Tan lejos de aquella Florencia

«Leonardo Da Vinci era zurdo, ilegítimo, distraído, gay e impulsivo. Y se muda a Florencia a sus 12 años, en una época en la que Florencia era una ciudad abierta a la diversidad de las personas. Y fue plenamente aceptado.» – Walter Isaacson

El martes pasado se conoció en Costa Rica la resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos con respecto a la identificación registral de personas transexuales y la consigna de que el matrimonio civil esté disponible por parte del Estado para las parejas del mismo sexo. El gobierno de Costa Rica ratifica la decisión. Comenté mi opinión y sentimiento sobre el tema ese mismo día y de forma breve en una sección del podcast que compartí esta semana. Lo resumo así: estoy de acuerdo con la decisión, pero me preparo con temor para la respuesta beligerante de quienes repudian y quienes celebran este hecho. No estaba equivocada. Al menos en el cortísimo plazo, las opiniones han explotado con temor, celo, odio y revanchismos.

No voy a explicar aquí la noticia. Para una explicación sencilla, pero completa sobre el tema, me remito a este video de mi amigo René Montiel. En general, estoy de acuerdo con la forma en la que explica lo que estamos viviendo.

Me gusta mucho Facebook. Estos días, sin embargo, Facebook me tiene agotada y triste. Tengo colegas y amistades que han hecho refresacantes comentarios sensatos y sensibles, dirigidos al diálogo y a la reflexión. Pero han sido los menos.

Cosas que he leído:

  • Meme: Foto de mujer nadando eufórica en un río: «aquí estoy, nadando en las lágrimas de los homofóbicos».
  • Comentario en una conversación: «cualquier otro concepto (de familia) tipo aberración acabaría con la sociedad como ya ha pasado en tiempos antiguos, Sodoma y Gomorra son claros ejemplos.»
  • Comentarios que se refieren a gente conservadora así: «se deben estar revolcando en bilis».
  • Meme: «El fallo de la CIDH es una intromisión en la soberanía (pero el TLC, no).” -(Diría) Cualquier cavernícola.
  • O comentarios como estos:

Casi puedo escuchar a amigos y amigas diciéndome: «¡es que no tenés sentido del humor!» Yo creo que sí tengo sentido del humor… bastante oscuro a veces. Cuando es inofensivo. No creo que lo que vivimos sea inofensivo. Creo que la democratización de las opiniones puede ser una herramienta maravillosa para el aprendizaje, si se guía por las premisas de:

  • La escucha
  • El estudio serio de información confiable
  • La empatía
  • Aceptar que la diversidad de convicciones existe
  • El respeto

Yo lo que observo con preocupación y temor es la participación guiada por:

  • El ataque
  • El revanchismo
  • El miedo y/o el celo por las propias convicciones
  • La participación desinformada

Estas últimas han sido las características que he observado con una frecuencia exacerbada esta semana. Si bien las redes sociales no son el mundo real, están afectando nuestro mundo de forma importante. Humberto Eco habló de la invasión de los necios:

«Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas». – Humberto Eco

No puede haber curiosidad donde prime el juicio. No puede haber escucha donde no haya curiosidad. Y si no hay escucha… ¿entonces para qué hablamos?

La verdad desairada

Estamos en un momento histórico particular. La era de los alternative facts (hechos alternativos) y las fake news (noticias falsas) refiriéndome a expresiones usadas por el presidente de Estados Unidos y los suyos para deslegitimar información. La magnitud de la manipulación de la información por parte de esta potencia internacional no tiene precedentes, pero el fenómeno no es nuevo. Que se nos informe «solo lo que nos conviene» o que se considere que «la verdad» (¿según quién?) debe ser aceptada irreflexivamente, son argumentos que se han utilizado en muchos momentos de la historia.

