algo que atesoramos.

 

Les quisiera compartir que el día de hoy muchas personas celebramos en Costa Rica la indicación de la Corte Interamericana de los Derechos Humanos de garantizar el matrimonio igualitario a las parejas del mismo sexo. Aunque yo estoy a favor de la decisión y la celebro, hoy no siento alegría, sino miedo. Siento que esta decisión polarizará aún más a una población sumamente volátil y atemorizada: la población que siente que está perdiendo la ilusión de una realidad de, entre comillas, buenas costumbres. Y que su ideal de familia tradicional está en terrible riesgo. Si eso es verdad o no, no es mi punto de discusión hoy. Mi punto es que una decisión favorable para una población, exacerbará el miedo en otra y el próximo 4 de febrero, las elecciones presidenciales se verán afectadas. No creo que este sea ni el único ni el más importante tema en la carrera electoral, pero sí creo que es un tema explosivo. Con el agravante de un candidato cuya demagogia y campaña populista se ha ganado la atención de politólogos de la Universidad de Oxford, que ya lo han llamado “El Trump del Trópico”. Políticas violentas y de cero tolerancia a… a muchas cosas están a las puertas de nuestro país porque tenemos miedo.

 

Este no es un podcast de análisis político, pero sí quiero hablar sobre el miedo y cómo el miedo y sus endemoniados amigos, la culpa, la vergüenza y el odio, sacan lo peor de nosotros. El miedo a perder un pasado que siempre fue mejor; la culpa y la vergüenza por no responder a ese ideal que teníamos, el odio que nos alivia cuando descargamos nuestro malestar en el otro. Yo hoy invito a que seamos valientes. Eso significa decidir. Decidir renunciar a la comodidad de no tomar una postura por el riesgo a estar equivocados. Es de valientes posicionarse. Es de valientes equivocarse. Y reconocerlo para seguir buscando, observando, cuestionando.

 

Es de valientes escuchar y tratar de entender la realidad del otro. Me llena de temor que las elecciones en nuestro país sigan el fenómeno de Brexit o de las elecciones en Estados Unidos, donde una mayoría con menores índices educativos o impulsados por discursos de discriminación y odio deciden el curso que tomará un país. Ahora bien, qué peligroso es acercarnos a un discurso de “no debería decidir la mayoría, sino los que saben”. Ese tipo de gnosticismos difícilmente han llegado a buen puerto en otros momentos de la historia. Sí se trata, entonces, de buscar cuáles son las luchas que nos podrían llevar a que la mayoría de las personas tengan la oportunidad de conocer más sobre su propia realidad y sobre la realidad de quienes están a su alrededor: desde la curiosidad, la comprensión, el diálogo.

 

Es de valientes tratar de influenciar el curso que tomará el futuro, pero también el de reconocer que aunque las circunstancias parezcan tenebrosas, siempre hay algo, por pequeño que parezca, que podemos hacer en nuestra realidad inmediata del presente para recuperar lo humano que hay en todos nosotros.

 

Y, nuevamente, este podcast no es para análisis político, pero ya que me aproximé al tema, lo cierro con las palabras de Gerardo Hernández:

 

«No caigamos en la hiper-inflación de expectativas, como en el 2014. Sea quien sea que gane las elecciones del 2018, lo hará con una minoría tanto en la Presidencial como en las Legislativas. Ningún partido tendrá poder suficiente para gobernar solo y ningún candidato podrá resolver de un plumazo los grandes problemas de nuestro país. No seamos ingenuos y más bien sospechemos y descartemos cualquier tipo de mesianismo, sea que apele a la mano dura, al éxito empresarial o a la salvación de los valores “tradicionales” de nuestra sociedad o la familia. Que los derechos humanos, el bien común y el diálogo sean nuestros referentes para tomar la mejor decisión.»

Más allá de lo político, fijemos los ojos en lo comunitario: en nuestras familias, barrios, trabajos. ¿Cuál es la opción en la que cada uno de nosotros podría ser más valiente? Patti Smith, estadounidense, al referirse sobre el actual presidente de Estados Unidos, dijo:

«No puedo permitir que esas personas se infiltren en mi conciencia, hasta el punto en que no pueda trabajar, ser una buena madre para mis hijos, ser una buena amiga de mis amigos, y así sucesivamente. Todos nosotros estamos acá para los demás, aconsejándonos. Tenemos que darnos ánimo mutuamente porque todos sentimos la vergüenza, la humillación y el enojo de tener a esa persona que nos representa y que le hace estas cosas tan espantosas a los inmigrantes, a nuestro medioambiente. Pero no podemos dejar que nadie nos arrebate nuestro derecho a tener una buena vida, hacer nuestro trabajo y experimentar la alegría.»

Mi punto de hoy, mi invitación para usted y para mí misma es a ser valientes: ¿cuál es la opción valiente que usted puede tomar en su vida? Sí, yo inicié esta travesía por la maternidad como un fideo arrastrado por el torrente de la naturaleza. Y la mayor parte del tiempo me sigo sintiendo así, pero ya me voy tragando la idea de que sí soy un poquito valiente a través de pequeñas pero importantes decisiones. ¿Seremos fideos todos? Al menos sé que ciertamente no somos héroes, ninguno de nosotros. Pero así, un poco ridículos y de cuando en cuando medio simpáticos, tenemos en nosotros la opción libre, la invitación a optar por la valentía. Hay algo hoy en lo que usted puede dejar el mundo mejor que a como lo encontró. Con algo concreto. Eso, eso que usted está pensando y que quizás le incomoda un poco. Pero que usted sabe que es lo más compasivo, o solidario o justo. Esa molestia que le hace darse cuenta de que está en usted optar por la valentía o por la comodidad. ¿Qué va a decidir?