Leonardo Da Vinci nació en 1452. Entre 1450 y 1454, durante esos mismos años, Gutenberg hace su primera impresión de 150 ejemplares de la Biblia, revolucionando la forma de distribuir el conocimiento. Para cuando Da Vinci tiene 21 años, ya tenía 300 libros en su biblioteca personal. Por sobre todo, una curiosidad insaciable en su genio incomparable. Era una época en la que aún las personas que no habían podido pagar educación o ir a la universidad, podían leer un libro: podían leer la Biblia, a Platón o a Aristóteles, a Galileo o a Martín Lutero. El conocimiento se democratizó. De forma similar, en este siglo, el conocimientos se volvió alcanzable a través de la Internet.

Leí un chiste que decía algo así como: «llega un extraterrestre y te dice: -Así que tenés un aparato del bolsillo en el que podés accesar a todo el conocimiento disponible. ¿Y para qué lo usás? -Para pelear con extraños en redes sociales y ver videos de gatitos.«

Sí, así somos. Aún si nos interesa la información, ésta puede ser mentirosa o verídica y cada quién tiene la tarea -frecuentemente ignorada- de cuestionar y verificar lo que se les plantea desde la autoridad, desde los medios -que no nos engañemos, no son neutrales- o desde el mainstream. Las personas tenemos acceso a información, cierto. Pero desairamos constantemente a nuestro instinto por la curiosidad: por buscar la verdad.

En estos tiempos de cambio, donde el matrimonio igualitario se plantea como una opción ya real, mientras que una porción importante de la población responde con un categórico ¡no!, yo quisiera invitar a la reflexión sobre lo que entendemos por fe, por moral, por verdad. Hice un comentario sobre el relativismo moral en el artículo que está aquí (el comentario está hacia el final). Siendo más joven, fui a un panel sobre ecumenismo y me cautivó la frase de un pastor evangélico: «ecumenismo no es decir, yo ya encontré la verdad y vos no. Ecumenismo es decir: todos estamos buscando».

Todos estamos buscando. Todos estamos buscando. Todos buscamos. Con excepción de quienes no buscan más porque ya creen que saben. Los que nos planteemos que aún no lo sabemos todo, busquemos. Y creo que si vamos a buscar la verdad, la pregunta que no debe faltar, que deberíamos tener en abundancia y esgrimirla con curiosidad y sin temor es: «¿Realmente es así?», «¿Será cierto?», «¿Por qué?» y no conformarnos con respuestas monosilábicas o con un «porque digo yo» o «porque lo dice aquí»:

  • Esto atenta contra la familia: ¿Será cierto? ¿Por qué?
  • Los que cuestionan el fallo son homofóbicos: ¿Será cierto? ¿Por qué?
  • El gobierno nos engañó y atentó contra la soberanía: ¿Será cierto? ¿Por qué?
  • Las relaciones homosexuales son malas: ¿Será cierto? ¿Por qué?
  • El gobierno es enemigo de Dios: ¿Será cierto? ¿Por qué?
  • Esto será el acabose de la libertad de culto: ¿Será cierto? ¿Por qué?

Leonardo Da Vinci era pródigo para las preguntas y necio con la curiosidad. En su libro sobre Da Vinci, Walter Isaacson comenta que una mañana Da Vinci despertó preguntándose cómo sería la lengua de un pájaro carpintero. Se preguntó por qué el cielo es azul varios siglos antes de que físicos pudiera explicarlo. Investigó rostros de cadáveres para tratar de entender cómo funcionan los músculos faciales que permiten sonreír. La sonrisa de La Gioconda nos sigue observando condescendiente desde el Louvre. Pero nosotros, con la disponibilidad de la información, en un país con índices alentadores de alfabetización y educación… ¿nos vamos a dejar llevar por la volátil, irreflexiva y apasionada respuesta ante esta guerra civil ideológica?

Just shut up!

Callémonos todos por un segundo. Por un momento. Tenemos expectativas sobre los organismos internacionales, sobre el gobierno, sobre la educación, sobre lo que opinan mis contactos de Facebook. Estamos respondiendo: más que respondiendo, estamos reaccionando. Callémonos todos. Por favor. Por un segundo.

¿Quién quiere ser usted? ¿Quién quiero ser yo? En medio de todo esto. Quitémonos la identidad política, religiosa, progresista o conservadora. Y volvamos la mirada hacia adentro. ¿Quién quiero ser yo? ¿Qué persona quiero ser?

Usted decidirá como prefiera, pero decida. No se deje llevar irreflexivamente por la corriente. Le diré quién quiero ser yo: quiero ser una persona que respeta y que se calla para oír más. No siempre lo logro, pero cuando falle, me comprometo a rectificar. Y a tratar de entender un poco mejor eso que cada quién está diciendo: esa preocupación, esa necesidad que se refleja en la forma en la que cada uno de nosotros se expresa. Quiero ser alguien que defiende lo verdaderamente importante: a las personas más que a las normas. A la libertad de expresar e intercambiar ideas sin que eso se convierta en un ataque personal. Después de todo, ¿acaso no somos todos hermanos y hermanas? ¿Vamos a dejar que esta guerra civil ideológica nos robe eso?

Y bueno… ¿qué opino yo al respecto?

Creo que hay cosas que ya expresé sobre este tema en mi artículo anterior Sobre sexo y género. No voy a repetirme. Sobre esta semana en particular, opino lo siguiente:

Derecho Humano a la no discriminación

Muchos de nosotros consideramos la decisión de la CIDH válida y positiva. Si bien el acto mismo de un matrimonio civil no es un derecho humano, el que ciertos ciudadanos adultos con capacidad de consentimiento tengan derecho a este trámite civil, con sus consecuentes garantías y derechos, mientras que otros ciudadanos no, era un acto de discriminación. El matrimonio civil no es un acto divino, es una relación civil delante del Estado y me parece bien que las parejas homosexuales tengan acceso a él. Creo que el matrimonio religioso es un tema totalmente diferente.

Algunas personas dicen ¿entonces adónde vamos a parar? Ahora las personas podrán casarse con menores o con sujetos no humanos. El comentario me parece absurdo, pero lo menciono porque lo he oído repetidamente. Creo que para casarse civilmente, las personas deben ser adultas, libres, con capacidad legal y psicológica de consentimiento y sin ningún tipo de coerción. No veo por qué dos adultos libres y con capacidad de consentimiento no puedan casarse por lo civil y tampoco veo cómo se pueda equiparar estas uniones con temas tan atroces como el matrimonio infantil o casarse con sujetos no humanos.

¿Y si luego van a querer adoptar?

Las personas que se han pronunciado en contra de la decisión abogan que esto dará pie para que puedan adoptar niños o niñas y que esto sería malo para la sociedad. Yo considero que todo trámite de adopción debe guiarse por el mejor interés para la persona menor de edad. Creo que el Patronato Nacional de la Infancia debe ser meticuloso y exigente en sus criterios para aprobar que una familia adopte. Creo que ser papá o mamá es muy difícil y hay formas de evaluar la aptitud afectiva, socioeconómica y emocional de una persona o familia para darle a un niño o niña un buen ambiente.

Hay múltiples estudios que plantean que niños y niñas educados en familias conformadas por parejas homosexuales no presentan diferencias estadísticamente significativas en comparación con aquellos educados en familias conformadas por parejas heterosexuales (dos ejemplos son los artículos de Wainright, Russell y Patterson, 2004; Farr & Patterson, 2013, pero hay muchos más). Según estos autores y otros teóricos del desarrollo, lo que sí influye de forma importantísima en el desarrollo de niños, niñas y adolescentes es la interacción saludable entre adultos e hijos y tener un ambiente de relaciones armoniosas, afecto y límites sanos en el hogar.

No creo que a una pareja se le deba conceder el «derecho» a adoptar para que sus integrantes puedan «realizarse en la vida». Repito, el bienestar del o la menor debe primar. Los hijos no son mascotas. Ahora bien, ¿todos los que tenemos hijos o hijas los tuvimos por motivaciones absolutamente responsables o altruistas? ¿O los tuvimos porque queríamos hijos? O porque simplemente llegaron. Al menos yo sé que los quería y que la naturaleza estuvo a mi favor. Ese no es el caso de muchas familias, aún cuando sean muy tradicionales: la naturaleza es así, injusta y caprichosa. Y aún así, muchos anhelamos tener hijos. ¿Ese anhelo debe suprimirse si mi familia es diferente al modelo tradicional de familia? ¿Y si el modelo de familia es diferente al tradicional, eso será disfuncional por defecto? ¿Aplica esta restricción entonces a familias monoparentales, donde alguno de los progenitores fallece, hijos educados por abuelos, por mamá y tía, por papá viudo, por padres divorciados? ¿Solo las familias del modelo tradicional están capacitadas para educar adecuadamente a un niño o niña?

Regresemos al tema de adopciones. Nuevamente, no digo que las adopciones deban aprobarse o no por razón de la orientación sexual de la pareja. Digo que el interés de la persona menor es lo más importante y que el PANI debe ser riguroso. Ahora bien, ¿qué pasa si una pareja sí cumple adecuadamente con todos los requisitos afectivos, emocionales y socioeconómicos, aprueba de forma satisfactoria todos y cada uno de los filtros, pero además es homosexual? ¿Estará en el mejor interés del o la menor privarle de la oportunidad de esa familia por razón de su orientación sexual? ¿Cuál es la evidencia que respalda esa decisión?

Tachar a las personas religiosas de intolerantes u homofóbicas

Otro de los temores recurrentes es que esta decisión socave la libertad de culto y que se prohiba la mención de Dios o la manifestación de la propia religión y espiritualidad. Considero que una cosa no conlleva directamente a la otra. Creo, muy honestamente, que este temor es una respuesta ansiosa. Ansiosa porque lo religioso antes era «lo normal» y es de esperarse que cuestionar lo normal genere temor y celo. Costa Rica sigue siendo un estado confesional y las iglesias de diferente naturaleza siguen teniendo una posición respetada desde la institucionalidad. Ahora bien, la celebración de forma beligerante y revanchista que he leído en algunas personas esta semana me hace sentir que el irrespeto se lanza a pedradas desde todos los bandos.

Como ciudadanos tenemos libertad de expresión y también libertad de culto, la cual ampara al derecho canónico, que nos permite aceptar y practicar libremente nuestras convicciones. Mientras que su espiritualidad no ejerza violencia sobre otra persona, su derecho a expresarse y manifestarse debe ser defendido a toda costa. Algunas personas dirán: «es que para esta gente TODO es violencia y no me dejan decir NADA». No niego los tiempos volátiles y sensibles en los que vivimos. Pero no, no todo es violencia. Y decir eso abarata la denuncia de verdaderos actos violentos. No es violencia manifestarse de forma pacífica. No es violencia que otras personas tengan derechos civiles si mis propios derechos no están siendo afectados. No es violencia hacer una oración. No es violencia manifestar que creo o no creo en Dios. No es violencia decir que respeto la Biblia. Ahora bien, la pregunta difícil: ¿es violencia una imagen como esta?:

He visto imágenes peores, pero creo que ésta ilustra claramente el ejemplo. Lanzo la pregunta: ¿decir que una relación es «abominación» es violencia? La imagen que presento arriba incorpora los pasajes bíblicos, es decir, está debidamente justificada. ¿Entonces si alguien cree en la Biblia «tiene que callarse» acerca de estos temas? Creo que imponerle a una persona que se calle no es la respuesta. Yo me opondría a que a alguien le censuren esa imagen y le obliguen a quitarla o se la borren. Claro, me parecería únicamente justo que la persona que promueva esto como expresión de lo escrito en la Biblia, permita el debate respetuoso sobre la interpretación y contexto del texto. Especialmente si el texto se discute con respecto a implicaciones concretas en la vida presente de personas.

A la vez, no puedo reconciliarme con la idea de que esté bien decirle a una población que «Dios llama a su relación de pareja abominación». Algo no está bien con eso tampoco. Me imagino que alguien podría contra argumentar que la Biblia también indica que la esclavitud es permitida (Éxodo 21:20-21, Levítico 25:44-46, Éxodo 21:7, Efesios 6:5, 1 Tim 6:1-2) y que las mujeres son impuras (Levítico 15:19-33) o inferiores (I Tim. 2:12, Éxodo 22:18, 1 Cor. 11:8). Hay personas que en este año 2018, en la realidad política e histórica de Estados Unidos, retoman el tema de la esclavitud y el racismo desde posturas ultra conservadoras que se justifican en la Biblia. Y bueno, sobre el tema de la mujer, me remito a lo mencionado en Sobre sexo y género.

Entonces resulta que las respuestas no son tan sencillas. Que vivimos en tiempos donde tenemos que pensar y pensar mucho… o dejarnos llevar y no pensar del todo.

Yo me guío por la brújula del daño y el sufrimiento: ¿esta o aquella acción causa daño y sufrimiento? Si es así, diré que es violenta y habrá que hacernos responsables por ella. Para mí, violencia en estos casos tiene que ver con imponer, insultar, agredir y privar a otros de lo que civilmente les corresponde: su libertad de expresarse y su derecho a garantías civiles iguales para todos y todas. Me entristece y escandaliza enterarme que varias iglesias católicas de Chile sufrieron grotescos vandalismos y amenazas ayer y hoy ante la próxima visita del Papa Francisco. Por más que cuestionemos a una institución, la violencia nunca se justifica y debe ser rechazada categóricamente.

Y las elecciones en tiquicia…

El próximo 4 de febrero votaremos por el próximo presidente de Costa Rica. Esta persona navegará este barco en la era de Donald Trump y Kim Jong Un; en medio de la crisis económica que se nos viene encima y ante la realidad de una población dividida por interacciones ideológicas tan irracionales como las esclavizadas por dogmas nacionalistas, religiosos o la tiranía de lo políticamente correcto. Sin importar quién sea nuestro próximo presidente, todos tenemos una deuda con nuestra propia conciencia. Antes de pensar en quién votar, pensemos, ¿quién queremos ser en estos tiempos en los que nos ha tocado vivir? ¿En qué debemos ser más valientes, más justos, más compasivos, más empáticos, más humanos?

De mi parte, lo que me duele mucho es que la campaña política se haya vuelto campaña religiosa. El código electoral establece con claridad en su Artículo 136 que la religión no debería ser el medio para mover a las masas:

«Es prohibida toda forma de propaganda en la cual, valiéndose de las creencias religiosas del pueblo o invocando motivos de religión, se incita a la ciudadanía, en general, o a los ciudadanos en particular, a que se adhieran o se separen de partidos o candidaturas determinadas.» (Código Electoral, Capítulo 7, Artículo 136. P. 70).

Según mi conocimiento, ningún partido político está usando expresamente la religión para ganar votos, pero los candidatos y candidata han hecho de este río revuelto su ganancia de pescadores: las pasiones de las personas honestas están siendo manipuladas y los mensajes que se mueven desde los foros informales, son del tipo:

¿No es ésa acaso manipulación religiosa? ¿No nos está alejando de cuestionarnos sobre otros temas, como la infraestructura, la justicia y seguridad, la reforma fiscal, los índices de pobreza, la protección del medio ambiente, el desarrollo económico y turístico, la generación de empleos, entre otros? La Iglesia Católica invitó a un debate a los candidatos presidenciales el pasado 11 de enero y los dos candidatos que defendieron la resolución de la CIDH fueron fuertemente abucheados. A uno de ellos casi no se le permitió hablar. ¿Esa es la Costa Rica en la que queremos vivir? ¿Una Costa Rica del abucheo en lugar de una Costa Rica del intercambio de ideas?

Tan lejos de aquella Florencia…

Yo quisiera vivir en una sociedad como la que describe Isaacson que acogió a un Leonardo Da Vinci: un Leonardo que era todo lo que en esa época «no se debía ser». No, no pienso que irremediablemente saldrán muchos Da Vincis si somos más progresistas. La verdad, no lo sé. Pero sé que una civilización se desarrolla en la medida en la que acoge a todos sus miembros con apertura y respeto, desafiándolos a ser todo lo que puedan ser.

Esa es la Costa Rica que yo quisiera para mis hijos.